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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Anacronismos

LA ESPONTANEIDAD del príncipe Felipe al declarar durante su reciente viaje a Estados Unidos que no se siente en la obligación de casarse con una princesa despeja con naturalidad las dudas que pudieran existir sobre el compromiso de la Monarquía parlamentaria española con la nobleza, a la que permaneció ligada durante siglos la Corona. Guste o no a los nostálgicos de etapas pretéritas, el razonamiento del Príncipe ha sido tan racional como convincente: "Afortunadamente, la vida no es así; va por otros derroteros".La posible opción de don Felipe por una novia ajena no ya a la realeza, sino incluso a la aristocracia no es en nuestro país un asunto políticamente baladí: según la Constitución, si su decisión fuera expresamente prohibida por el Rey y las Cortes Generales, el matrimonio excluiría al heredero de la sucesión a la Corona. La naturalidad con que don Felipe ha hablado del tema prueba que es más que improbable la adopción por don Juan Carlos o por el Parlamento de tan negativas actitudes, que casarían mal con los tiempos que corren y que crearían estériles crisis institucionales. Despeja también, por el momento, la desconfianza expresada durante el debate constituyente por el diputado republicano nacionalista catalán Heribert Barrera, que objetó el tufillo anacrónico de una norma que "recuerda", dijo, "la vieja Monarquía ligada a una concepción aristocrática de la sociedad y del Estado" y "las viejas distinciones entre la aristocracia de sangre y las personas del Estado llano (...), incompatibles con los principios dernocráticos".

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