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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Eficacia autonómica

ALGUNAS DE las experiencias sanitarias realizadas en Euskadi gracias a las transferencias muestran cómo la imaginación y la descentralización sirven para hacer, frente al proceso de deterioro de la sanidad pública. Sirven incluso para alumbrar algunos de los remedios de los que tan necesitado está ese servicio, actualmente un mastodonte burocratizado e ineficaz.Pionera en la aplicación de medidas como la cita previa, la tarjeta individual o la universalización de la asistencia básica, la sanidad pública vasca no sólo señala un camino a seguir a las comunidades autónomas que tienen transferidas las competencias sanitarias, sino también a la sanidad estatal que continúa en manos del Insalud. La experiencia vasca evidencia que existen fórmulas para hacer que la sanidad pública funcione al menos tan eficazmente como la privada o la mixta del mutualismo, de modo que ambas puedan coexistir sin comparaciones odiosas y con frecuencia interesadas.

Euskadi dispone de más dinero, pero las medidas puestas en marcha no son tanto de índole económica como política, en cuanto buscan acercar el sistema público sanitario al paciente y racionalizar en lo posible la utilización de los recursos existentes. Es cierto que tales medidas afectan a la red de asistencia primaria y que el gran núcleo defectuoso de la sanidad española, el sistema hospitalario, queda al. margen. Pero ya es un paso importante que la media de espera en los ambulatorios se reduzca, que el tiempo de dedicación de los médicos a los pacientes se incremente, que la simplificación burocrática permita la racionalización de los recursos, y que todo ello se traduzca en una mejor calidad de unos servicios primarios permanentemente utilizados por millones de ciudadanos.

Este sistema puede llevar a los ambulatorios a muchas de las personas que ahora recurren a las urgencias, colapsándolas, y a las consultas externas de los grandes hospitales. Éstos podrán así cumplir mejor su misión. Generalizando la experiencia vasca se terminaría con una de las más gravosas incoherencias del sistema sanitario, puestas de relieve por el informe realizado hace un año por el Defensor del Pueblo tras una investigación de seis meses en 17 grandes centros hospitalarios. El calamitoso funcionamiento de la asistencia primaria induce a alejar a los pacientes de los ambulatorios y a reclamar los servicios de urgencia de los grandes centros. Prácticamente las tres cuartas partes de quienes acuden a estos servicios lo hacen de forma espontánea, sin mediación facultativa, y el resultado es que en su gran mayoría deben ser devueltos a sus casas. Pero entre tanto se da lugar a una peligrosa sobrecarga del ya insuficiente sistema hospitalario, sometido a la presión de las listas de espera, y a un uso a todas luces inadecuado del mismo. Todo ello no es sino una muestra más del despilfarro que caracteriza al modelo sanitario español, tanto en la ordenación y distribución de los recursos existentes como en la administración de los fondos.

Las vías emprendidas en Euskadi muestran la posibilidad de una medicina social amplia y eficiente. Es una cuestión de presupuestos, pero también lo es de trabajo y de imaginación, de búsqueda de formas de allanar la burocracia, de facilitar la medicina preventiva como ahorro de dinero y de un reparto de los medios y de los fondos según las necesidades y las urgencias del dinero. Y no parece ser una casualidad que todo ello sea más factible en el marco sanitario de las autonomías, que operan sobre unidades de gestión menos voluminosas. Si el plan sanitario vasco lo va consiguiendo, no hay razones para que no lo consiga el conjunto de la sanidad pública según el Estado vaya soltando lastre en un terreno que, como el de la sanidad, es propicio a una gestión descentralizada en manos de las instituciones más próximas a los ciudadanos.

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