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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Operación retorno

ENTRE LOS datos que acompañan este año el inicio del curso hay elementos para el optimismo y otros para, lo contrario. El hecho, por ejemplo, de que por primera vez los centros públicospuedan. empezar. a. escolarizar a los niños desde la edad de tres años y de la ampliación de, la gratuidad de la escolaridad hasta la población de esa edad, sin establecer por ello la obligatoriedad de la misma, es una decisión razonable que nos aproxima a lo que es común en la inmensa mayoría de los países europeos. Otra cosa será si el aparato educativo del Estado cuenta con los equipamientos y los especialistas adecuados: para que la "educación preescolar" consiga sus fines específicos, Porque escolarizar es una cosa y educar otra.Y ese argumento sirve también a la hora de analizar los efectos del fenómeno de la despoblación escolar en gran parte de la educación general básica. Hoy empieza a ser frecuente encontrarse con aulas en las que la media de alumnos por profesor apenas supera la veintena. ¿Significa esto que la calidad de la enseñanza que reciben los escolares está mejorando decididamente? Si se atiende a la importancia que los profesores han dado siempre a esta circunstancia, el salto cualitativo tendría que ser mayúsculo. Pero es, lo cierto que los que más insistían antes en ese factor se curan ahora en salud diciendo que "no todo depende del número de alumnos por aula". Sabia conclusión que es muy fácil compartir. ¿Pero de qué depende entonces esa entelequia en que parece haberse convertido la calidad de la enseñanza? Lo cual nos lleva al eterno problema de la formación del profesorado, la inicial y su posterior actualización. Por lo que a la primera respecta, no puedo demorarse ya por más tiempo la reforma de las escuela de magisterio y la creación de un sistema de formación del profesorado de secundaria, en la práctica hoy inexistente.

La masificación sigue siendo un mal endémico en los institutos de enseñanzas medias y en la universidad, en esta última de manera absolutamente alarmante. En los umbrales de la Europa unida, mantener un sistema de selectividad universitaria cuya irracio nalidad no resiste el análisismás grosero constituye unverdadero suicidio. La afirmación del ministro de Educación según la cual ninguno de los alumnos que han superado la selectividad va a quedarse sin plaza es tramposa, porque eso empieza a no ser cierto, no ya sólo para el supuesto de las carreras que los alum nos eligen en primer lugar, sino, en muchos casos, también para el de todas aquellas que los alumnos se fialan en segundo, tercero y hasta cuarto lugar. De otro modo no se entiende que en distritos superpoblados, como el de Madrid, se esté ya asegurando, antes de que se realicen los exámenes de septiembre, que no quedan plazas en la inmensa mayoría de los centros. No tiene sentido que la propia Administración reconozca que "la pirámide de los estudios postaecundarios en España está viciada porque hay una mayor demanda de carreras de ciclo largo que de ciclo corto", y que hoy empiece a ser extremadarnente más difícil entrar en un buen número de escuelas universitarias (prácticamente en todas las politécnicas) que en la mayoría de las facultades. Como tampoco, tiene sentido que al tiempo que se critica el exceso de estudiantes de humanidades y de ciencias sociales al menos en el distrito único de Madrid, un año sí y otro también, sea la propia Administración la que ofrezca a esos alumnos que se han quedado descolgados de las listas iniciales de admitidos la exclusiva salida de estudios como los de Geografía e Historia, Políticas, Sociología, Filología Hispánica, Clásicas, y demás.

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