Veintisiete tijeretazos
Jean-Louis Fougeret mató al hijo recién nacido con 27 tijeretazos y no ha pasado un solo día en la cárcel. Absuelto por el tribunal de Aix-en-Provence, absuelto por la mujer y por numerosos moralistas, para quienes el señor Fougeret ha realizado un acto de amor y tiene toda la razón del mundo para sentirse inocente. Es más, un diario parisiense progresista se ha escandalizado porque alguno haya osado acusarle de infanticidio y someterle a la cruel humillación del proceso.El hijo de Fougeret era mongólico. "Es un niño muy majo", había dicho la enfermera jefe. Y era sincera, pues los niños Down son guapos, buenos y afectuosos. Pero son distintos a los demás, tienen caras y comportamientos diversos, son más débiles, más delicados, exigen de los padres un amor tenaz y tozudo, por muchos años, para siempre.
Una entera subcultura sin cabeza ni corazón repite que la gente imperfecta cuesta demasiado, que ocasiona demasiadas ansias y fatigas. Tal subcultura avara y despiadada repite que es razonable eliminar del horizonte urbano a los niños con malformaciones, a los viejos inválidos, a los enfermos graves, a todos aquellos que están necesitados de un amor generoso y concreto.
Fougeret es inocente ante ese tribunal, pero seguro que le faltará el afecto que el hijo había solicitado de él: un afecto exclusivo, difícil, lleno de felicidad ante toda pequeña conquista.
Que esté en libertad no me preocupa, pero sí que se le considere inocente, porque no es verdad. Fougeret es un asesino absuelto por un tribunal cómplice, por una cultura cómplice que quiere borrar a quien molesta, a quien no es normal, a quien amenaza la serenidad egoísta de los sanos.
Diría que la sociedad enloquecida absuelve a un infanticida.-
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