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LA BATALLA POR EL VOTO

Felipe González descubre España

Pocos jóvenes asisten a los mítines del PSOE

Francisco G. Basterra

Al atardecer del sábado 14 de octubre, Felipe González Márquez, presidente constitucional del Gobierno español desde 1982, descubría con cierto asombro el, en su opinión, buen estado de las carreteras españolas. Por primera vez en cuatro años, el jefe del PSOE se había bajado del avión, del helicóptero y del coche oficial y circulaba, a 120 kilómetros por hora, en dirección a Alcázar de San Juan (Ciudad Real) por la autovía, aún en construcción, que une Madrid con La Mancha.

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Felipe González, mientras rumiaba los 15 años que lleva al frente del PSOE -justo los cumplía ese día-, y lo lejos que quedaba su elección en el congreso de Suresnes, a las afueras de París -gracias en gran parte a Nicolás Redondo- veía, por unas horas, algo de la España real. Lo mismo le ocurriría días después en Bilbao -que no pisaba desde 1986-, en La Coruña o Gijón.Con su hija María al lado -a La Coruña se llevó a David y a Bilbao a su mujer, Carmen- y acomodado en el asiento trasero del Fiat Lancia del partido, González reflexionaba sobre su futuro político y sobre la campafia que estaba a punto de comenzar. Y apuntaba en su cabeza algo que diría en su primer mitin: "en 1974 nadie podía imaginar cómo está España hoy". A las nueve de la noche, despojado ya de la chaqueta gris de monclovita y abrigado por un jersei náutico más informal pero siempre con corbata, se enfrentaba, como tantas otras veces, a 15.000 entregados fieles de la parroquia actualmente más segura para los socialistas.

La España profunda, campesina, de edad. La constante aparición de la tercera y cuarta edades y la ausencia significativa de jóvenes en los mitines socialistas es una realidad que preocupa a los estrategas del PSOE, que la consideran como un grave problema a medio plazo.

Y poco después de las nueve de la noche, en el estadio de la Gimnástica Alcázar -superando sin aparente esfuerzo y con profesionalidad mitinera una gripe medio curada-, comentaba lo bien que están las carreteras "que no tienen nada que ver con las de 1982".

El zar regional, Romanones de Castilla La Mancha, José Bono, que ha logrado para el PSOE dos mayorías absolutas seguidas en la región, telonero del primer mitin de Felipe, acababa de ir aun más lejos al afirmar que "desde Primo de Rivera (el dictador desde 1923 a 1930) no se había puesto un adoquín en las carreteras españolas". Alfonso Guerra, unos días después, aseguraba en Valladolid que en 40 años la derecha no hizo ni un kilómetro de carreteras. Recuerda la campaña a la España del Estado de obras; y Guerra reitera en un mitin la promesa -por supuesto sin plazos y sin cuentas- de unir todas las capitales de provincia por autovía.

Han sido necesarias unas elecciones para que Felipe González, que viaja más a París o Bonn que por el país que preside, excluyendo sus monásticos veraneos en el Coto de Doñana, salga de la Moncloa. Y lo ha hecho a remolque de los estrategas electorales del PSOE que han conseguido que su primera arma electoral acceda a participar en siete mítines. Sin demasiado entusiasmo. Prefiere el presidente del Gobierno hablar con George Bush o François Mitterrand sobre Hungría y la quiebra histórica del modelo comunista que ocuparse de Julio Anguita desde el coso de una plaza de toros. Un ministro del Gobierno que le acompañó la semana pasada a Washington dijo a EL PAÍS que "Felipe no está en las elecciones. Y he tenido 14 horas largas de avión para comprobarlo", añadió.

Bien es verdad que estas apariciones del candidato del PSOE en la escena internacional, con Bush en la Casa Blanca elogiando al "amigo González" y a España como modelo democrático para los países del Este -y con Mitterrand en Valladolid, el feudo de Aznar-, valen más que mil plazas de toros llenas: son los 38 minutos de telediarios de TVE dedicados al viaje a EE UU, "donde no me importaría vivir", dijo -buen mensaje para los votantes de la derecha-; 38 minutos incluidos en una información valorada como primera noticia del día, por encima del Nobel a Camilo José Cela o el terremoto de San Francisco. O la reiteración de planos del presidente español en la cumbre de Valladolid también en apertura de informativos, con el toque añadido de Felipe saludando cariñosamente a unas monjitas en un convento de Tordesillas.

