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La melancolía revolucionaria

El melancólico siente el tiempo como si no pasara, congelación voluntaria que le sume en la inercia más profunda y en la completa indiferencia del ánimo. La existencia queda suspendida en un éxtasis suave, la temporalidad se cosifica, "et le temps m'engloutit par minute" (Baudelaire). El melancólico -comenta Walter Benjamin- sucumbe al compás del segundero, y va perdiendo todos los recuerdos de los que ha vivido, que se concretan en ruinas, hundiéndose en la caverna inmemorial. Ya no quiere intentar ninguna experiencia, y hasta recordar un perfume, un sabor o un panorama pulveriza el tiempo, precipitándole en la nada. Como no quiere vivir, los días se convierten en un discurrir vacío. Nada pasa que le tiente o atraiga, y la evocación melancólica del pasado es para enterrarlo, para separarse definitivamente de su presencia ausente. Al no experimentar la sucesividad continua y discontinua del tiempo, el melancólico se siente al margen de la historia. Solamente la experiencia vital renovada, fluida, crea la conciencia histórica. En consecuencia, hay que sentir el lento hacer y deshacer del tiempo en nuestra interioridad para que se constituya la historia como proceso y, exista objetivamente. A la vez, sin compromiso o participación apasionada en cuanto acontece, sin vivir la historia real, no podemos disfrutar las experiencias íntimas, reflexivas, del tiempo. Por esta razón, un melancólico que siente el spleen de vivir desdeña todo lo que le pasa por dentro, en oposición a otro tipo de melancólico que vive sumergido en las delicias de sus propias vivencias. En ambos casos, ese tiempo que viven o por el que se desviven carece de historia, porque la conciencia melancólica se desinteresa del proceso objetivo del suceder. Sin embargo, a un personaje de Edgar Allan Poe tanto le perturbaba el paso de las agujas del reloj que cualquier desviación de la hora exacta le desazonaba íntimamente, probando así que el melancólico experimenta como nadie el vacío de la desintegración temporal en su exterioridad mecánica. En oposición, la durée bergsoniana se vive sin cortes ni fisuras, en un disparado élan continuo. Pero esta conciencia interior del tiempo estratifica la historia, ya que, al no existir cortes tajantes, no hay el antes y el después propios del acontecer. Es la melancolía del que vive, o se vive, sin asomarse al decurso del tiempo objetivo.La melancolía demuestra un desinterés completo por la vida real. "El melancólico ve con terror que la tierra recae en un estado meramente natural. No exhala ningún hálito de prehistoria. Ningún aura" (Walter Benjamin). Así se origina una brusca escisión o ruptura violenta entre el ser y el acontecer. Sí en el mundo real nada ocurre que interese, el tiempo histórico se desvanece. Entonces, el hombre corre peligro de que su melancolía se convierta en contemplación vacía, propia de los que miran el horizonte sin ver ninguna perspectiva.

