Lectura gallega
MANUEL FRAGA está eufórico tras los resultados electorales del 29-O en Galicia. El Partido Popular (PP) ha mejorado sus resultados respecto a las legislativas de 1986, mientras que el PSOE, desde hace dos años al frente de la Xunta, pierde el apoyo de cerca de 5.000 electores. Si en las elecciones autonómicas del 17 de diciembre se repitiesen los resultados de la última consulta, el PP, sin alcanzar la mayoría absoluta, tendría el Gobierno prácticamente asegurado. Sus 36 hipotéticos escaños, sobre un total de 75, bastarían para que Fraga saliese investido presidente con el apoyo o incluso la abstención de los cinco diputados del CDS, que parece abocado a saldar en Galicia la deud a contraída con el PP en Madrid. Los 29 parlamentarios que hubiese obtenido el PSOE de celebrarse las autonómicas el pasado domingo, de poco le valdrían ante el hundimiento de sus actuales socios nacionalistas.Tras echar estas mismas cuentas, Fraga sueña dé nuevo con la mayoría absoluta. Se ha comprobado que la estrategia de los socialistas gallegos de separar las autonómicas de las legislativas -convencidos de que Aznar se estrellaría en su puesta de largo y de rebote hundiría aFraga en Galicia- no garantizaba por sí misma el éxito. Superado este peligro, el líder popular puede pensar, con razón, que será más fácil luchar ahora contra González Laxe que contra Felipe González.
En cualquier caso, la batalla no está decidida de antemano. El electorado gallego ya ha demostrado en ocasiones anteriores que su comportamiento varía según el carácter de la convocatoria. En las autonómicas vota menos socialista que en las legislativas, pero también menos CDS y más nacionalista. Por tanto, parece dificil que el partido de Suárez logre retener el apoyo logrado el 29 de octubre, sobre todo después del revés que ha sufrido en el conjunto del país. Y todos los grupos nacionalistas -de derecha, de centro y de izquierda- prefieren al PSOE en el Gobierno antes que al todavía presidente del PP.
Además, las elecciones legislativas han revelado un fenómeno hasta ahora insólito en Galicia. Los socialistas, que habían basado su avance de los últimos años en las provincias de La Coruña y Pontevedra -las más urbanas de la comunidad-,- pierden apoyo en las grandes ciudades a favor del PP, pero lo ganan en el medio rural, en ese núcleo de gallegos que tradicionalmente vota al poder, lo ostente quien lo ostente. Este crecimiento del PP en teóricos feudos del PSOE podría estar relacionado con la nueva imagen y el sesgo de moderación introducidos por José María Aznar en el discurso de la derecha. Si eso fuese así, Fraga se convertiría una vez más en el peor enemigo de sí mismo: sus apocalípticas intervenciones durante la última campaña ofrecen inmejorables bazas a sus rivales y pueden convencer a parte del electorado a prestar su apoyo al PSOE con tal de impedir que Galicia se convierta en un reducto ultraconservador.
Pero si parece conveniente que Fraga se abstenga de asustar al personal, tampoco estaría mal que en los días que restan para las elecciones los socialistas abandonasen la reiteración de prácticas que recuerdan demasiado al folclorismo tan reprochado en su día a la derecha. El electorafismo de la peor especie -el presidente Laxe y sus conselleiros apenas tienen otra dedicación desde hace varias semanas que inaugurar una obra tras otra, a veces apropiándose de realizaciones ajenas- nace de la convicción de que el ciudadano traga con lo que le echen, principio que, sin embargo, han refutado los hechos en numerosas ocasiones. Además, la ya célebre moción de censura contra Fetnández Albor se justificó en su día por la necesidad de cambiar las formas de gobierno en una tierra de famosos caciques.
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