Alma bestial
Los animales tienen alma. Lo dijo el Papa, según ha contado este periódico. Y lo que dice el Papa va a misa.El párroco de San Giovanni di Fiorentini anima a los feligreses a que acudan a la iglesia con sus bichos domésticos, tales como perros, gatos, cotorras e incluso papagayos. En este templo-zoo los animales orantes adoptan posturas de recogimiento.
El párroco prepara un tratado en el que demostrará con fundamento bíblico que las bestias portan un alma inmortal. Una vez fallecen por causas naturales o sacrificadas para deleite humano, el alma que llevan dentro volará a los cielos, especie de Disneylandia donde virtualmente podría albergarse al reino animal, que también tiene derecho a segundo plato.
Al afirmar el Papa que Dios ha otorgado un soplo vital a las bestias les ha concedido visado de entrada en el paraíso eterno. Esto no es ninguna tontería. Después de una existencia miserable, muy pocos rechazarán la oferta. Perros rabiosos del furor de sus amos, gatos sin nada que arañar, gallinas ponedoras privadas del amor a su polluelo, pollos para el sacrificio inmediato, toros de lidia para la tarde sangrienta con bronca general y puercos degollados en vivo, ¿no merecen acaso otra oportunidad superior?
Lo que el Sumo Pontífice ha silenciado es si como contrapartida de un imaginario paraíso después de este universo de infalible imbecilidad maniquea también pueden abrirse las puertas del infierno a los bicharracos que maten a sus semejantes, forniquen con la pava del prójimo o roben el pienso de un pesebre que no es suyo. Entonces, y siguiendo el mismo razonamiento, esos malvados caerán en las demoniacas calderas o en la parrilla de la eterna barbacoa. Así las cosas, sigue siendo preferible no ser más que un hombre vulgar o, a lo sumo, el cabeza invisible de alguna vistosa iglesia.
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