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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Diálogo surafricano

EN LOS últimos meses se ha ido desarrollando un tortuoso acercamiento entre dos fuerzas políticas que desde mediados de los sesenta han estado en guerra. El Congreso Nacional Africano (ANC), la organiza ción que agrupa a la mayoría negra surafricana en lu cha contra la segregación racial, y el Gobierno de Pre toria, como representación de la minoría blanca de ese país, acostumbrada a prácticas discriminatorias, están abocados a conversar un día con luz y taquígrafos sobre el futuro del África austral.Bajo la presión de un relativo cerco internacional, pero sobre todo por la persistencia de una protesta interior que va desde la desobediencia civil hasta el terrorismo urbano, el Gobierno que hasta hace unas fechas presidió Pleter W. Botha ha realizado reformas cosméticas del régimen de apartheid, que mantiene a la gran mayoría no blanca en una situación de discriminación legal, moral y material. Los pasos dados, como la eliminación de la ley de pases, por la que los negros no podían circular o residir en las zonas para blancos, han mejorado la situación material de esa mayoría de la población, pero quedan muy lejos de poner fin a la segregación racial.

En estos momentos, el gran extremo a dilucidar para que el Gobierno que preside el sucesor de Botha, Frederik de Klerk, negocie con el ANC es, desde el punto de vista de Pretoria, si el movimiento negro acepta o no el cese de la violencia como condición previa para las conversaciones. El ANC ha respondido con una resolución aprobada por un comité ad hoc de la Organización para la Unidad Africana, reunido esta semana en Harare (Zimbabue), pidiendo, al revés, que sea el Gobierno surafricano el que primero cese en su violencia, es decir, que libere a los presos políticos y derogue la legislación racista, para formar entonces un Ejecutivo provisional que llevaría al país a unas elecciones libres. Evidentemente, las posiciones siguen siendo irreconciliables, pero el hecho de que el líder encarcelado desde hace 27 años, Nelson Mandela, se entrevistara recientemente con Botha hace pensar que los contactos pueden celebrarse sin precondiciones, aunque también sin publicidad. De hecho, algún tipo de diálogo se produce ya con la entrevista del presidente de Zambia, Kenneth Kaunda, con De Klerk el próximo lunes en Lusaka, y en la que aquél entregará al nuevo líder surafricano las propuestas del ANC.

El próximo 6 de septiembre, Suráfrica celebra unas elecciones legislativas sólo para blancos de las que se espera la ratificación de De Klerk en el poder, aunque posiblemente con una mayoría reducida, sobre todo por el asalto desde la derecha de aquellos que creen que las escuálidas concesiones realizadas son el principio del fin para la civilización blanca, y básicamente calvinista, en África del Sur. La dimisión de Botha, y su sustitución por De Klerk, indica una mayor comprensión por el partido gobernante de que la situación actual de violencia interior y de escándalo y aislamiento en la escena internacional es a la larga insostenible, y probablemente también de que la línea Botha de concesiones con cuentagotas es ya irrelevante.

No parece que haya otra vía para comenzar a pactar un pacífico desmantelamiento del apartheid que el reconocimiento del ANC como interlocutor. Las posiciones están aún muy separadas para que sea posible una retirada de sus presupuestos básicos por ninguna de las dos partes, pero ese diálogo -público o privado- para reducir las diferencias e iniciar un proceso que conduzca al establecimiento a plazo de un sistema verdaderamente democrático en el país es hoy una necesidad tanto moral como política.

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