Izquierdas
Ahí están, con los ojos encendidos y relamiéndose de gozo como gatos panzones. Ahí están las derechas todas, con su típico aderezo de banqueros, altos empresarios, malabaristas del dinero, rentistas de alcurnia, vividores varios, beautiful feísimos y ciudadanos de orden. Ahí están, en fin, en pleno trompeteo, zapateado y cencerrada para celebrar la muerte del comunismo. Y es tal el desmelene de su euforia que, pedantones y chulapos, añaden que tal muerte supone en realidad el definitivo fosfatinamiento de la izquierda. Tremenda cruz la de todos los ciudadanos progresistas que, en estos días, están teniendo que aguantar los torpes sarcasmos de esos compañeros de oficina que siempre han sido los más conservadores y pelmazos. Andan las derechas crecidísimas.A mí me asombra, sin embargo, la suprema inocencia con que esas derechas creen en la perdurabilidad de su propio mundo, máxime cuando los mercados internacionales de valores sufren espasmódicos colapsos y las bolsas de miseria de los países industriales son cada vez mayores. Por ejemplo. Y sobre todo me pasma ese intento de acaparar las buenas nuevas. Porque buena nueva es, para las gentes progresistas, que se liquide el imperio estalinista, que las dictaduras estatales se hagan trizas. Que no me venga ahora la derecha atesorando los cascotes del muro de Berlín e intentando enterrar con ellos a la izquierda. Esta fiesta también es la mía.
De modo que habrá que repetirlo una vez más: las derechas y las izquierdas aún existen. Han cambiado, sin duda, porque el mundo cambia; pero en la sociedad hay excavadas trincheras no cruentas que defienden intereses muy distintos. Que dejen los conservadores de frotarse las manos, que se recuperen de su tonto vahído de autocomplacencia. Porque, por mucho que el muro se derrumbe, siguen existiendo otras opciones, otras maneras de vivir y otros valores.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.