El rigor de un banquero
LA SÚBITA muerte de Pedro Toledo, copresidente del Banco Bilbao Vizcaya (BBV), deja un enorme vacío en la banca española: supone la desaparición de un profesional y un personaje clave en la renovación del sistema financiero y de la clase empresarial española, emprendida en estos últimos años de transición económica. Toledo ha fallecido en circunstancias que ilustran muy gráficamente el talante riguroso de su actuación: se exigió a sí mismo tanto como exigió siempre a sus colaboradores -y fue mucho- y guardó la más absoluta discreción sobre su enfermedad. El rigor y la discreción han sido, bien administrados, algunas de las virtudes tradicionales de los mejores banqueros y quedan ahí como un legado personal, como punto de referencia y orientación ante las convulsiones del universo económico español.Pedro Toledo ha sido un banquero de nuevo cuño, y quizá ha plasmado más que ningún otro el relevo generacional efectuado en los últimos años en la cúpula del sistema financiero y la adopción de nuevos modos de actuación bajo una orientación que perseguía la máxima ortodoxia en sus actuaciones. De familia de financieros, fue bancario antes que banquero, forjándose en los duros y esenciales ámbitos de la gestión de tesorería y el control de una organización territorial importante.
Al ir aumentando sus responsabilidades en el Banco de Vizcaya, formó en torno a sí un equipo reducido y compacto, en el que descollaban algunos profesionales que están hoy mismo en la primera línea del BBV o en otras entidades económicas. Con un sentido de parquedad expresiva muy vasco, ese equipo desarrolló una actuación empresarial incesante, acompañada de un fortísimo sentido de la lealtad personal.
La renovación emprendida en el Vizcaya se desarrolló sobre dos ejes: la creación de nuevos productos con objeto de implantar una banca de servicios diversificados y la búsqueda de una dimensión adecuada. Para lograr esto último, el Banco de Vizcaya apostó fuerte durante un corto período -los años de la crisis bancaria, de 1977 a 1982- al crecimiento por absorción de entidades ajenas que habían quedado arrinconadas por la crisis de su gestión o por la debilidad de su estructura, o por ambos motivos.
Esta estrategia no estaba exenta de incertidumbres y riesgos, y llegó a buen puerto porque se fundamentó en la aplicación de criterios empresariales estrictos -con el norte de la rentabilidad siempre presente- y de un equipo sólido que sabía auditar las tripas de otras entidades con sólo mirarles las mejillas. En realidad, el desarrollo de esta estrategia hasta las últimas consecuencias supuso una cierta refundación del banco. Pero su aplicación le permitió recuperar en poco tiempo las distancias que le separaban del grueso de los bancos más grandes.
Sobre esta base, y apoyándose en el liderazgo personal que anidaba en una ambición personal nunca ocultada, Toledo afrontó la gran operación de la fusion con el Banco de Bilbao. Para ello tuvo que superar las dificultades derivadas de la tradicional competencia directa entre ambas entidades y escoger el momento oportuno para abordar la operación, de forma que resultó mancomunada con su nuevo socio. Para ello contó con la ayuda de su viejo rival, y hasta ayer compañero de brega, José Ángel Sánchez Asiaín, el hombre que puso la música a las fusiones financieras en España.
Cuando ya las más grandes inercias y las lógicas dificultades iniciales propias de un proyecto de esa envergadura han sido objetivadas y superadas, y ha recorrido ya el trecho más duro, la muerte se lleva ahora, de repente, a Pedro Toledo. Se fue como vino, como los buenos organizadores de equipos humanos, sabiéndose exigir tanto a él mismo como a los demás.
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