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Embrujo

Ángel S. Harguindey

Madrid en agosto, adquiere todas las connotaciones esenciales para convertirse en la ciudad del embrujo y la aventura. El zoco de Marraquech a su lado es un simple remedo. Comience el día fijándose en los furgones que transportan el dinero de las pastelerías de postín: sus conductores son los más vigilados y, en ocasiones, anhelados.Si el clima lo permite y no se pegan sus zapatos al asfalto, puede darse una vuelta por las cercanías, Moralzarzal, por ejemplo. Tenga cuidado con " veterinarios, que recogen hierbas, pero no deje de observarles. En el momento menos pensado puede asistir a un happening pacifista de la más ortodoxa factura situacionista.

De vuelta a la ciudad, y provisto de un pequeño cortaplumas, anime a sus amigos a intentar descubrir cuántas capas de pintura -a 300.000 pesetas la capa- lleva cualquiera de los modernos autobuses con aire acondicionado. Hasta cuatro se han encontrado en el mismo vehículo por una discrepancia encadenada entre dos concejales de Transportes.

Al anochecer se puede dar una vuelta por el paseo marítimo de la Castellana, la M-30 (sobre todo en su milla de oro, la que va desde los edificios informáticos de la avenida de América hasta el penal de Oiza, sin olvidarse del Tanatorio, y la mezquita de mármol y separación de sexos) o acercarse al hipódromo de la Zarzuela, con su calima, sus terrazas y sus niños pijos suspendidos y castigados sin ir a Sotogrande este verano. Marraquech deja paso a Miami. Por último, qué mejor que acabar la noche, en su sentido más literal, en el Parque de Atracciones, en donde habrá que sumar una nueva diversión a las ya existentes: "El Gran Apagón. Siéntase como en Nueva York, con sus histerias, empujones y dudas sobre la supervivencia".

Y mientras tanto ¿qué haces en Levante, hablando de la mar y los peces? Se te va a poner la piel de sucedáneo de atún.

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