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Los comunistas en la Europa occidental

Los acontecimientos producidos durante el último año en Europa, cuyo curso, por otra parte, está lejos de considerarse concluido, están poniendo patas arriba muchas cosas. En primer lugar, el universo conceptual en que hasta hace poco nos orientábamos, los puntos de referencia tanto positivos como negativos. Esta observación es especialmente válida para la izquierda, cuyas señas de identidad y líneas de actuación, en cuestión desde el inicio de la crisis de los setenta, se hallan necesitadas hoy de un reexamen aún más urgente.Toda la izquierda se halla afectada, aunque es necesario reconocer que en medida muy desigual en cuanto al grado y muy diversa en la cualidad según los diferentes sectores de la misma. Ciñéndonos al universo de los partidos comunistas occidentales, a primera vista aparece la distinción entre aquellos anclados sólidamente en las posiciones tradicionales, y que se debaten en la no fácil tarea de soltar dichas amarras, y aquellos otros que ya en el pasado habían intentado, en diversa medida, un aggiornamento y que se identifican a sí mismos como integrantes de la izquierda europea, reunidos hoy en el Parlamento de Estrasburgo en el Grupo por la Izquierda Unitaria Europea.

Conviene recordar que esta fórmula de izquierda europea tiene su origen en el PCI, dentro de su afán de subrayar su diversidad dentro del área comunista. Posteriormente, la misma fórmula es utilizada también por el PCE, aunque con un alcance más limitado. Lo que me interesa resaltar es la forma en que los acontecimientos actuales acentúan las determinaciones esenciales que se hallan en la base de las opciones estratégicas implícitas en la fórmula en cuestión.

Una primera es la relativa a la apuesta por la construcción europea, con todo lo que ello implica. Sobre ella no hace falta insistir. Los recientes desarrollos no hacen sino confirmar el acierto de aquellos sectores de la izquierda que supieron en su momento colocar esta cuestión en el centro de su programa.

Existen, sin embargo, algunas otras cuestiones que presentan un cariz más problemático. Entre ellas, dos de primer orden: la relación con el movimiento comunista o con las señas de identidad tradicionales del comunismo y la posición respecto de la socialdemocracia. La primera, sobre todo, se relaciona estrechamente con el alcance real de la afirmación del valor universal de la democracia.

Hace algún tiempo, cuando en el PCE se abordaba el debate sobre la izquierda europea, tuve ocasión de señalar por escrito cómo la solución de estas dos cuestiones aparecía como condición necesaria para extraer de dicha fórmula estratégica todo su contenido. La autoafirmación como parte de la izquierda europea podía ser creíble sólo en la medida en que se prescindiera de las relaciones privilegiadas con lo que se llamaba hasta hace poco movimiento comunista, y al propio tiempo se superara la consideración peyorativa de la socialdemocracia que tradicionalmente ha acompañado a los partidos salidos de la III Internacional.

Pido disculpas por la inmodestia implícita siempre en las autocitas, así como por la todavía mayor -pero que suele ser inseparable de la primera- de considerar que el desarrollo real de los hechos ha venido a reforzar mis razones.

En cuanto a la cuestión de las relaciones con el movimiento comunista, parece claro que es la propia realidad la que está haciendo desaparecer el problema. Pero existe aún una cuestión emparentada con la anterior que viene ahora al primer plano: la revisión de las señas de identidad tradicionales, empezando por la autodefinición contenida en los estatutos (del PCE) y por la identificación de la acción política al servicio de una determinada concepción del mundo.

Hablemos de uno de los rasgos principales de esta identidad que más se suele invocar: el marxismo. Me encuentro entre los que consideran que El capital representa una cumbre de la economía política clásica, indispensable también ahora para conocer la anatomía de los procesos económicos, y que, sin embargo, el marxismo, entendido como concepción del mundo acabada y cerrada en sí misma (como cualquier concepción del mundo que se precie), se encuentra, por fortuna, superado. Y, en todo caso, es un elemento innecesario para la acción política.

Cuando para defender su supervivencia (la del marxismo o la del ideal comunista) se recurre, como se hace en ocasiones, a la comparación con la Iglesia católica, que ha sobrevivido a los horrores cometidos en su nombre, se hace uso de una analogía que no puede ser más reveladora de una determinada manera de concebir la acción política.

¿Será necesario recordar la diferencia que existe entre entidades como la Iglesia, que se define a sí misma como sociedad perfecta, depositarla del dogma obtenido por revelación divina, y que, instalada en la irracionalidad o el misterio, puede permitirse el lujo de no hacer cuentas con los accidentes de su historia, en comparación con organizaciones como los partidos políticos, que tienen la función social, más modesta pero también más racional, de mediación para la participación de los ciudadanos en los asuntos generales, o sea, en la política?

Por lo que se refiere a la revisión del juicio histórico y de las relaciones actuales con la socialdemocracia, me parece que la cuestión adquiere mayor urgencia por varias razones. En primer lugar, por el dato evidente del papel cada vez más central que la Internacional Socialista está ocupando en el nuevo diseño de Europa, y más aún en los planos de la futura casa común europea. Pero también, y sobre todo, porque, sin caer en la simplificación de que todos los fenómenos actuales se reducen para la izquierda a la superación de la escisión de 1921, lo que sí es evidente es que el impulso unitario, la superación de todo sectarismo, es hoy una condición de supervivencia para aquel sector de la izquierda en que nos movemos el PCE e Izquierda Unida.

Soy consciente de que las anteriores consideraciones tienen una serie de derivaciones de no fácil resolución y que en este espacio no pueden ser abordadas. Pero me parece que, en todo caso, es urgente abandonar las posturas defensivas y afrontar con seriedad las indicadas cuestiones.

Fernando Pérez Royo es eurodíputado por Izquierda Unida.

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