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Magüy Marín: "La revolución de 1789 ha envejecido"

La coreógrafa francesa presenta en Santander su último montaje, "¿Y eso a mi, qué?"

Magüy Marín, la coreógrafa francesa de origen español que pocos años después de conseguir el premio del concurso de Bagnolet en 1978 se convirtió en la más solicitada creadora de la vanguardia francesa, presenta en Santander su último trabajo, estrenado hace días en Aviñón dentro de los actos conmemorativos del bicentenario de la Revolución Francesa. Su título (¿Y eso a mí, qué?), una cita de Artaud sobre lo inútil de las conmemoraciones, es toda una declaración de principios. A sus 38 años de edad, ella piensa: "1789 es ya una vieja mujer".

El estreno ha sido un puro y fresco escándalo. El público, dividido en dos bandos, aplaudía o insultaba. La crítica se les ha echado encima. "No lo han tomado bien", dice ella. "Sólo los comunistas han hablado mejor", y la explicación es obvia: Magüy Marín ha afeado la conducta, con su espectáculo hirsuto y leve. "Como los socialistas están en el poder, podría tomarse como una crítica hacia ellos (es una pena para mí que hayan sido los organizadores, y no la derecha), pero el espectáculo va un poco en contra de todo el mundo"', dice riéndose. La coreógrafa explica que ha mantenido una situación "ambigüa" al proponer una crítica al sistema y recibir dinero de él, pero en el espectáculo quiere dejar claro que no está de acuerdo con el tono de lujo y prestigio con el que se ha festejado una fecha de ideales lejanos. "En el fondo hubiera sido más ilusionante repasar los derechos del hombre y ver lo que ahora falta, o hacer una obra conjunta para el Tercer Mundo, porque el dinero tiene que ir a quien lo necesita, y no a los Campos Elíseos o a esto. Se han creado unos privilegios nuevos, por eso la fecha de 1789 no me interesa, esa revolución es ya una vieja mujer. Ahora hay otras más jóvenes, como la china, que nos interesan más", afirma sin titubeos.

Su joven revolución tiene aire festivo, "un poco circense" explica Marín junto al hombre que ha trabajado con ella en la concepción escénica, el músico Denis Mariotte, con quien coincidió en Lyon mientras montaba Los siete pecados capitales y que es ahora su compañero. "Hemos querido expresar el festejo y tomamos los errores de la Revolución, sus personajes, riéndonos de sus 200 años". En Boris Vian encontraron el sentido actual que querían para su obra. "Su crítica está llena de humor", dice la coreógrafa, alejada ahora de la crudeza de su montaje My B.

A los 38 años Magüy Marín, que conserva el aire relajado y juvenil de una estudiante, espera con tranquilidad la respuesta española. Está de vuelta de la fama. "La fama es una mala cosa", dice con mueca de asco. El éxito de sus primeras producciones con el Ballet Teatro del Arco, luego Compañía de Magúy Marín en 1974, le envolvió en una actividad desenfrenada que duró tres años. "Yo creía que no debía rechazar ningún trabajo. Era un lujo tener suerte", pero desde 1988 no acepta nada más que el compromiso con su ciudad, Créteil, donde está afincada con su compañía. Venció Magüy la mujer y Marín la artista: "Es malo para la vida", sentencia, "el trabajo excesivo te hace alejarte de lo tuyo".

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