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GENTE

Marcel Sabau y Georgres Viscreanu

Vallecas, la salvación de dos futbolistas rumanos

Los futbolistas Marcel Sabau de 24 años, y Georges Viscreanu, de 28, no se podían imaginar que en sólo unos días fuese a caer un régimen de opresión que había durado más de cuatro lustros. La idea de escapar no ya de su país, Rumania, sino de la "locura" de Nicolae Ceaucescu, les obsesionaba. Por eso planearon su fuga con cuidado, conscientes de los riesgos. Sus mujeres respectivas, Liliana y Mioara, estaban de acuerdo. Ellas se quedarían en Bucarest, expuestas a las represalias, al acoso de la policía, a la posibilidad de que sus bienes fuesen confiscados... La ocasión de reunirse después en Occidente, en la libertad, ya llegaría.La rebeldía de Viscreanu contra la represión y las ínfimas condiciones de vida impuestas por Ceaucescu era antigua. Siendo juvenil, aprovechó un torneo internacional en Australia para intentar quedarse allí como emigrante. "Las autoridades locales no me lo consintieron al aducir que mi causa no era política", recuerda. Tuvo que pagar las consecuencias: "Entonces jugaba en el Steaua, el equipo del Ejército. Mi servicio militar tendría que haber sido algo simbólico. Pero me obligaron a hacerlo de verdad durante 18 meses. Luego, hube de cambiar de club. Pasé al Bacau. Por supuesto, no me dejaban salir al extranjero. Temían que volviera a las andadas". El Dinamo, el de la temible Securitate, quiso enrolarle en sus filas, pero sus responsables no se fiaban de él. Le cedieron al Flacara, de menor nivel. Y, al fin, hace poco más de un año, le permitieron ir a disputar un partido a Grecia. Supo disimular. Se portó bien. "Ya es un buen chico", pensaron de él. El Dinamo le tendió los brazos.

Sabau y él tenían el grado de tenientes, aunque sólo cobraban la mitad de la paga de los que eran verdaderamente policías, no deportistas. Algunos meses, según las victorias conseguidas, podían ganar hasta el triple que un trabajador corriente. Cada semana, como trato de favor, recibían un paquete con carne y huevos. "Pero nos asfixiábamos", comenta Viscreanu; "ni mi esposa ni yo podíamos resistir más. Queríamos algo mejor para nuestro hijo, Razvan, de cuatro años y medio".

El Dinamo vino a participar en agosto pasado en el torneo Villa de Madrid, organizado por el Atlético. Esa era la gran ocasión. Sabau y Viscreanu reunieron 1.500 dólares, procedentes del mercado negro, y buena dosis de sangre fría. Tenían un contacto en la RFA. Se escabulleron del hotel y embarcaron en un avión con destino a Francfort. Pero, como no tenían visado, no se les dejó entrar en el país. De regreso, en el aeropuerto de Barajas, pidieron asilo. Se les concedió la tarjeta de refugiados políticos. Sólo les quedaban 100 dólares. Durante un par de días no abandonaron la comisaría: "Sandwiches y café, sandwiches y café". La Cruz Roja les instaló en una residencia para jóvenes y les asignó una ayuda a cada uno "de unas 30.000 pesetas". El panorama se aclaraba. Telefonearon a sus esposas, las tranquilizaron. Los agentes rumanos las acosaron, pero ellas no sabían "nada". El reencuentro se puede acelerar ahora.

El Rayo Vallecano les ha contratado. Si con la caída de la Securitate el Dinamo desaparece, la sanción de la FIFA -una temporada sin poder jugar quizá se acorte. Sabau y Viscreanu sonríen: "Lamentamos tantas muertes, pero no han sido en vano. Ceaucescu era un paranoico. Está bien que le hayan matado tan deprisa".

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