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El club decide

Todavía hay quien cree que las elecciones legislativas se llevarán a cabo el 29 de octubre. Pero no. El 29 se vota, pero las elecciones de verdad se hacen estos días. Las sedes de los partidos son ahora un incesante batir de puertas, un sordo murmullo de conjura en los retretes, un frufrú de refajos envolviendo culos ambiciosos. En la gran subasta de la pescadilla política, los partidos siempre se suelen quedar con el pescado más fresco, es decir, con el más vivo. Luego sucede que en las urnas siempre suele oler a candidatos pasados, señorías que salieron de¡ mar de la inocencia hace no sé cuantas legislaturas y que han ido entrando y saliendo de las cámaras, legislativas o frigoríficas, eso tanto da, sin conseguir entusiasmar a nadie. Al final, el elector vota por mera subsistencia democrática. "Hay lo que hay", dicen. "El mercado es éste: o lo toma o lo deja", insisten los asentadores. Y lo que hay son los peces gordos de siempre y una insípida y desconocida morralla con agallas blindadas.En esta democracia tan estable -toca madera- como ininadura, el espectáculo de nuestras señorías practicando el bonito deporte del quítate-tú-que-me-pongo-yo no es el más idóneo para generar adhesiones al sistema. Empezamos a creer que los partidos ya no son tanto una destilación de la sociedad como un club de dicharacheros del poder. Son pocos los ciudadanos que conocen a su diputado, quizá porque el diputado está más preocupado por satisfacer a su secretario de organización que a sus electores. Y luego, según cómo, a correr y a esconderse como los avestruces. Se cuelan en las listas, junto a los parientes de los sumos sacerdotes, algún que otro botín o algún tornero resbalando sin esquís sobre la nieve. O también aquellos otros que por un pronto se pasan a la competencia y dejan al elector compuesto y sin voto. Algo va mal en estas listas cerradas en sí mismas. Demasiado cerradas para unas urnas que se quieren transparentes. Demasiado pocos decidiendo lo que luego deberán votar tantos.

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