'¡Gonzáleeez!'
Resonaban en el coso venteño voces lejanas -¡Gonzáleeez!-, voces misteriosas como llegadas del más allá -¡Gonzáleeez!- y todo hacía suponer que se referían al presidente, que se llama así; todo, menos la familiaridad presunta de esas voces, ya que la afición del coso venteño -la que gritaba; quién iba a ser- es sumamente respetuosa, y cuando se dirige al presidente le suele anteponer tratamiento. Pudo ocurrir que la afición hubiera perdido su tradicional respeto a la autoridad del palco, y algo así hacían barruntar los indicios, pues en el palco no parecía haber autoridad; sólo un señor -¡González!- que sacaba sobre el tapiz pañuelos, no siempre el debido, ni en el momento oportuno. El verde apareció una vez y la afición exigía que fueran tres o cuatro, para sacar de la públíca vergüenza otros tantos Albaserrada flojuchos, nada fieles a la histórica divisa; que se los llevaran los cabestros, lejos, ¿al matadero?, ni al matadero siquiera, pues sobre carecer de fuerza, y de casta, tampoco tenían chichas.
Albaserrada / Carmona, S
Cubero, VeraCinco toros del marqués de Albaserrada, mal presentados, desiguales, flojos, de feo estilo, y 42, sobrero de Dolores Aguirre, de impresionante trapío, manso y bronco. Lázaro Carmona: dos pinchazos y estocada trasera (silencio): media trasera atravesada y rueda de peones (silencio). Sánchez Cubero: estocada caída (ovación y también algunos pitos cuando sale al tercio), estocada corta caída atravesada (silencio). Juan Carlos Vera: cinco pinchazos y estocada (silencio); dos pinchazos; y media; aviso con retraso (silencio). Plaza de Las Ventas, 13 de agosto.
Raro juego dieron los Albaserradas, si al historial de la divisa se atiene uno, porque los toros del marqués fueron siempre duros y encastados, mientras en la tarde de autos salían peligrosones sí, pero también blandotes y burrotes. Algunos padecían tan penosa invalidez, que hasta el turismo lego en cuestiones taurómacas lo advertía. A algunos Albaserrada se les estremecían la columna vertebral y las patas a la manera de arañas fumigadas, y a pesar de ello proseguía su lidia, vengan picadores, ante el horror del turismo y el escándalo de la afición.
"¡Fuera del palco!" y otras frases más fuertes gritaba la afición al presidente, y cuando hubo agotado el repertorio, voceaba sólo su apellido, sin duda porque, a buen entendedor, con pocas palabras bastan. La corrida, naturalmente, transcurría mala; sin casta en el ganado: sólo parones, topetazos y bronquedades; sin posibilidad de crear arte en los diestros: sólo exponer el físico, defenderlo de tarascadas, atreverse a esbozar las suertes.
Mejor fortuna merecían los espadas, que estuvieron tremendamente pundonorosos (y el público también, desde la afición erudita al turimso lego) Mejor fortuna Lázaro Carmona, que pese a la bronquedad del primer Albaserrada enano y del gigantón sobrero, se embraguetó en las verónicas, porfió al natural, ensayó redondos. O Juan Carlos Vera, que afrontó la adversidad con torería y va lor sereno. O Sánchez Cubero pese a que en su primer toro habría conseguido mejor faena si acierta a darle distancia, para prolongar una embestida noble, que se quedaba corta y no acababa de dar juego el buen estilo que imprimía al derechazo.
Juan Carlos Vera intentó encelar al tercero con buena técnica y si el encelamiento resultó fallido, no es su culpa. En el sexto sufrió un pitonazo por confiarse en el remate de un pase. Sánchez Cubero porfió al quinto y se desesperaba al comprobar que el toraco era incapaz de seguir la muleta más allá de medio tranco. Lógico, por otra parte: estaba inválido; y cada vez que hocicaba, o perdía pezuña, o se le estremecía el esqueleto al estilo araña, se oían voces, como llegadas del más allá: "¡Gonzáleeez!". Se volvía, entonces, el público, a mirar al palco, y sería espejismo, pero le daba la sensación de que el palco estaba vacío.
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