Náufragos
De cuando en cuando, con más frecuencia de lo que pueda uno imaginarse, algún lector me manda un sobre voluminoso, un paquetón temible, un atado de fotocopias y fólios sobados. Son los náufragos de la burocracia, las víctimas de algún proceloso agravio administrativo. Personas a las que su mala estrella hizo tropezar un día con la trama negra de los reglamentos y que quedan atrapadas, quién sabe si por vida, en su tela de araña sofocante.Los orígenes suelen ser oscuros y menudos: un bedel al que sus superiores empiezan a fastidiar porque no lleva completo el uniforme, o un catedrático que se siente postergado en la valoración de su trabajo. Pero luego el asunto crece tan desordenadamente como un cáncer y devora la vida de la víctima, que ve cómo su existencia se hipoteca en una larguísima batalla de papeles sellados contra otros papeles, partes, circulares, dimes y diretes, sanciones y sofocos, recursos judiciales e incluso apelaciones a Estrasburgo. Una ponzoña administrativa que acaba con la salud del afectado.
Angustiosa situación la de las víctimas: no sólo han sepultado lo mejor de sus vidas en el conflicto, sino que además su quejumbrosa historia es tan inextricable y tan kafkiana que ni siquiera pueden contarla a los demás. Cuántos amigos, cuántos familiares, cuántos cónyuges no les habrán abandonado, ahítos del relato inacabable de su tormento. Por no mencionar la ruina económica gestada con tanto gasto de abogados, timbres, sellos, aspirinas, tranquilizantes y fotocopias. Derrotados, los pobres envían su tragedia a la Prensa sin advertir, en su fatiga, que su historia no cabe, no ya en una columna como ésta, sino ni siquiera en un numero monográfico del diario. Obsesionados como están en la narración de su odisea, a veces parecen locos, pero lo verdaderamente loco es el sistema. Ahí están, enterrados en vida en un mar de papeles. Son los mártires anónimos de la burocracia.
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