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VIAJE AL MIEDO

Las bombas sirias persiguen a los libaneses que huyen de la guerra

Ángeles Espinosa

"Les habla el capitán. Se apagarán todas las luces de a bordo por motivos de seguridad. Permanezcan sentados, eviten fumar, no usen las radios". Es la medianoche del viernes. Los 133 pasajeros que, desde Larnaca (Chipre), se dirigen al puerto de Yunié, 20 kilómetros al norte de Beirut, contienen la respiración mientras temen lo peor. Desde el pasado 12 de mayo, el hidrodeslizador Santamaría es la única conexión del sector cristiano de Líbano con el mundo exterior.Las bombas sirias caen en estas aguas desde hace días. Dos niñas de corta edad se ahogaron, en la noche del sábado al domingo, cuando iban a abordar el Sanlamaría. Los artefactos cayeron muy cerca del propio transbordador. "Es un milagro que sigamos vivos", dijo un pasajero.

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Viene de la primera página"Le aconsejo que no haga este viaje. ¿Es que no tiene más remedio? El embajador Abderrahmán al Solh, representante de Líbano en Egipto, pone el gesto de quien quiere evitar una tragedia. ¿Quién se va a responsabilizar de su seguridad? ¿No ve que ya tenemos bastantes problemas? La insistencia de la periodista le convence de que sus intentos son vanos. "¿A qué lado piensa ir?", pregunta sin caer en cuenta de que acaba de reconocer la partición de hecho de su país.

Puerto de Larnaca, Chipre. Si hay una cosa en la que los libaneses no se diferencian del resto de los árabes es en la incapacidad de éstos para guardar cola. En la pequeña terminal marítima, se amontonan impacientes, como si no fuera a haber sitio para todos.

Las libanesas van vestidas de fiesta. Rolex de oro, verdaderos y falsos, que de todo hay en este Líbano maldito por la guerra. