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LA NUEVA EUROPA

El 'día D' de la revolución rumana

Los dirigentes comunistas intentaron formar Gobierno para hacer frente a la revuelta democrática

Berna González Harbour

BERNA G. HARBOUR ENVIADA ESPECIAL Bucarest, viernes, 22 de diciembre. Nicolae Ceaucescu y su esposa, Elena, acaban de despegar en helicóptero de la pista C del tejado del Comité Central. Los revolucionarios rumanos acaban de invadir la planta baja del edificio, llegan al balcón, se dirigen a la multitud congregada en la plaza. Pero, en un despacho escondido de la sexta planta del Comité Central, queda una veintena de altos miembros de la cúpula comunista, tranquilos y trajeados. ¿Es que no habían logrado escapar? ¿O formaban parte de una conspiración para relevar a Ceaucescu en el poder? Uno de ellos dijo: "Esperamos a Iliescu". Un vídeo al que ha tenido acceso EL PAÍS muestra los intentos desesperados de varios grupos por formar un Gobierno en el momento de la revolución.

Todo es confusión en el Comité Central. En el interior, los jóvenes asaltantes recorren despachos y pasillos, en busca de cualquier entresijo del régimen. Algunos vomitan. Acaban de beber el agua envenenada por la Securitate en este edificio. Otros fuerzan una puerta, es una oficina blindada del departamento de Exteriores. En su interior, además de una información sobre Dumitru Mazilu (hoy vicepresidente), fechada en Nueva York, en la que se especifica "obtenido de forma ilegal", hay revistas pornográficas.

En el balcón, allí donde Ceaucescu había perorado a las masas tantas veces, artistas conocidos anuncian el fin de la dictadura, proclaman el apoyo del Ejército al pueblo y tratan de mantener la calma ante una multitud levantada en gritos de guerra. En el balcón, de repente, y sin saber de dónde sale, aparece Constantin Descalescu, primer ministro con Ceaucescu. La gente le chilla. "Me he quedado aquí porque no soy un cobarde. Yo no me he ido", gritaba por megáfono el eterno acompañante de Ceaucescu. "Yo no di orden de disparar en Timisoara. Era muy difícil bajar en las condiciones de Ceaucescu. Yo me quedo aquí porque soy rumano", dice, intentando justificar su sospechosa presencia en la sede del Comité Central.

Aparece Ilie Verdet, respoiisable de la comisión de Control del partido, el hombre que durante 20 minutos intenta liderar un Gobierno, frustrado después por la llegada de los miembros del Frente de Salvación Nacional. "Lo primero es organizar una mesa. Lo segundo, reconocer la columna vertebral: la Constitución. Yo no formo parte de los que ordenaron disparar", dice a los reunidos puertas adentro del balcón, flanqueado por un supuesto miembro de la Securitate. Los congregados alzan la voz. "Dejadme hablar", dice. "Camaradas, debemos mantener las instituciones, yo he sido comunista toda mi vida, si queréis que cambiemos algo debemos estar todos juntos. Os voy a ayudar", dice Verdet, con ese vocabulario tan comunista que le delata.

Aparece Iulian Vlad, jefe de la Securitate, hoy detenido. Arrogante, trajeado, se peina el cabello engominado, guarda el peine en el bolsillo exterior de la chaqueta, y se ajusta las gafas. No dice nada. La gente le mira. "Yo le he propuesto para el comité", dice Verdet. Entre todos, sobre un cartón encontrado en algún rincón, elaboran una lista de miembros de este eventual Gobierno. Vlad la revisa. ¿Por qué los presentes no se oponen? ¿Por qué no han reaccionado con furia contra los colaboradores de Ceaucescu? Por el contrario, les piden ayuda: "Ayúdenos usted, que conoce muchas cosas", dice el director de teatro Visarion a Discalescu. Éste firma en otro cartón con el siguiente texto: "Ordeno liberar de forma inmediata a todos los presos políticos. Discalescu, jefe de Gobierno, firmo esto en estado de libertad y sin coacción".

Todos esperaban a Ion Iliescu (hoy presidente). "Llega a las cinco", se había oído decir. Y en efecto, Vlad, Discalescu y Verdet quedan de repente esquinados por la llegada en grupo, a las 17.19 horas, de los más tarde dirigentes de Rumanía: Ion Iliescu, Petre Roman, Silviu Brucan, Lupoi, Comeliu Bogdan. Iliescu se dirige a los rumanos desde el balcón, ya de noche: "Nos retiramos para formar el Comité de Salvación". Se le responde a gritos: "¡Sin comunistas en el Comité!". Entonces, sin que la multitud se dé cuenta, quienes se encontraban en el edificio empezaron a oír explosiones. Desde los sótanos del Comité Central, llegaban los tiros, cada vez más fuertes. La guerra empezaba.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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