Madrid aristocrático
La pereza voluptuosa, la contemplación distraída y desdeñadora, el deleite de poder vivir sin afanes ni apremios frente a un amplio horizonte que se abre a todas las posibilidades del placer, constituyen la esencia del espíritu aristocrático. Aristocracia que no es solamente de sangre; se va formando por una manera de ser distinguida y selecta. Quizá los verdaderos nobles son esos seres raros, los excéntricos, los bohemios que componen "esa inmensa minoría" (J. Ramón Jiménez) en la sociedad clasista.Hay dos tipos ideal de aristócratas: el flaneur o paseante en Corte, descrito por Walter Benjamin, que legitima su andar ocioso buscando la novedad, y el que se da a mirar el mundo todo ojos, como los niños y los pájaros entregados al espacio abierto, decía Rilke. Pero también hay otro tipo de aristócrata que no hace nada ni busca a nadie, tan sólo observar el mundo, haraganería metafísica que es la forma más elevada de la existencia aristocrática, frente al desmedido afán posesivo del burgués. Esta nobleza exquisita de la ociosidad es el valor supremo de toda aristocracia.
Madrid tiene sus barrios aristocráticos como el de Salamanca, y recorremos su frontera amplísima, que abarca Recoletos y el paseo de la Castellana. Fue su impulsor el banquero malagueño José de Salamanca, cuya estatua preside la plaza de su nombre, amplia sin demasía, noble sin excesos. Una de las calles rectas de este barrio es la de Velázquez, y no menos armoniosa se nos aparece la de Goya. Sin embargo, la más larga y ancha es Serrano, que dio origen al barrio. Esta hermosa vía fue abierta por José de Salamanca, comenzando a construirse en los últimos años del reinado de Isabel II. Para ello se siguió la antigua cerca de la Villa, en el trozo que mediaba entre la Puerta de Alcalá y la calle de Goya, por donde se bajaba a la Puerta de Recoletos. Casi comenzando el que hoy es paseo deRecoletos se hallaba la casa y huerta de Gaspar Enríquez de Cabrera, duque de Medina de Río Seco y almirante de Castilla. A continuación estaban situados la casa y los jardines del conde de Baños, el convento de Agustinos Recoletos, que dio nombre al paseo, y más tarde fueron construidos el palacio de Linares y el palacio del Duque de Medinaceli, de estilo afrancesado y elegante. Se ha dicho que el paseo de Recoletos era un esquema de jardín botánico por sus variadísimas especies vegetales.
Bulevar de Narváez
Volvemos por la calle de Serrano, que en otros tiempos tuvo el nombre de bulevar Narváez, hasta que la revolución de septiembre de 1868 lo cambió por su denominación actual. La hermosura de esta nueva calle, su amplitud y condiciones saludables, hicieron que pronto fuera preferida para habitar por muchos hombres ilustres. El general Serrano vivió en un hotel que hacía esquina con la calle de Villanueva. Allí falleció, en 1885, al día siguiente de la muerte del rey Alfonso XII. Se cuenta que, ya postrado por su enfermedad, el general Serrano se levantó con brío del sillón en que reposaba y con voz enérgica pidió su uniforme y espada, exclamando: "¡El rey acaba de morir!". Es un caso de telepatía que cita Flammarion. En el número 40 de esta misma calle vivió muchos años Emilio Castelar. Otro hermoso parque y palacio, llamado La Huerta, que llegaba hasta la Castellana, fue propiedad del riquísimo peruano Osma, donde reunía en espléndidas fiestas a toda la aristocracia madrileña. Allí se celebró la boda de su hija Joaquina con Antonio Cánovas del Castillo. En dicho palacio se celebraron consejos de ministros en momentos difíciles de la historia española. En el número 18 vivió sus postreros años María Bushental, mujer de gran cultura y belleza, a cuyas reuniones literarias asistían escritores, artistas y políticos de renombre. Debemos recordar el teatro Ventura, famoso en los anales de la alta sociedad madrileña. Entre los aristócratas aficionados que formaban su elenco salió por primera vez a escena Fernando Díaz de Mendoza, y luego sucedió en la dirección del teatro al conde de Romre.
¿Qué permanece de este mundo aristocrático que fue el barrio de Salamanca? Algunos recuerdos vivos de su esplendor y un comercio lujoso, atractivo para una sociedad consumista. Es natural, pues, que en el recorrido por las calles de este hermoso barrio sólo nos acompañen sombras. La última morada del aristócrata que paseaba por la vida sin buscar un más allá trascendente o una meta ideal es la muerte, dice Walter Benjamin. Quizá ella encierre la única y verdadera novedad en lo absolutamente ignoto, para satisfacer su curiosidad de esnob distinguido
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