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EN LA MUERTE DE SANTIAGO ONTAÑÓN

Los que inventaron la escenografía

Hubo una generación que tomó el teatro como algo que representaba una fe y un entusiasmo de aficionados y, al mismo tiempo, con toda la seriedad y el trabajo de los profesionales (que llegaron a ser): Santiago Ontañón era uno de estos grandes personajes y, como la mayor parte de ellos, arrancó en La Barraca de Federico García Lorca. Su participación: el cambio en la escenografía, que era un arte muerto y miserable. Con el nombre de Ontañón hay que alinear otros: el escultor Alberto, al que ahora se redescubre, muerto en el exilio de Moscú; Benjamín Palencia; Gaya; Ponce de León; luego, Fantanals y José Caballero.Ontañón incorporó un estilo de síntesis, de líneas y de ángulos audaces, de planos para una nueva perspectiva; una especie de taquigrafía rápida y audaz, unos colores vivos -trajes, maquillajes- sobre fondos blancos -de pueblo: era el momento de un regreso a lo popular- que solía resaltar a los clásicos (entre sus primeras apariciones, unos entremeses de Cervantes).

No andaba lejos de todo ello la influencia de los Ballets Rusos de Diaghilev, con el propio Picasso. Pero aquello era Europa, rica y culta, y esto una España por enseñar, por aprender no sólo a oír, sino también a ver, o a verse a sí misma pasada por una estilización.

Ontañón viajaba con La Barraca; aparecía en ella frecuentemente como actor, dentro de esa línea de la afición desbordante, y como actor se le ha visto después en el cine, cuyo realismo le obligaba a mayores límites escenográficos que el teatro, aunque siempre dejó en él su huella propia y la de su época.

Soledad

Actor episódico: con la gordura del bonachón, sonriente y afable, que fue toda su vida, aun cuando le afligieran las desgracias: perdió una guerra, y su vida tuvo que cambiar bruscamente, y con ella perdió también un sentido su estilo de dibujante de escenarios y de figurinista. Cuando ha renacido ese arte, incluso cuando se ha desmesurado, y lo que eran líneas y planos se ha ido a convertir en ingeniería y arquitectura, era ya demasiado tarde para él.Ha muerto en la soledad, la ancianidad y el olvido, superviviente de una generación que empezó a inventarlo todo y hasta superviviente de sí mismo. Pero el agradecimiento de sus sucesores no debe faltar para quienes, como él, no tenían apenas el auxilio de las luces, de las masas corpóreas, de los nuevos espacios. Ni siquiera el dinero. Les bastaba con el papel y unos lápices casi escolares de colores. Y la ya perdida imaginación del público.

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