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Del matriarcado al patriarcado

El tema de una antigua diosa cultivadora de la paz encuentra reminiscencias en muchas obras feministas. De hecho, un libro de reciente publicación, sutilmente titulado Lady of the beasts. Ancient images of the godess and her sacred animals, está consagrado a este tema. Mediante la utilización de dibujos y fotografías para apoyar su opinión, Buffie Johnson mantiene que las imágenes de la gran diosa hicieron su primera aparición hace unos 30.000 años (página 2). Según ella, "para los pueblos de la edad de piedra, Dios era una mujer" (página 3). Johnson mantiene también la idea de que, debido a su función de recolectora de alimentos, las mujeres se convirtieron en los primeros ",jardineros" y "médicos en ejercicio". Las mujeres también inventaron la costura y la alfarería, además de crear los primeros refugios construidos con piel. Johnson concluye afirmando que "la existencia de este entorno matriarcal no significa que la mujer gobernase en régimen de matriarcado; más bien demuestra el enorme prestigio del que disfrutaron las mujeres durante las épocas paleolítica y neolítica" (página 4). Explica que "no existían jefes de tribu y reinaba un espíritu igualitario". Posteriormente, Johnson dice: "Según [Marija] Gimbutas, la vida agrícola pacífica, igualitaria, dedicada al culto a la diosa, de la vieja Europa que floreció del séptimo al cuarto milento antes de Cristo fue violentamente quebrantada por las invasiones kurgas. A pesar de estas invasiones, la vieja cultura agrícola continuó durante 3.000 años en la Europa suroriental y en las islas Egeas durante casi 5.000 años" (página 25).No todas las escritoras feministas han aceptado esta visión de la prehistoria. En A history oj their own, Bonnie Anderson y Judith Zinsser ponen en duda esta manifestación relativa al status prehistórico de la mujer mediante el examan de las evidencias arqueológicas, biológicas, psicológicas, antropológicas y escritas. Mantienen que el status de la mujer prehistórica es algo muy importante, porque los documentos escritos más antiguos revelan que ya estaba perfectamente establecido el status inferior de la mujer. Por supuesto, la cuestión consiste en saber si las mujeres han estado siempre subordinadas o si, como han pretendido algunos, entre los que se encontraba Engels, se produjo una evolucíón de la sociedad desde el "pasado matriarcal al presente patriarcal" (página 4). Anderson y Zínsser reconocen que las evidencias arqueológicas no son concluyentes: el papel de la mujer en la prehistoria y los orígenes de la dominación masculina siguen sin estar claros.

Por otra parte, estas autoras parecen inclinadas a creer que existen unas interesantes evidenclas psicológicas y antropológicas que sugieren que la actividad bélica, y especialmente el combate cuerpo a cuerpo, puede haber servido para que los hombres establecieran su valor superior. Refiriéndose al trabajo de la antropóloga Peggy Reeves Sanday, las autoras declaran: "No se conoce ninguna cultura en la que se haya formado a las mujeres para ser igual de bélicas y agresivas que los hombres...". Sanday señala que "muchas culturas evolucionaron de la participación en la guerra a la dominación masculina hasta llegar a la creación de una cultura bélica" (página 14). En este tipo de cultura, las creencias, las historias y la religión del grupo llorifican la guerra Y los guerreros masculinos, y melante este vehículo cultural estos valores se han legado a las generacíones futuras, de forma que han llegado a verse como algo inevitable y natural. Anderson y Zinsser observan entonces que los primeros docurneíitos escritos que poseemos, y sobre todo los de Homero, compuestos con anteríorídad, pero sin que llegasen realmente a transcribirse hasta el siglo VII antes de Jesucristo, así como la ley de las 12 Tablas de la antigua Roma, alrededor del 450 antes de Jesucristo, y los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, escritos entre 1150 y 250 antes de Jesucristo, reflejan los valores de una cultura de guerreros y dan por entendida la subordinación de la mujer.

Ideales

No sé si pueden establecerse estos conceptos de una gran diosa o si han sido siquiera aceptados generalmente por los estudiosos. Sin embargo, la razón por la cual menciono estas teorías no es para debatir su acierto o falsedad, sino más bien para demostrar que muchas feministas creen que el papel de la mujer no consiste solamente en ejercer las prerrogativas varoniles, sino en sacar a la luz valores típicamente femeninos. Si el ideal consiste en esto, ¿qué dirían entonces estas feministas acerca de las mujeres combatientes?

Creo que estas feministas mantendrían que permitir que las mujeres ocupen puestos de combate no es más que un ejemplo de mujeres desempeñando papeles masculinos, y que, como tal, demostraría que las mujeres aceptan su propia inferioridad y no pueden hacer nada más que imitar los actos del varón. Independientemente del hecho de que la gran diosa sea una ficción o no, la noción es que las mujeres, si se les permite actuar libremente y expresar verdaderamente su intimidad, no se dedicarían a acciones destructivas como lo es la guerra. Dicho de otro modo, la pretensión de muchas feministas, y especialmente de algunas de las más radicales, no consiste en que las mujeres tengan libertad para emular el comportamiento masculino, sino para actuar por sí mismas de la forma que vean, o crean, que mejorará su vida.

Si no me equivoco al pensar que es así como al menos algunas feministas verían la cuestión de la mujer combatiente, se dará una s tuación extrañamente irónica, en la que la más radical de las feministas estaría apoyando la misma postura que muchos hombres muy conservadores, especialmente la pretensión de que las mujeres no puedan pertenecer al ejército. Si se examina más detenidamente, esta situación no resulta tan irónica, puesto que las feministas que mantienen que las mujeres no puedan entrar en combate, y que incluso no puedan pertenecer al ejército, lo harían por motivos por completo diferentes a los de los hombres que adoptan la misma postura. Además, creo que estas feministas también mantendrían la tesis de que no deberían combatir ni siquiera los hombres.

Priscilla Cohn, norteamericana, es profesora de Filosofia y ecologista.

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