"¿Qué hiciste en la guerra, papá?"
EE UU considera un completo éxito la invasión de Panamá, donde probaron nuevos sistemas militares
Aviones invisibles, bombas en experimentación, armamento secreto, tácticas psicológicas, pinturas de camuflaje, ordenadores, cascos vegetales, música rock, despliegues, operaciones aerotransportadas, comunicaciones por fax, propaganda... Todo parece haber funcionado a la perfección en la invasión de Panamá, según el Pentágono. Washington cree que su invasión en el país del canal ha sido un éxito militar rotundo, porque los objetivos fijados por la Casa Blanca han sido alcanzados: el Ejército enemigo, desarmado; Noriega, derrocado; la democracia, restablecida, y preservados los intereses norteamericanos.
Los marines y los paracaidistas que han intervenido en esta operación están cansados, pero con la moral alta, porque, a diferencia de los veteranos de Vietnam, ellos sí podrán responder sin reparos a la pregunta: "¿Qué hiciste en la guerra, papá?".Lo que han hecho los soldados norteamericanos en Panamá ha sido la operación bélica más importante desde la guerra de las Malvinas, y desde su punto de vista, la operación más difícil desde su derrota a manos del Ejército popular de Vietnam.
La acción militar desarrollada en Panamá contra el general Manuel Antonio Noriega, denominada por el Pentágono causa justa, también ha sido, a menor escala que Vietnam, una guerra total.
La guerra del canal comenzó el pasado día 21. Los primeros ataques se produjeron de noche Y como ocurrió con las tropas nazis durante el desembarco de Normandía, el enemigo estaba durmiendo, y su comandante en jefe, en este caso Noriega, no creía que el ataque iba a producirse, según han revelado ahora algunos de sus hombres de confianza.
Bombardero invisible
Dos F-517 -un bombardero invisible a los sensores de los radar y acostumbrado a volar de noche para evitar ser fotografiado por los satélites soviéticos- iniciaron el ataque, destruyendo los barracones de la VI y VII compañías de las Fuerzas de Defensa panameñas. Segundos después de esta incursión, golpe mortal para las tropas panameñas, paracaidistas norteamericanos de la 82 División aerotransportada, armados hasta los dientes y camuflados como un florero, se lanzaron sobre Río Hato, la fortaleza militar de las tropas de Noriega. Paralelamente, cuatro fuerzas especiales -Task Forces-, con los nombres Atlántico, Siempre Fiel, Rojo y Bayoneta, atacaban objetivos panameños en otras zonas del canal y aseguraban las posiciones de sus bases además de proteger al personal y a los ciudadanos norteamericanos.
La primera operación de combate real del F-1 17 fue un éxito. El Pentágono sigue sin revelar qué tipo de bombas se utilizaron en el ataque, donde una sola pasada de los dos aviones fue suficiente para recrear una imagen similar a la del infierno.
En pocas horas, 22.500 soldados norteamericanos fueron desplegados en el frente de batalla. A las 24 horas del inicio de la contienda, las tropas invasoras controlaban ya sus posiciones y la ciudad de Panamá. En aquel momento, el enemigo reaccionó, y las calles se convirtieron en el campo de batalla.
A diferencia de la invasión de la isla. caribeña de Granada en 1983, cuyos errores tácticos provocaron la reestructuración de la cúpula militar norteamericana, el desembarco de Panamá fue un éxito inmediato, porque las posiciones asignadas a cada grupo fueron consolidadas rápidamente.
La ciudad y sus alrededores se llenaron de soldados camuflados, con armas automáticas recién fabricadas, con M-16 recién engrasados y con cascos ultraligeros con las mismas orejeras protectoras que los utilizados en la II Guerra Mundial por los soldados; de Adolfo Hitler.
La Junta de Jefes de Estado Mayor, la plana mayor del Pentágono, al frente de la cual se halla un general negro de cuatro estrellas, Colin Powell, movió sus peones con rapidez, y la pieza clave, el general Maxwell R. Thurman, el comandante en jefe de las fuerzas del canal, hizo lo propio. Los problemas comenzaron efectivamente 48 horas después del primer ataque, cuando el enemigo reaccionó. Se trataba de un enemigo difícil de combatir, porque era un enemigo civil, anárquico, sorprendente, enrolado en los denominados Batallones de la Dignidad, un grupo de fieles seguidores de Noriega armados con sus fusiles de asalto, revólveres y con un puñado de municiones. Un enemigo que practicaba el juego mortal del dispara, corre y escóndete, el juego de la guerrilla urbana. Los helicópteros volvieron a desempeñar aquí un papel fundamental creando ratoneras de las que era imposible salir. Los Cobra y los Apache volvieron a aparecer en el cielo, anunciando que la hora del apocalipsis estaba cercana.
Ensayos
Panamá ha sido un campo de pruebas para los militares norteamericanos. Computadoras pintadas de camuflaje, explosivos potentísimos y tácticas psicológicas se han estado utilizando durante los últimos días para controlar la situación. Los marines y los paracaidistas habían estado ensayando operaciones similares a las que han ejecutado en Panamá durante los últimos meses en Fort Bragg (Carolina del Norte) y en el centro de operaciones especiales del canal. Carros de combate y tanquetas fueron des plegados por las calles de la capital mientras se confirmaba que la oposición enemiga remitía por la fuerza aplastante del invasor. Estados Unidos también utilizó el AC-130, un pequeño avión equipado con metralletas Gatling. El AC-130 está considerado como el arma más mortífera del arsenal de Estados Unidos, según un especialista en armamento. Este avión es capaz de concentrar en un objetivo centenares de proyectiles en unos pocos segundos.
El temor de los norteamericanos a medida que pasaban los días era no sólo que su propia Prensa informara de las bajas como si se tratara del marcador de un partido de baloncesto, sino que Noriega se replegara a la jungla. "A Noriega le gusta demasiado la buena vida para ir a la selva y resistir", declaró el general Thurnan para justificar por qué la guerra no se extendió a las zonas montañosas.
Estados Unidos también tuvo suerte de que el teniente general Luis del Cid entregara su posición en David, la capital de la provincia de Chiriquí, en la frontera con Costa Rica, sin disparar un solo tiro. Del Cid, acusado de narcotráfico, fue entregado a los agentes de la Agencia Antinarcóticos (DEA), que le trasladaron de inmediato a Miami (Florida), donde será juzgado como un delincuente común. La caída de Del Cid fue el fin de Noriega.
Cuatro días después de la invasión, los 16.000 miembros de las Fuerzas de Defensa panameña estaban ya controlados, pero el fantasma de Noriega se paseaba. La noticia de su petición de asilo en la nunciatura vaticana fue, como reconocería días después el propio presidente George Bush, "un regalo de Navidad". Los militares norteamericanos reconocen ahora que si Noriega se hubiera refugiado en las zonas montañosas del país, ni tan si quiera con la intención de organizar una guerrilla, "nos hubiera ocasionado un verdadero quebradero de cabeza".
Ahora, cuando los disparos han dejado de sonar en Panamá, las tropas norteamericanas han limpiado sus caras, han ofrecido propinas de 150 dólares por cada arma que les sea entregada, han repartido frutas y alimentos y están ayudando a los panameños a reconstruir la ciudad, ha llegado la hora de esconder las armas modernas para dar el paso a las PR: las relaciones públicas. Es la hora de la otra guerra, la psicológica, la de demostrar que los invasores no son malos. Panamá ha sido el escenario de una guerra experimental en la que EE UU, con sólo dos docenas y media de bajas, ha puesto en práctica algunas de sus armas más poderosas.
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