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La inesperada pasión báltica,

El independentismo catalán observa fascinado la pugna de los nacionalismos contra la URSS

Enric Company

Los sectores más inquietos e ilustrados del nacionalismo catalán viven una inesperada pasión báltica, al calor de las multitudinarias manifestaciones que reclaman la independencia de Letonia, Estonia y, en especial, Lituania. El enamoramiento se traduce en referencias constantes en artículos de prensa, comentarios radiofónicos, programas televisivos y actos públicos. Aparece también en algunas iniciativas políticas, la más espectacular de las cuales es el viaje que esta semana emprenden los tres diputados autonómicos de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) a las tres naciones bálticas.El resurgir de los nacionalismos en el imperio soviético fue ya el plato fuerte de las jornadas sobre el nacionalismo catalán organizadas en mayo pasado por el responsable de cultura de Convergencia Democrática de Catalunya (CDC), Max Cahner, en las que ofreció una conferencia la corresponsal de EL PAÍS en la Unión Soviética, Pilar Bonet. Y en septiembre la fundación Acta, integrada por jóvenes intelectuales y profesionales nacionalistas, apadrinó en Barcelona una conferencia del periodista estoniano Tiit Made. La votación en el Parlamento catalán, el 11 de diciembre, de la proclama sobre el derecho de Cataluña a la autodeterminación recogió y aumentó la excitación provocada. Uno de los intelectuales nacionalistas que sigue con atención el proceso báltico, el historiador Joan B. Culla, afirma que su resurgimiento se ha convertido en el principal punto de referencia exterior de amplios sectores del nacionalismo catalán.

Lo que más interesa a estos sectores de opinión es la hipotética aparición de un precedente: el del nacimiento de tres nuevos estados europeos por vez primera desde el fin de la II Guerra Mundial. Este precedente permitiría a los independentistas combatir la generalizada convicción, compartida por la práctica totalidad de los catalanes, incluidos los nacionalistas, de que la actual configuración de las naciones-estado en Europa, con sus fronteras fijadas en la Conferencia de Yalta, es inamovible y hace imposible la creación de un estado catalán a estas alturas del siglo XX.

Los nacionalistas catalanes ven con asombro y, en algunos casos, con admiración cuando no envidia, cómo los líderes lituanos se alzan ante el ruso Mijaíl Gorbachov, representante del gigante soviético, y le dicen: "No somos ni rusos ni soviéticos. Lo que queremos es la independencia". Este gesto es para ellos la materialización de un sueño que muchos no se atrevían ni siquiera a confesar. Ahora contemplan admirados a Alguirdas Brazauskas, el dirigente del partido comunista lituano, pidiendo a Gorbachov que acepte la independencia de Lituania.

De momento, la única réplica a la ensoñación báltica que agita las mentes de los independentistas catalanes ha sido la del alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall. "Yo no me siento lituano", ha dicho en el fragor de la polémica sobre la autodeterminación.

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