Año nuevo

Quién nos iba a decir que esa voz candorosa y reposada, que tenía nuestro cerebro acostumbrado a anunciar los programas infantiles, era la misma que nos iba a acompañar en el tránsito, dicharachero o nostálgico, de un año que se va a otro que llega, aunque encabece la última década del siglo XX con toda la secuela de tópicos que ello conlleva y a los cuales, of course, ya recurrió nuestra angelical voz.Pues bien, he aquí que no se sabe si los hados o las repercusiones subliminales de Yuppi o cualquier otro de los personajes de Barrio Sésamo se cuela por medio y hace que las campanadas de verdad sean las de los cuartos, las de los cuartos se difuminen y que, en suma, el medio (de comunicación), arrullado por lo cándido de la voz, tal vez adormilada a esas horas (la medianoche no es una hora prudencial para el público infantil), nos prive a todos los españolitos de a pie, y alguno a gatas, de uno de los pocos acontecimientos gratuitos que todavía quedan en este país.

Para despedirme quisiera hacerte el ruego de que, a ser posible, para este año 1990, en el que a pesar de todo ya nos encontramos, las campanadas las celebremos el 28 de diciembre; no cabe duda que nos lo pasaremos mucho mejor, total tres días. Lo que sí quisiera muy sinceramente es agradecerte que por tu mediación hemos podido recordar con añoranza a don Matías Prats, que siempre tenía un huequecito para los marineros, soldadesca y para el vino de Cebreros.-