Condicionamientos económicos de una apertura política
La reforma política húngara supone una de las experiencias más ambiciosas de transformación democrática llevada a cabo en una economía de planificación central, según el autor, para el que debe subrayarse que el empeoramiento de las condiciones económicas, con la inevitable intensificación de los desequilibrios, puede llegar a socavar el propio proceso de transformación política.
Desde que se produjo el relevo de Janos Kadar de la secretaría general del Partido Obrero Socialista Húngaro (POSH), los acontecimientos se han sucedido con velocidad vertiginosa: la profunda renovación de los organismos dirigentes del POSH y del aparato estatal; la legalización de organizaciones políticas de orientación no comunista; el anuncio de inminentes elecciones democráticas, que reflejen el pluralismo real de la sociedad; el mayor protagonismo de la esfera legislativa; la rehabilitación de la figura de Imre Nagy y la rectificación de la valoración tradicional que se mantenía sobre los sucesos de 1956, y la posibilidad de abandono de las estructuras del Pacto de Varsovia.En estos últimos días se ha celebrado el congreso del POSH. Los acuerdos adoptados suponen una importante ruptura con los postulados de funcionamiento básico de los partidos comunistas; la creación de un nuevo partido, el Partido Socialista Húngaro, de orientación socialdemócrata; la confirmación de la abrumadora e irresistible ascensión de Imre Poszgay y del sector más reformista, que ha desplazado a los partidarios de una reforma más parcial y controlada, y la definición con más nitidez del ámbito de la reforma política y de sus enunciados democráticos.
Parece fuera de toda duda el enorme alcance de todos estos cambios políticos. La reforma política húngara está suponiendo una de las experiencias más ambiciosas de transformación democrática, no frustrada, llevada a cabo en una economía de planificación central. Se ha consolidado una perspectiva que supone una ruptura con el mecanismo de dominación política tradicional, caracterizado por el monolitismo político y el control del partido sobre el aparato administrativo, los organismos económicos y las manifestaciones de la vida social. En este sentido, resulta evidente que los presupuestos democratizadores que encarna la reforma conducen inevitablemente al debilitamiento de las estructuras jerárquicas y de la hegemonía del POSH. Se ha terminado por imponer una estrategia que vincula los aspectos económicos y políticos y que no concibe la reforma económica sin una reforma política de signo democratizador. Parece asimismo claro que el reconocimiento de la pluralidad realmente existente en Hungría supone integrar el conflicto, que nace de la diversidad de los intereses en presencia, como motor de la dinámica social.
Lo que está sucediendo en Hungría no responde a una estrategia preconcebida de los grupos que tradicionalmente han disfrutado de los beneficios del poder, con la pretensión de seguir conservándolo. Tampoco debe ser contemplado como el producto de un diseño previo concebido por los sectores de la oposición.
Aumentar la productividad
Más bien es el resultado de una profunda inadecuación de las estructuras políticas tradicionales en la nueva situación donde se pretende dar cauce a todas las potencialidades de crecimiento económico, atrapadas en el modo centralizado de gestión, y favorecer el aumento de la productividad. Es decir, el objetivo del crecimiento intensivo resulta incompatible con el marco político que hizo viable la industrialización forzosa.
Aun cuando ningún proceso que dependa de la dinámica social puede considerarse irreversible, y, en consecuencia, no puede descartarse un retroceso, tanto el alcance de las transformaciones democráticas como el marco político finalmente resultante no están definitivamente perfilados. Es necesario considerar, por un lado, la resistencia que ofrezcan las fuerzas conservadoras, que, si bien han perdido la iniciativa, no están definitivamente derrotadas. Para su recomposición cuentan con las poderosas inercias burocráticas y la desmovilización social generadas durante décadas; el peso del aparato administrativo y económico, vinculado a los tradicionales procedimientos de gestión, y la utilización demagógica del descontento social existente ante una situación económica que empeora a cada momento.
Por otro lado, el bloque democrático es enormemente heterogéneo, en cuanto a los intereses que las distintas organizaciones pueden representar. La articulación de una base social que está accediendo a una posición privilegiada con la instrumentación de la reforma económica puede limitar el alcance del proceso democratizador si accede a los resortes del poder. Pero también si la reforma política se sustenta en un diseño estratégico de superación de la crisis y se alcanza un amplio acuerdo social sobre los objetivos a medio y largo plazo, los costes y las contrapartidas, el proyecto de democratización puede alcanzar nuevos vuelos, contribuyendo a la recomposición del tejido social.
El escenario político húngaro presenta todavía; como se puede apreciar, contornos inciertos, y cualquier incursión en el futuro resulta una temeridad. Sin duda, la confrontación de las diversas opciones en liza en las elecciones generales, a celebrar en el próximo año, permitirá identificar los respectivos proyectos y dará lugar a un mapa político más estable.
Crecimiento negativo
Pero mientras que el proceso político avanza impetuosamente, la situación económica continúa empeorando. El producto material neto se encuentra en una situación de virtual estancamiento y la producción industrial registra tasas de crecimiento negativo. Al mismo tiempo que se reduce la oferta de recursos productivos crece lentamente su productividad. El nivel de vida empeora, registrándose caídas en el consumo personal y fuertes aumentos en la tasa de inflación, con merma de la capacidad adquisitiva de la población. A pesar de la introducción de nuevas figuras impositivas y de las políticas de reducción del gasto presupuestario, el déficit público se mantiene en unos niveles inquietantes. Un pilar fundamental del superávit en la balanza comercial continúa siendo la contracción de la actividad importadora, con el consiguiente impacto negativo sobre el crecimiento económico y la modernización del aparato productivo. Y el nivel de endeudamiento, si bien se ha contenido su incremento, permanece en unas cotas muy elevadas, gracias al comportamiento desfavorable de la balanza de servicios, responsable del déficit de la balanza por cuenta corriente.
Debe subrayarse que el empeoramiento de las condiciones económicas, con la inevitable intensificación de los desequilibrios y la agudización de las desigualdades, puede llegar a socavar el propio proceso de transformación política. Pero también la aplicación de unas reformas económicas a todas luces insuficientes y la postergación de una auténtica política de ajuste estructural está conduciendo a un agravamiento de los problemas, cada vez más intratables, y ya está provocando la adopción ele dolorosas medidas de saneamiento.
Al igual que el proceso de cambio político puesto en marcha en Hungría ha terminado por devorar a algunos de sus más significativos protagonistas, justamente a los representantes de los proyectos de reforma más tibios, los antiguos remedios se han evidenciado ineficaces ante la magnitud de los problemas económicos a resolver. Cada vez es más urgente elaborar políticas que se propongan modificar radicalmente la base tecnológica y productiva de la economía húngara, y al mismo tiempo definan un nuevo marco de gestión que sustituya el modelo burocrático y centralizado. Al servicio de ese objetivo es necesario poner todo el caudal de transformación que la reforma política está generando.
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