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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La voz de Chile

PATRICIO AYLWIN, el democristiano candidato único de la oposición, es desde la madrugada de ayer presidente constitucional de Chile. Si los acontecimientos juegan a partir de ahora a favor de un pueblo que ha demostrado su valor y que ha mantenido vivos los valores de la democracia durante la larga noche pinochetiana, con la elección de Aylwin habrán terminado también 16 interminables años de dictadura militar.La aplastante victoria (Aylwin ha sacado 10 puntos de ventaja a los porcentajes sumados de los dos candidatos de la derecha) del conjunto de 17 partidos opositores -un abanico de formaciones políticas que van desde el centro-derecha hasta la extrema izquierda- en las elecciones presidenciales del pasado jueves no sólo sirve para derribar a un dictador, dueño y señor de haciendas y vidas chilenas durante los pasados tres lustros, sino que suministra al mundo la prueba de que la libertad y la democracia están vivas y gozan de excelente salud en aquella nación.

El general Pinochet, derrotado ya por sus compatriotas en el plebiscito de hace un año, ha sido desposeído del cargo que usurpaba gracias a la combinación de tres elementos. Por una parte, la propia soberbia del dictador, que acudió a las urnas convencido de que no podía perder. Por otra, la voluntad de los chilenos, que se presentaron ante ellas decididos a recuperar la libertad. Finalmente, la visión política de los partidos democráticos chilenos, que, sabedores de sus propias limitaciones, sacrificaron sus ambiciones particulares y, endosando al candidato más aceptable para los militares, concentraron todos sus esfuerzos en el acoso y derribo del general. A ello habrá que sumar el nuevo y conciliador tono de las relaciones internacionales, más proclive a la libertad que al totalitarismo.

Empieza ahora una difícil transición política, sembrada de peligros y amenazada, por el golpismo alimentado durante tantos años de poder militar. Pinochet pretende que el centro de decisión simplemente se desplace con él desde la presidencia de la República a la jefatura suprema del Ejército, que el viejo general quiere ejercer durante al menos cinco años más. Quiere ser el gendarme de una democracia vigilada, y amenaza con volver a poco que resulten vejados los compañeros de armas que durante tantos años vejaron al pueblo chileno. Los precedentes establecidos sobre esta cuestión en Argentina y Uruguay pueden servir a los nuevos dirigentes chilenos para abordar un problema ciertamente difícil con el realismo posible y con toda la firmeza necesaria. Una democracia que vuelve a la vida no puede olvidar, sin más los crímenes que se realizaron para enterrarla.

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El resultado de las elecciones legislativas celebradas simultáneamente, y que aún no se conoce en su totalidad, será fundamental para saber si el Parlamento podrá disponer de la fuerza necesaria para desmantelar poco a poco el enrevesado tinglado montado por la dictadura.

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