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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La Scala abre temporada con abucheo

'I vespri siciliani', bajo la dirección de Riccardo Muti, divide a los aficionados

Se veía venir desde el principio de la representación: estos Vespri siciliani, que La Scala reponían tras 19 años de ausencia de su programación y con la grave responsabilidad de una versión histórica de referencia a sus; espaldas -Callas, Visconti, 1951-, no iban a convencer a los loggionisti, temibles pobladores de los pisos altos del templo de la lírica. La velada discurrió en la indiferencia hasta el quinto acto, cuando Chris Merritt y Cheryl Studer recibieron solemnes abucheos junto con la recomendación de irse a su casa. Dos breves saludos colectivos, presididos por el adorado Riccardo Muti, que sirvió de paraguas al chaparrón, cerraron la velada.

ENVIADO ESPECIAL

No es época de previsiones: se equivocan los sondeos electorales, los politicólogos ni se atreven a pronosticar qué va a pasar en Europa, los metercólogos utilizan adverbios para matizar sus predicciones. La Prensa italiana de anteayer señalaba que desde hacía años no se llegaba a una prima en La Scala tan serena como ésta, lo cual daba pie a augurar lo mejor.Una única preocupación: colectivos autónomos milaneses habían anunciado un masivo lanzamiento de huevos a tanto poder político y económico concentrado por una noche en una sala de espectáculos.

Ni huevos ni nada: un grupo de unas 200 personas, controlado por un ejército de carabinieri que les triplicaban en número, realizó un breve recorrido por las cercanías del teatro y luego se disolvió pacíficamente. No, no fue ahí donde se desencadenó la prevista guerra, sino dentro. Y el servicio de orden nada pudo hacer para evitar que las protestas de los contestatarios fueran recogidas para todo el país por las cámaras de la RAI, que transmitía en directo.

Acto de coraje

Reponer I vespri ha sido un acto de coraje por parte de Muti: se trata de un título infrecuente en las programaciones -en la Scala, desde después de la guerra, se ha representado únicamente en dos ocasiones- porque precisa de un montaje complicado. Verdi compuso la obra, a partir de un libreto en francés de Eugéne Scribe y, Charles Duveyrier, para la ópera de París, donde se estrenó en 1855, con motivo de la Exposición Universal. Se trata de una obra experimental, en la que el compositor ensaya sus propias soluciones -que pasan por tina atención preferente a las motivaciones psicológicas de sus personajes- siguiendo el modelo estructural de la grand-opéra francesa, concebida por su gran impulsor, Meyerbeer, como un espectáculo distante, de relieve más social que psicológico. El ballet del tercer acto, larguísimo y de factura considerablemente rutinaria, es un evidente peaje que Verdi paga para adaptarse al modelo.Ha habido pues valor, porque la obra merece estar ahí, pero no un acierto pleno a la hora de seleccionar las voces: el hecho de recurrir a tres cantantes -Merritt, Studer y Zancanaro- que ya intervinieron en el Guillermo Tell de Rossini que inauguró la temporada pasada, si de un lado pretende poner en evidencia las conexiones entre las dos obras (que existen, evidentemente: las dos son de compositores italianos para la escena parisina), por el otro, pone al descubierto una verdad de Perogrullo: Verdi no es Rossini.

Y Merritt (Arrigo) acusó esta diferencia a sus expensas: su voz quedó en muchos momentos tapada por la orquesta. Superó con arrojo, aunque no sin dificultades, su aria del cuarto acto, Giorno dipianto, di fier dolore, pero se vino abajo en la del quinto (La brezza aleggia intorno). Contribuyeron a ello los nervios, dificilmente domables luego de que el aria inmediatamente anterior de la soprano, Mercè, dilette amiche -pieza mítica de la Callas-, mereciera ostensibles muestras de desaprobación. Cheryl Studer (Elena) no está de suerte en La Seala, inmerecidamente: su italiano ha mejorado notablemente desde el pasado año, tiene una considerable capacidad para los pianissimi y es dúctil en la coloratura, aunque es verdad que su agudo no siempre es limpio. Acaso quiso parecerse demasiado a la fatal griega y los cielos no suelen ser condescendientes con la blasfemia: el club Viudos de la Callas -existe, no es ninguna invención- se encarga de velar por la pureza memorialista. Gajes del oficio, en definitiva: como dice el padre de un amigo, se les paga para eso.

El más aplaudido

Ferruccio Furlanetto (Giovanni da Procida) posee una voz excelente para los papeles verdianos de basso cantante. Acusó alguna incertidumbre, debida a la tensión, pero convenció, lo mismo que Giorgio Zancanaro (Guido di Monforte), el más aplaudido de la noche tras su aria del tercer acto. Bien plantado el coro y notabilísima la orquesta, dirigida por un detallista Muti que evitó los excesos dinámicos sin por ello perder en los contrastes.En cuanto a la puesta en escena, hay que señalar que Pier Luigi Pizzi es más un escenógrafo que un director propiamente dicho. Tiene cuadros bellísimos: los dos primeros se acercan al surrealismo, con un movimiento de masas que recuerda Novecento; el tercero, es una clara alusión a la Sicilia del Gattopardo viscontiano; y las escenas de la prisión, en posmodernas tonalidades gris pastel, tienen una fuerza indiscutible. Falta quizá algo más de homogeneidad, de concepción global. Triunfador fue el ballet, con coreografía de Micha, van Hoecke. Y es que Carla Fracci, pese a su avanzada edad, es para los italianos una especie de Callas de la danza. Que se pongan a temblar sus sucesoras.

Por cierto: otro gesto valiente de Muti ha sido el incluir La Traviata en la programación de esta temporada. De nuevo el tabú callasiano hace aqui acto de presencia: hace algo así como 30 años que la inmortal dejó su profundo estigma en este título. Será una nueva promesa, Tíziana Fabbricini, quien asuma el duro compromiso. Valor y al toro.

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