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Tribuna:DESPUÉS DE LAS ELECCIONES
Tribuna
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¿Vuelve la izquierda?

Antonio Elorza

Los números parecen indicarlo. Con excepciones como esta ciudad de Madrid, cuyos habitantes acomodados tan poco agradecen una política pensada y realizada para ellos, el mapa electoral apenas ha sufrido cambios significativos el 29 de octubre, y dentro de ese panorama de estabilidad lo más relevante ha sido la doble victoria de las opciones autodefinidas como de izquierda. Izquierda Unida (IU) sale por fin de la sima en que se hundiera el Partido Comunista de España (PCE) de Santiago Carrillo hace siete años y el PSOE revalida un tercer mandato para dirigir el país. El centro declina irreversiblemente y la derecha trabaja de cara al medio y largo plazo.Ahora bien, vistas las cosas de cerca, el panorama resulta menos optimista. Pasado el susto de una mala noche, nada indica que el PSOE ensaye una rectificación de su modelo político. Ni en sus relaciones con los sindicatos, donde el objetivo principal consistirá previsiblemente ahora en intensificar el acoso y derribo del grupo dirigente encabezado por Nicolás Redondo, ni en la concepción del aparato de Estado como férreo tutor de las conciencias de los ciudadanos. Ante lo que está ocurriendo en TVE, antes, en y después de la noche electoral, hay que apelar con desesperación a los clásicos del liberalismo para recordar lo que significa la información en la democracia. Lo que Tocquéville dijera de la Prensa ha de aplicarse hoy a la nueva estructura de los medios, para concluir desde ese ángulo que la libertad política está siendo cada día seriamente dañada, y mal podremos esperar remedio del pluralismo restringido de Berlusconi o de redes censitarias. Por este lado, el balance para la izquierda es de suma cero.

En cuanto al salto electoral de Izquierda Unida, su principal efecto reside en que por vez primera desde 1982 cabe reconocer la existencia de una plataforma política para la izquierda en España. La autodestrucción del PCE hacía temer una supervivencia estrictamente marginal, con cuatro o seis diputados comunistas y una presencia efectiva limitada a unos cuantos focos de resistencia: Andalucía, Madrid, Asturias, provincias de Barcelona y Valencia. Ahora lo importante no son sólo las espectaculares recuperaciones de Madrid o Barcelona, sino las subidas en zonas como Vizcaya o Navarra, donde la llama parecía extinguida definitivamente. Hay, pues, posibilidad de hacer política con un objetivo que se apunta con claridad: confirmar en lo sucesivo la trayectoria ascendente.

Sin perspectivas de futuro, un movimiento político ha de limitarse a aplazar, como tantos otros partidos comunistas occidentales, el momento de desaparición.

La secuencia electoral, desde octubre de 1982 a las propias europeas de junio pasado, situaba a los comunistas españoles en la misma perspectiva. Ahora la tendencia se ha invertido y ello hace que Izquierda Unida pueda pensar en un futuro político real y no imaginario para representar a los amplios sectores sociales que se desgajan por la izquierda del PSOE. No es poca cosa.

Posibilidad

De ahí que los primeros comentarios de sus dirigentes insistan una y otra vez en valorar lo ocurrido como una consolidación. Ahora bien, consolidar ¿qué? Quizá fuera más exacto hablar de la aparición de una posibilidad.

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Sería francamente penoso que los buenos resultados en las movilizaciones de la campaña y en las urnas se confundieran con el precario proceso que en torno al PCE desembocó en una asamblea constituyente de Izquierda Unida donde imperaron los controles desde el vértice y las unanimidades propias de los mejores tiempos pasados.

Dada la debilidad del punto de partida, aquello fue tal vez una exigencia técnica para ofrecer una apariencia de realidad y permitir la recuperación de la perdida comunión entre el líder y las masas. Pero es claro que si Izquierda Unida aspira a constituir un movimiento sociopolítico de amplio espectro, lo que arranca de quebrar el viejo caparazón de modos políticos del PCE, ha de volver la hoja del pasado y pensar en la conjugación de las fuerzas sociales que ahora apuntan hacia ella. Ante todo, el buen éxito de imagen por la incorporación de algunos socialistas históricos, señuelo electoral que encajó muy bien en la llamada al voto UGT, plantea con urgencia el tema de la recomposición del componente socialista de Izquierda Unida, tanto orgánica como ideológicamente.

