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Legalizar las drogas

El prohibicionismo de la droga nos ha convertido a todos en consumidores: consumidores de delincuencia común, de corrupción política, de dinero reciclado, de terrorismo mafioso, de leyes policiacas, de enfermedades incurables. Consumidores de narcocracia: el poder de las organizaciones criminales que, por primera vez en la historia de la humanidad, están a punto de convertirse, si no se han convertido ya, en Estado. La economía internacional, desde la que se cuece en los prestigiosos despachos del barrio financiero de Zúrich, hasta la que pasa por la última de lascarnicerías de los mercados de Verona o de Marbella, corre el riesgo hoy de verse contaminada por el imparable y acelerado tráfico de los narcodólares, los narcofrancos, las narcopesetas, las narcoliras o los narcoyenes. Las reglas del juego capitalista han entrado en crisis. Alperturbador intervencionismo del Estado socialdemócrata le ha sustituido la devastadora intrusión de los capitales fáciles, no controlados, sobre los que nadie paga intereses. Capitales protegidos por las metralletas: capitales que corrompen y metralletas que disparan. La industria multinacional de la droga prohibida (!) aporta cada año a las arcas de los miles de Al Capone del narcotráfico la escalofriante cifra de 500.000 millones de dólares, un tercio de la deuda total de los países en vías de desarrollo. Rehenes de esta economía mafiosa y del poder armado y corruptor que la preside no son sólo la América Latina de la cocaína o las regiones del triángulo de oro asiático, sino enteras regla Europa democrátiones de ca e industrializada. La democracia política también ha entrado en crisis.Las consecuencias del prohibicionismo de la droga están a la vista de todos. Sus teóricos y estrategas proclaman su fracaso; nos muestran ciudades convulsas por la violencia, una humanidad juvenil hambrienta de heroína o del crack, flotas aéreas de narcotraficantes, los desastres del último atentado, la sangre del último policía, u hombre político, o periodista, o juez, o paseante asesinado. Y nos proponen más prohibicionismo, más guerra.

Desde el presidente de Estados Unidos, George Bush, al secretario del Partido Socialista Italiano, Bettino Craxi, pasando por la Organización de las

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Naciones Unidas y su gran aparato antidroga, un rayo de locura política parece paralizar la voluntad y la inteligencia de quienes deberían desarmar con su poder, de un día para otro, no a este o a aquel señor de la droga, no a este o a aquel cajero de este o aquel cártel, sino a todos los n arcotraficantes, a todo el narcotráfico. Sin armas ni derramamientos de sangre, sino con la única arma eficaz y segura: la legalización de todas las drogas, una ley de control y una severa reglamentación del comercio y del consumo, que transformaría lo que hoy es oro en polvo, en simple polvo blanco sin valor comercial, sin poder de vida y de muerte sobre los individuos y sobre la legalidad de los Estados.

Sería el fin de la distribución a la puerta de los colegios o en los bares, el fin de los robos, de los secuestros, de las agresiones callejeras, el fin de la prostitución para procurarse la dosis, el fin de la epidemia del SIDA -que hoy se transmite casi exclusivamente por vía de los drogodependientes-, el fin de la impotencia de los policías, que parece como si tuvieran que vaciar el mar de los delitos de la droga con una c¿sta de mimbre, el fin de la narcocracia y de su feroz alternativa: "Un kilo de oro o un kilo de plomo".

Pero sería también el fin de la gran comedia internacional, que desde hace 15 años se representa como guerra a la droga, y de las coartadas que con ella se favorecen. ¿Problemas raciales? Cosa de la droga: ¡venga la policíal ¿Marginación social? Asunto de drogas: ipolicíal ¿Actitudes inconformistas? ¡Droga: policía! ¿Subdesarrollo? La droga: ¡policía! Y esto, ya no es tal vez, o únicamente, locura. Es que el prohibicionismo tiene sus reglas y sus consecuencias.

Por eso, el Partido Radical Transnacional, única fuerza política hasta hoy que propone como esencial para la supervivencia de la democracia y de sus fundamentos liberales el fin del prohibicionismo, ha promovido, en marzo de este año, el nacimiento de la Liga Internacional Antiprohibicionista, fundada por juristas, economistas,periodistas, magistrados, policías, sociólogos y médicos de 15 países de Europa, de Norteamérica y de América Latina, y ha apoyado el nacimiento y la participación en las contiendas electorales, primero en Italia, hoy en España (las encabeza en Madrid un policía muy apreciado y conocido, como es José Manuel Sánchez García), mañana en Grecia y en los demás países de la CEE, de listas antiprohibicionistas abiertas a todos aquellos que intenten llevar adelante una campaña para acabar con el azote del prohibicionismo, devolviendo el problema de la droga a sus dimensiones reales -y controlables- como problema sanitario y social.

Los que en Italia han votado para el Parlamento europeo las listas de los antiprohibicionistas de la droga contra la criminalidad política y común lo han hecho probablemente por muchas razones diversas y confluyentes. Por un des¿o de seguridad personal en las ciudades, negándose a seguir pagando ese impuesto a los no consumidores, formado de agresiones y violencias que el prohibicionismo nos impone a todos, y que la señoras y las personas mayores pagan con mayor frecuencia y conconsecuencias más dolorosas. 0 bien por amor a las libertades civiles, porque la historia de las inquisiciones, de los fascismos y de los totalitarismos nos-ha enseñado que reprimir con el anatema moral y la condena penal un comportamiento que no dafla a terceros contiene en sí mismo los gérmenes, no sólo del hundimiento del Estado de derecho -real ya en muchos países-, sino la disolución de ese espíritu de tolerancia y de solidaridad humana sin la que la sociedad liberal se vacía de energía y de moralidad.

0 bien ha votado antiprohibicionista porque ve que la droga, especialmente la más dañina, circula libre y sin control con sus secuelas de sangre, enfermedades, degradación moral, y comprende que esto sucede hoy porque la droga es mercancía, la mercancía con el más desmesurado valor añadido imaginable, y sabe que para afrontar positivamente los problemas humanos que se esconden tras esta situación se hace necesario eliminar todo su interés económico, toda razón económica de oferta. La Mafia es mucho más laica que muchos de sus declarados enemigos: su objetivo único es el dinero, no la corrupción moral de la juventud occidental.Por estas razones han anunciado su voto antiprohibicionista -o el apoyo a la campaña para la legalización de la droga-, tanto en Italia como en España, hombres de cultura y de ciencia como Leonardo Sciascia, Alberto Moravia, Edoardo Amaldl, Glanni Vattimo, o bien, Fernando Savater, José Luis Aranguren, Antonio Escohotado, Antonio Gala y, junto a ellos, ciudadanos de toda condición.

Queda poco tiempo para salvar lo salvable. El debate intelectual debe partir de la iniciativa política, porque al rrionopolio criminal de la droga prohibida le acompaña el monopolio prohibicionista de la decisión legislativa. Este círculo poco virtuoso puede romperse creando, desde Europa, una alternativa antiprohibicionista, si es que realmente queremos menos delincuencia, menos policía, menos droga, Lnenos enfermedades, menos invasión del Estado en la vida privada, menos impotencia y corrupción en las instituciones.

Marco Taradash es eurodiputado por el Partido Radical. Traducción: José Manuel Revuelta.

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