El declive de una estrella
DURANTE 10 años, Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido, ha sido protagonista impertérrita de la vida política mundial. Sus partidarios la han apoyado sin paliativos y defendieron sus puntos de vista hasta el absurdo. Muchos de sus adversarios le han prestado, cuando menos, una admiración reticente. Y todos le tienen un respeto prudente -algunos aseguran que no hay mejor modo de demostrarlo que manteniéndose alejados de la trayectoria de su célebre bolso-. Margaret Thatcher ha conseguido que se bautice con su nombre a toda una fórmula política que sería irrepetible sin ella al timón. Para ello intentó no desviarse de principios que define como inmutables, mezcla de monetarismo, liberalismo a ultranza y sutil nacionalismo antieuropeo y proestadounidense.Hoy todos coinciden, sin embargo, en que su estrella ha comenzado el declive. Después de ganar tres elecciones generales consecutivas empieza a generalizarse la creencia de que le costará gran trabajo renovar el triunfo en la siguiente. El ambiente en el congreso del Partido Conservador que se celebra en estos días en Blackpool es más bien pesimista. Por una parte, los laboristas acaban de concluir el suyo en Brighton convencidos de que en Neil Kinnock tienen por fin a un líder socialdemócrata perfectamente capaz de ganar unas elecciones, apoyándose para ello en una ideología mucho menos radical que la que les ha mantenido alejados de Downing Street desde 1979. Por otra, se diría que la mítica fórmula thatcheriana está empezando a hacer agua por los costados. El hundimiento de la economía británica en la década de los setenta forzó la adopción de durísimas medidas, que fueron aplicadas sin contemplaciones por Thatcher a costa de un elevado precio social. Sólo así era posible el gran "renacimiento económico" prometido por los conservadores al acceder al poder. Pero en 1989 se diría que el "renacimiento" ha alcanzado su techo sin dar todo el fruto que había prometido.
En Blackpciol se empieza a apreciar que el thatcherismo tiene una factura que pagar, y no por sus errores, sino precisamente por el hecho mismo de su existencia. Llegó al poder para remediar los terribles males que aquejaban al Reino Unido, y aunque es innegable que ha enderezado parte de la decaída economía británica de la década de los setenta (mejorando el nivel de vida medio, rebajando impuestos, satisfáciendo a muchos bolsillos con la privatización de einpresas públicas), el sistema acusa el exceso de medicación. Si al llegar Thatcher al poder la inflación era elevada (10,3%), pero más baja que en otros países desarrollados, ahora ha bajado (8%), pero es más alta que en las demás naciones industrializadas. Los términos relativos se han invertido: resulta evidente que el Reino Unido ha aprovechado peor que sus socios la ola general de prosperidad de los últimos años. Llega a esta encrucijada con 14 billones de libras de déficit comercial, su moneda cayendo en picado, los tipos de interés al alza y el Bundesbank presionando por una revaluación del marco que debería forzar al Gobierno británico a enfrentarse con un hecho inevitable: la inclusión de la libra esterlina en la disciplina del Sistema Monetario Europeo.
¿Sería posible mejorar la situación con otro mandato conservador? Éste es el tema que subyace en el congreso de Blackpool: cómo revitalizar la oferta conservadora para atraer nuevamente los votos de un electorado que empieza a inclinarse claramente hacia el laborismo.
No puede negarse que hasta ahora la mayoría de los británicos ha demostrado estar sustancialmente de acuerdo con la terapia de choque aplicada por su primera ministra. Pero la dificil situación por la que atraviesa la economía, unida a lo que Margaret Thatcher promete para el futuro (medidas tales como la privatización del agua; la introducción de impuestos sobre la vivienda pagaderos por los inquilinos en proporciones absolutamente iguales, cualquiera que sea la zona de la vivienda; la sospecha de que el servicio nacional de la salud va a ser privatizado, sin que se sepa bien a quién ha de favorecer ... ), hacen dudoso que vaya a seguir disfrutando de la confianza de sus compatriotas. Se comprende que la premier no tenga prisa por acudir a unas elecciones generales que, por otra parte, no tiene por qué convocar antes de tres años.
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