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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vientos de prosperidad

ALGO MÁS que un prudente optimismo se desprende de las previsiones sobre la economía mundial realizadas por diversos organismos internacionales y divulgadas en los últimos días. Al mantenimiento durante los dos últimos años de la expansión del comercio y la producción iniciada en 1983 sucedería un período de no menor prosperidad en el que las tasas de crecimiento no envidiarían las registradas en los años cincuenta y sesenta. Los informes anuales del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, aunque con tonos ligeramente distintos, apuntan en esa dirección.El principal factor dinamizador de ese favorable comportamiento de la economía mundial habría sido, según el GATT, el aumento del comercio internacional. Así, mientras en el período 1980-1987 el volumen de comercio mundial creció a una tasa media del 4% anual y la producción mundial al 2,5%, en 1988 han sido del 8,5% y 5%, respectivamente, y del 7% y 3,5% las previstas para 1989. La adopción de políticas gubernamentales decididamente desreguladoras y privatizadoras, las innovaciones tecnológicas en la producción de bienes y servicios, las reestructuraciones empresariales y el proceso de interdependencia de los mercados financieros internacionales serían los principales estímulos a los cambios estructurales que están operándose en la economía mundial. La significativa caída del coste real del petróleo durante estos años habría contribuido igualmente a la cómoda asimilación de estas transformaciones.

Las reformas económicas en la Unión Soviética, Europa del Este y China, y los compromisos liberahzadores alcanzados por más de un centenar de paísesen el contexto de la ronda Uruguay de negociaciones comerciales internacionales, permiten alimentar esa confianza en el alejamiento de los riesgos proteccionistas, a la que se suma la concretada en los planes de inversión, relativamente expansivos, de los sectores privados en las principales economías.

La anticipación de un escenario globalmente tan favorable no permite eliminar los riesgos derivados de la permanencia de importantes desequifibrios exteriores entre algunos países y, mucho menos, las sombras que esa prosperidad proyecta sobre un buen número de naciones en vías de desarrollo. A la significativa reducción que en los últimos meses ha experimentado el déficit comercial de EE UU, menor en todo caso que la disminución de los excedentes japonés y alemán occidental, parece suceder la ampliación de importantes diferencias entre los ritmos de crecimiento de las exportaciones e importaciones de algunos países, poco consistentes con el proceso global de ajuste, como España, el Reino Unido y Australia.

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En menor medida, ese optimismo, y las eventuales rentas que se deriven de la confirmación de tales previsiones, será posible particularizarlo en la mayoría de los países en vías de desarrollo y, más específicamente, en los que, como los latinoamericanos, mantienen un elevado grado de endeudamiento externo. Ello no depende sólo de la decidida apertura de los mercados, sino, más decisivamente, de la drástica reducción de las cuantiosas transferencias netas de recursos al exterior que vienen realizando desde hace años.

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