Cómodo con la economía

Y sin embargo, aunque como dicen sus cuidadores, "no es dado al populismo" y "prefiere la soledad del despacho y el estudio de los dosieres" al roce callejero con la ciudadanía, Felipe González conserva aún en el séptimo año de su era su gancho mitinero. Más contenido, menos fresco, pero todavía llega. En ésta su quinta campaña por La Moncloa, González habla como si ya estuviera en la historia y por encima de la meleé. "No veo mucha televisión y no me preocupa la televisión", asegura. Se queja de que "siete años es un período histórico demasiado corto" y pide el voto para cerrar con mayorías estables (la palabra "absoluta" está prohibida por el catón de campaña del partido), al borde del siglo XXI, un proyecto de riqueza y crecimiento -que sería la más grande revolución de la historia de la España contemporánea".

Se encuentra más cómodo el presidente hablando de economía -disciplina de la que ha aprendido mucho, en sus comienzos de la mano de -Miguel Boyer- y de política internacional, que de la política diaria interior. Explica por qué es importante para los españoles lo que pasa en el Este, y que "el agujero de ozono nos afecta a todos". Y por qué es necesaria hoy la solidaridad de España con Latinoamérica; y recuerda lo que hizo ese continente por los exiliados tras la guerra civil.

Advierte que él no es economista, y precisa: "pero procuro enterarme". Y explica que el crecer por crecer no es una política en sí misma y que la economía es sólo un instrumento para hacer una política más solidaria. "Pero, si no funciona este instrumento, lo demás son cuentos". Arroja sobre sus auditorios cifras de la macroeconomía y les habla del Fondo Monetario Internacional y de la "inflación subyacente", aun a sabiendas de que le siguen muy difícilmente.

Explicó en Alcazar, a una atónita población agraria de tercera edad, cómo en 1982 "sólo teníamos 3.000 millones de dólares de reservas, y el FMI", agrega, "estaba a punto de dictarnos la cartilla; y ahora tenemos 48.000 millones de dólares en caja. Antes de que el Fondo Monetario Internacional nos dijera lo que teníamos que hacer con una economía en ruinas lo hicimos nosotros".

No es suficiente

Considera Felipe González que una golondrina no hace verano. Y que siete años de poder, de ellos cuatro de fuerte crecimiento, no son suficientes. Quiere seis o siete años más y ello sólo puede hacerse, en su opinión, con un gobierno estable, de mayoría. Y pide paciencia antes de repartir el pastel que los sindicatos quieren cortar ya, "la tenacidad que nos ha faltado muchas veces en nuestra historia". Es el suyo un mensaje de eficacia y de persistencia en una política de refor3 mismo permanente que entiende que es la única posible. Para Felipe, el coraje cívico es "tener valor desde el principio de la campaña para decir que no se puede continuar creciendo por encima de las posibilidades".

Respinga González cuando el periodista le pregunta qué le que, da, en toda esta lección magistral de crecimiento estable, de su disi curso ilusíonante de regeneracionismo cívico, de rearme moral de sus viejas campañas. Y en los mítínes habla otra vez de "coraje", de que no ha traicionado nada. "No estoy satisfecho, pero estamos mejor que hace cuatro años", reconoce en un arranque de modestia. Con este mensaje nada comprometido, Felipe lo sabe, se ganan las elecciones en occidente. Así aplastó Reagan a Jimmy Carter en 1980 y Bush a Michael Dukakis en 1988. Insiste en que el bienestar social está directamente relacionado con la creación de riqueza y que lo demás son pamplinas, y si no que se lo pregunten a los polacos o a los soviéticos.

Y como a todo profesor, le irrita que no le entiendan. A la oposición de derecha la pinta como al perro del hortelano, "ni come ni deja comer". "Me preocupa que no reconozca la realidad, no pueden negar la realidad de una economía que crece". Y aún más que no ¡e crean. "Yo no he dicho nunca conscientemente una mentira". Y su rabia llega al límite al defender su honestidad personal y responder a los ataques de Julio Anguita. "Cuando me vaya me iré ligero de equipaje; nunca he hecho política por dinero, ya me decía mi padre que a mí no me gustaba el dinero y es verdad que no me gusta".

Felipe González ha mantenido en esta campaña dos promesas que hizo al iniciarla: decir en Bilbao lo mismo que en Gijón, .no cambiaré de discurso según donde esté". Y no entrar en "batallas de segundo orden". Eso, el despedace de sus rivales, lo ha dejado para su fiel escudero Alfonso Guerra, que está encantado de dar esas batallas en el espectáculo total que son sus mitines. Ante su estilo teatral -entra al escenario como un boxeador en noche grande, después de haberse choteado de la prensa local y nacional en el hotel de turno, intentando revolcar a los periodistas en una actitud antidemocrática inconcebible en la Europa a la que pertenecemos- uno cree hallarse ante un espectáculo humorístico de cabaré de un Moncho Borrajo o Pedrito Ruiz.

