Feliz cumpleaños, Ionesco
Querido Ionesco.Para celebrar tu octogésimo aniversario, tus 80 añitos como 80 soles, una docena de amigos cenamos contigo. Sin proponérnoslo hablamos en neo-español, enigmática lengua de piratas que inventó hace 40 años el profesor de tu Lección. Para creerla, había que oír tamaña brocheta de acentos macizos y ardorosos ensartados por la varilla del francés: el volapük de todos los metecos. La mayoría era rumana como tu nombre indica. Faltaba a la cita Mircea Eliade: fue en vida un contertulio que como un héroe de Fernández Arroyo se hacía "el amo del cotarro" por su ingeniosidad y su sabiduría aún mayores que las de su portentosa Historia de las creencias e ideas religiosas en tres volúmenes y, ¡ay de mí!, en tan sólo 1.600 páginas de felicidad en sesión continua. Por cierto, un día le oí decir que fue nombrado catedrático de la universidad de Chicago... sin haber aprobado el bachillerato. Durante toda su vida, juntando el desasosiego con el pavor, vivió, como una pesadilla en cámara lenta, el instante en que las autoridades académicas le descubrían como le parió su madre. Esta pesadilla de tu compatriota me recuerda uno de tus sueños: tus padres muertos vinieron del cementerio a verte. Les dijiste que ya eras un célebre escritor. Tu padre no quiso creerlo. Para convencerle abriste uno de los cajones de tu mesa. Allí guardabas algunos de tus libros. Pero cuando fuiste a sacarlos comprobaste que en el cajón sólo había unas cuantas cuartillas arrugadas en las que figuraban unos garabatos infantiles incomprensibles.
La verdad es que durante toda la noche reinó una tenue euforia difusa. Quizás al verte tan bien, tan emprendedor tras los achaques de la primavera pasada. Daban ganas de comerte a besos. Es posible que también esa esperanza que viene del Este, tan impetuosa que no hay telón, ni de acero, que le resista, nos encandilara a todos.
¡Menudo cambio! Hasta las campanas del Kremlin están mudando el pellejo. Ya no encontrarás obturados los micrófonos, atrancadas las pantallas y taponadas las conciencias a la hora de decir lo que opinas sobre Su Majestad Abyectísima el Opresor de Rumanía. Hubo época, y reciente, ayer, en que poner un pero al tirano de Bucarest, por nuestros lares era tan morrocotudamente difícil como hazañosamente temerario. A aquel que, como tú, no quiso callarse, como hubiera sido su interés, ante los crímenes de Ceaucescu y madame se le acusaba por lo menos de reaccionario. Aun sabiendo que eran muy capaces de todo, tú seguiste como una voz en el desierto defendiendo a las víctimas de la barbarie.
Eran aquellos tiempos en que, tras la fabricación por la policía rumana de falsos documentos oficiales, le retiraban el premio Goncourt a un novelista de origen rumano. Hoy, felizmente, ya puedes decir la verdad sobre el Espantajo de Sangre de los Cárpatos sin que te tachen de agente de arcanos imperialistas. Tus amigos cubanos exiliados no disponen aún de esta vara alta. ¡Ay! de aquel que suelte, como yo lo hice imprudente en TVE, una verdad como un puño: "Que el comunismo del caudillo bufón de Cuba ha ocasionado en la isla más muertes que el cáncer". ¡Paredón!
Me atrevería a decir que gracias al ambiente creado por tu cena Cioran parecía... discretamente eufórico. Nunca le había visto tan risueño e incluso tan pizpireto. Y sin embargo, genio (sí claro, genio, y hasta genio al infinito) y_figura hasta la sepultura, repitió varias veces: "No escribiré nunca más". "Que la vida no tiene sentido lo he dicho en todos los tonos, no voy a calumniarla una vez más", le dijo casi sonriendo con sus ojos claros chispeantes a Luce Moreau. Ésta le replicó con su agudeza a la que tan sólo vence su discreción: "No es calumnia, tan sólo murmuración". Al anarquista divino y melillense que soy yo (y a mucha honra), oír a Cioran le proporciona una población amontonada de sagaces ocurrencias y de deleites cuasi forajidos:
"Solicité una beca al Gobierno español y creo que cuando me la iban a conceder estalló la guerra civil".
"Rumanía es un país en el que sólo se puede errar. En España se alcanza el fracaso".
"Sigo leyendo y releyendo a los místicos españoles, a Gracian, a Unamuno".
"El viaje más vibrante de mi vida lo hice a España a los 30 años. Si las circunstancias lo hubieran permitido me hubiera quedado allá y hoy escribiría en español".
Si en España yo fuera amigo de algún pez gordo le pediría que se concediera a Cioran, solemne aunque simbólicamente, ¡ya!, la beca que solicitó hace medio siglo. Pero la mayoría de nuestros alguaciles culturales son tan fanáticos que ni se han percatado de que el muro de Berlín se ha desmoronado. Siguen emperrados en creer que el mundo está partido por gala en dos: a la izquierda los buenos materialistas de pro y a la derecha los infames anarcoliberales. No obstante, no pierdo la esperanza. Esta beca podrá concedérsela el iconoclasta murciano José Manuel Garrido o la novia de España.
A propósito de fanatismo estaliniano, un amigo rumano te informó que tu nombre, Ioñesco, no figura en ningún libro de Rumanía. Eres un no-ser de la cultura. En verdad es la única distinción que puede otorgarte Ceaucescu sin mancillarte.
En mi último viaje a Moscú leí una pancarta redactada en inglés con esta súplica: "Trabajadores de todos los países... perdonadnos". ¿Te pedirán perdón algún día todos estos censores vergonzantes que pululan aún en algunos teatros occidentales y que con tanta inquina te siguen vetando? En su día tú les llamaste matones.
Con tu mujer Rodica y tu hija Marie France comulgaste la mañana de tu cumpleaños y rezaste por tus amigos y tus enemigos. Pero si el espíritu de estos últimos necesitan todas tus oraciones, tranquilízate, sus porvenires están asegurados. Son gentes que cambian de can-úsa con la pericia del camaleón. Te pasmaría conocer la cantidad (y hasta la calidad, ¿quién puede negarlo?) de españoles que viraron sin romperse ni mancharse del azul movimiento al rojo de la rosa en el poder. Ya verás con qué facilidad y ajustado timbre aquellos que entonaban la oda al "justísirno" sistema penitenciario soviético cantarán el himno a la libertad democrática.
Soplaste las velitas del pastel y comentaste con humor: "Mucho tenemos que hacer durante el próximo decenio". Seriamente todos quisimos decirte que, en efecto, mucho esperamos de tu indómita independencia y de tu genio excepcional.
Y que cumplas muchos decenios como lo deseo y me importa.
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