Ahora bien, la melancolía no surge solamente de las ruinas de un pasado ni. del hueco del tiempo; puede nacer cuando se percibe en el presente una tendencia apenas esbozada, una promesa de ser o una nueva realidad en ciernes. Nada más melancólico que forjarse ideas sobre el mundo presente que pueden transformarlo para que sea mejor, y cuya realización, no inmediata, algún día se plasmará en realidad. Esta esperanza histórica origina una melancolía revolucionaria serena, confiada en el futuro que está oculto en la actualidad. Walter Benjamin, en su teoría del Jetztzeit, concibe el tiempo real como salvador de la injusticia e iniquidad que vive el hombre. Lo original de su concepción radica en que descubre la utopía de felicidad en el presente, que no lo considera pasajero y efímero, sino el punto de arranque de nuevos valores y tendencias históricas. A diferencia de Ernst Bloch, para quien la función de la conciencia es anticipar lo que sabemos llegará a ser, Benjamin afirma que la natural tendencia humana a la felicidad constituye la raíz de la esperanza, aunque no se posee la certidumbre ni la seguridad de su cumplimiento. Estas dudas sobre la posibilidad de realizar la promesa que contiene la idea crean melancolía. En Angelus novus, cuadro de Paul Klee, el ángel mira hacia atrás mientras la tempestad le arrastra hacia adelante. Benjamin deduce de esta imagen que las ruinas del pasado son las que crean y determinan el futuro. Se comprende la melancolía revolucionaria porque es imposible cortar con el ayer que hemos vivido. Es lo que Sartre señala como "el peso de lo práctico-inerte" en el proceso creador de una nueva etapa histórica. El pasado no se ha ido todavía cuando estamos constituyendo las bases del futuro. El hombre, arrebatado de esperanza histórica, se melancoliza ante la lenta morosidad en el cumplimiento del fin ideal por el que ha luchado tantos años. Benjamin sostiene que no hay un saber a priori del futuro, lo que no significa estancamiento de la historia, pues la evolución es ley natural, y los hombres saben apropiarse el sentido del pasado para orientar el futuro al logro de sus propios objetivos.

El progreso no es nunca automático ni lineal, y podemos permanecer confiados, esperando que se produzcan los acontecimientos por sí mismos. Esto origina la melancolía revolucionaria negativa, que se reduce a una pasiva ilusión en el cumplimiento de los ideales históricos sin hacer nada para llevarlos a cabo. Los melancólicos de este signo analizan los sucesos con la seguridad racional de un juicio preconcebido. Sin embargo, cuando los hechos desmienten su confianza caen en la más negativa de las melancolías: la decepción histórica. En consecuencia, no se puede renunciar a la participación en el proceso histórico para lograr que se cumplan las promesas del futuro que contiene el presente. Pero, aun así, renace la melancolía, porque no se sabe con seguridad si la acción revolucionaria tendrá éxito o fracasará. Ya hemos visto que del triunfo de las revoluciones francesa y soviética se ha seguido el fracaso de otras revoluciones en distintos países. De lo que se deduce que ya no es posible el arropamiento en una permanente y dogmática certidumbre. Piensa Benjamin que la esperanza se une libremente con la melancolía más aflictiva, sin que ésta pueda dominar aquélla.

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La melancolía positiva se sufre luchando activamente por el futuro, siendo conscientes de la problemática realización de la utopía. Esta melancolía no desespera nunca, ni se abandona a esa torpe incertidumbre que Heva a renunciar a la historia. Su melancolía sobrevivirá a todos los fracasos, manteniendo despierta la conciencia de las posibilidades que contiene toda realidad. En Einsbahnstrasse, Benjamin comenta el cuadro Spes, de Andrea Pisano: "El personaje sentado intenta coger con la mano un fruto que le parece inalcanzable". A través de este signo plástico expresa su melancolía porque el socialismo no es una realidad total ni tampoco perfecta como soñaba, pero no desesperó de la historia y la inmanente finalidad hacia la que se dirige.

La melancolía revolucionaria también está presente en el pensamiento de Marx cuando afirma: "El comunismo es la forma necesaria y el principio enérgico del porvenir inmediato, pero el comunismo no es, en tanto que tal, el fin de la evolución humana ni la forma última de la sociedad". Descubrir que el ideal por el que se lucha es una etapa más en el infinito desarrollo humano puede originar la melancolía apesadumbrada y paralizante de que hemos hablado. Pero cuando se comprende que el socialismo, al ser heredero de la burguesía y del capitalismo, se verá afectado por la arraigada propiedad privada que niega, la melancolía se conciencia como esperanza dilatada o aplazada. Entonces, esta melancolía revolucionaria hará más intensa y fe cunda la lucha por el objetivo histórico, a sabiendas de que éste es limitado y finito.

Carlos Gurméndez es autor de Teoría de los sentimientos.

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