La advertencia del viejo Engels relativa a la captación de los seguidores de Lassalle por la naciente socialdemocracia mantiene su validez: "La justa táctica de la propaganda no consiste en arrancar o desviar aquí y allí del adversario unos cuantos individuos, miembros de la organización adversa, sino de actuar sobre la gran masa de aquellos que aún no han tomado posición". Igual que ocurre con el estado nebuloso en que, otra vez con la excepción de los notables, se halla el sector independiente de la coalición, la presencia socialdemócrata se mantiene en la indeterminapión, escindida entre un pequeño partido sin relieve y las figuras individuales. La hegemonía comunista queda así garantizada, pero dentro de una fórmula de captación / instrumentalización que tiene más que ver con los años treinta que con la refundación de una izquierda política puesta al día.

Discurso dual

El desequilibrio afecta asimismo a una perspectiva ideológica aún sometida a oscilaciones pendulares. Los comentaristas hablan de moderación en las declaraciones de la campaña, lo que remitiría a esa deseable expectativa de reconciliación entre las tradiciones socialdemócrata y comunista, pero en el vértice se mantiene un discurso dual con toda la negatividad cargada en la cuenta de la sociedad capitalista y una alternativa a la que ya no se llama, lógicamente, construcción del comunismo, pero que apunta a una clara contraposición a aquélla. Más que un planteamiento marxista, son las dos ciudades agustinianas, incluso en las referencias simbólicas, lo cual no encaja demasiado bien con la definición de una estrategia reformadora. A pesar de la composición de la alianza, la socialdemocracia sigue encerrada en el infierno y el socialismo real navega entre las actitudes tomadas en Estrasburgo al lado del Partido Comunista Italiano (PCI) y una cordialidad tradicional de fondo. Por todo ello, el complejo problema de la izquierda sociológica en España, articulada sindical pero no políticamente, encuentra sólo la respuesta de la autocomplacencia. Una vez recuperada en votos, Izquierda Unida "ocupa el centro del ruedo", apreciación un tanto desmesurada, eco de la antigua concepción del partido-vanguardia, desde la que difícilmente incidirá sobre los problemas centrales del sistema político, salvo en un plano testimonial.

Sin garantías

En todo caso habría que advertir que nada garantiza el éxito de la posible racionalización. La reciente experiencia italiana muestra más bien lo contrario. En las elecciones municipales romanas, varios años de malgoverno culminados en grandes escándalos que llevaron a la consulta anticipada, han desembocado en el triunfo del partido que encabezó la gestión corrupta, la Democracia Cristiana (DC), y en el retroceso del que encarnara anteriormente ,su alternativa, el PCI. Ni el colapso total del tráfico en la ciudad a cuatro días de las elecciones alteró la deriva conservadora del voto. Ello hace pensar que la ola de fondo conformista que arranca de la pasada crisis económica mundial, reforzada por la sombra que sobre todo proyecto reformador impone el desmoronamiento del socialismo real, se traduce en una propensión generalizada a la estabilidad que bloquea la adhesión a las políticas de izquierdas. Aunque el fundamento objetivo de éstas siga hoy tan vigente como hace dos décadas. No en vano el recurso principal para alentar ese conformismo, tanto en la campaña electoral del PSOE aquí como en la romana de la DC, consistió en atraer la vista de los electores hacia esa Europa del Este hermanada para la ocasión con Izquierda Unida y el PCI. El eslogan de 1982 ha girado hasta un inequívoco "no hay que cambiar". En tales circunstancias puede resultar eficaz momentáneamente la introducción de elementos de liderazgo carismático y de adhesión de tipo comunitario, sobre el supuesto de la posesión de la verdad. Pero lo que es válido como clavo ardiendo para lograr una supervivencia política puede convertirse en callejón sin salida al impedir la definición de cualquier tipo de estrategia transformadora. Y ésta es algo más que el recetario contenido en un programa electoral. No es cuestión de que la izquierda vaya a disputarle a Dios la facultad de crear; bastante tuvo con irse librando de la transferencia de sacralidad que la afectó desde sus orígenes y bastante tiene hoy con pensar su propia transformación para así navegar con mediano éxito contra corriente.

Antonio Elorza es catedrático de Historia del Pensamiento Político de la facultad de Ciencias Políticas de la universidad Complutense.

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