Sin embargo, a medida que ha ido avanzando la campaña y que los sondeos han puesto en alguna duda la mayoría absoluta, González ha endurecido su discurso, sobre todo anti Anguita. En La Coruña le pidió a Izquierda Unida que "dejen de hacer ese juego bastardo a la derecha, a la reacción". Y en Gijón solicitó abiertamente el voto a los comunistas.

La salida de Felipe al ruedo electoral ha sido una operación perfectamente orquestada por los estrategas del PSOE, los mismos profesionales que vienen haciendo las campañas desde 1977. Con un eslogan que combina la renovación y la estabilidad, "España, en progreso", en "ducados azul" (color del cambio utilizado por el partido en todas las campañas), que no compromete a nada. Identificación del partido y de la cabeza de cartel con España. Operación luego repetida con el vídeo con los 44 famosos. Y una hábil logística, para que las cámaras de televisión, siempre situadas a la izquierda del escenario, muestren tras el orador de turno la palabra España.

Nada al azar

Tres escenarios rodando por España para Felipe, Guerra y el tercer espada, Txiki Benegas, menos grandes que en el referéndum de la OTAN, para no dar sensación de prepotencia, según explican los publicistas. No se deja nada al azar. Se ha tratado de transmitir la idea de "fuerza tranquila" utilizada por Francois Mitterrand en Francia en sus campañas (el vídeo también tiene una inspiración francesa). Una bonita música pegadiza, arreglo de la banda sonora de Novecento, apoya las entradas y salidas de escena de González o Guerra. Cuando los tramoyistas logran, como ocurrió en el mitin de Guerra en Getafe, que ondeen al viento del cinturón industrial de Madrid docenas de banderas rojas, la escena la firmaría Bernardo Bertolucci.

Un servicio especial contratado por el partido suministra al cuartel general electoral, a las afueras de Madrid, todos los mítines en audio y los más importantes en televisión, en directo. Y para la gran noche de cierre de hoy en Madrid, Felipe tendrá en el podio una luz que le avisará cuando Televisión Española conecte en directo con la plaza de toros de las Ventas.

González es la pieza central de esta gran operación de video-

Felipe González descubre España

imagen. Fue fotografiado en La Moncloa por un profesional español que trabaja en Nueva York. Pero no salió bien la foto, no gustó el fondo y ya era tarde para repetir porque el fotógrafo estaba volando de vuelta a Estados Unidos. Y se silueteó con un escáner la imagen, obteniendo el actual fondo blanco, en una compleja operación técnica por la que el partido ha pagado más que por la fotografía, valorada por su autor en 800.000 pesetas.Pero toda esta espuma no sería suficiente sin el fino instinto político del candidato. Nada mejor que deslizar, en unas declaraciones a la agencia Colpisa, 24 horas antes de su entrada en campaña, que su reflexión personal le llevaba a decir que "probablemente" éste sería su último recorrido electoral hacia la presidencia del gobierno. Y no salió de ahí, ni quiso hablar de posibles sucesores. Y la afirmación de que sus ambiciones personales ya están cumplidas: "si el partido me lo pide me quedaré de secretario general o de portero de la Casa del Pueblo" [nombre que reciben las sedes socialistas]. Pero se desató la polémica y el anuncio de su potencial retirada, sin plazos, sin garantía alguna de que sea más que una jugarreta electoral o un humor pasajero, puso todos los focos del país sobre su figura. Como si estuviera pidiendo, por última vez, el voto, eso sí de mayoría absoluta, para culminar su obra. Y Alfonso Guerra advirtiendo que si se va su compadre él también abandona y filtrando la idea, en un desayuno restringido con periodistas el pasado lunes, de que las bases del PSOE se opondrían a la desaparición de Felipe.

En Bilbao, el 15 de octubre, anunció que no haría un mitin caliente sino una reflexión fría.

Fue en Bilbao, quizás por efecto de ese calor que hacía protegerse a los asistentes bajo paraguas en los tendidos, cuando al final del mitin González concluyó con la frase que quedará en la historia de esta campaña. Ahíto de autoleogios a sus siete años de mandato y de repetir que España es admirada en el mundo hoy, se preguntó: "¿Por qué no decirlo? Desde la época del emperador Carlos I España no ha sido tan respetada en el mundo como ahora". Y la plaza se vino abajo. Soltaron palomas blancas y globos. Y, otra vez, sin comer en la capital vizcaína, rápidamente al aeropuerto cruzando unas calles vacías de domingo. Y la certeza de que, muy posiblemente, Felipe González no pisará Euskadi hasta una nueva campaña electoral.

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