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Toritos de cinco puyazos

Chaparral / Manzanares, Ortega, Plaza

Toros de El Chaparral (3, sobrero), terciados, l2mocho, varios astifinos, todos fuertes, con genio. José Mari Manzanares: dos pinchazos y bajonazo escandaloso (pitos); bajonazo (división). Ortega Cano: media trasera caída escandalosamente atravesada -aviso- y dos descabellos (aplausos y también pitos cuando saluda); estocada trasera, rueda de peones y dos descabellos (algunos pitos). José María Plaza: siete pinchazos, descabello -aviso con retraso- y dos descabellos (silencio); estocada caída (palmas). Plaza de Alcalá de Henares, 31 de agosto. 1ª corrida de feria.

El primer toro de la corrida estaba dentro de la normalidad: era chico y tenía dos plátanos por cuernos. En cambio no estaba dentro de la normalidad que no se cayera. A veces ocurre que un toro no se caiga; cosas más raras se habrán visto. Lo que no ocurre jamás, en cambio, es que los toros reciban cinco varas, y eso acabó sucediendo en Alcalá.El segundo toro, parejo al anterior por fuera, por dentro le doblaba la sangre brava, pues en vez de una vara recibió dos. El tercero llamó la atención por astifino, pero como estaba flaco, se devolvió al corral. El sobrero, cornalón y astifino también, tenía trapío y acudió tres veces al caballo, lo cual ya empezaba a ser excesivo. No había más que ver el rostro demudado de los toreros para comprobar cuán excesivo era.

Con un canto en los dientes se hubieran dado, sin embargo, si llegan a salir así todos los toros, ya que a los restantes, simplemente terciadillos, les asaltaba la acorazada de picar con toda su potencia bélica, y no por eso se caían. Cinco puyazos le pegaron al cuarto. Al quinto, los tres reglamentarios y dos de propina que le sacudió el picador en los medios, después de cambiado el tercio. Toros de cinco puyazos no los recordaban ni los más viejos de la localidad. Toros de cinco puyazos constituyen una revolución en esta era de la tauromaquia.

Pues aquí tiene el taurinismo un tema para estudio, y ningún sitio mejor que Alcalá, plaza universitaria. La cuestión a debatir es cómo toros tan chicos podían soportar cinco puyazos sin morirse; cómo toros tan chicos, con los lomos traseros descuartizados de cinco feroces puyazos, sangrantes por el dorso hasta la penca del rabo, por los costillares hasta el meano, no sólo no se morían sino que embestían sin caerse por nada del mundo, y a los toreros les hacían pasar las de Caín.

A todos los toreros les hacían pasar las de Caín, así vistieran de oro o de plata. A uno que vestía de azabache y que se llama Ángel Luis Prados no le hicieron pasar las de Caín porque, torero vocacional y valiente, ponía orden en la lidia y prendía pares de banderillas en lo alto, reuniendo guapamente entre los pitones. Quizá sea cuestión de costumbre. Ángel Luis Prados se encuentra muchas veces por ahí con el toro enterizo y difícil, mientras las otras cuadrillas ese tipo de toro ya empezaban a tenerlo olvidado. Y más aún sus jefes. Los jefes Manzanares y Ortega Cano veían aquellos torillos molidos a puyazos firmes sobre sus cuatro patas, y no se lo podían creer.

Recurrieron a su bien aprendido oficio los jefes Manzanares y Ortega Cano para aliviarse con cierto decoro y cubrir el expediente. Ortega Cano porfió muchísimos pases al segundo torillo picantón y lo compensó no porfiándole ninguno al quinto, el de los tres puyazos y dos de propina.

Manzanares puso en ejecución su consabida técnica de trazar el pase y salir corriendo en el remate, para citar desde otros horizontes. Le decían: "¡A ví te estás quieeecto, muchaaacho!' Pero si de común no se está quieeeto con el toro inválido, menos lo iba a estar con el de cinco puyazos; a vi. José María Plaza, diestro de reciente alternativa y lógicamente poco experimentado, no pudo con el violento sobrero, y el sexto, después de tomar unos derechazos finísimos escapó a la querencia de tablas donde se negó a embestir.

Además de torillos fortachones, el festejo tuvo un presidente cabal y constituyó otra gran sorpresa. El presidente no fue ese funcionario consentidor que parece puesto por el Ayuntamiento -tan habitual en la mayoría de los cosos-, sino que enviaba avisos, devolvía toros al corral, cambiaba los tercios con criterio propio de un experto en la materia. Presidentes así sólo los había antes de la guerra. En cuanto lo aficionados madrileños se enteren de que en Alcalá salen toros de cinco puyazos y además hay un presidente como los de antes de la guerra, ya están todos ahí como un solo hombre. El caso es que se repita.

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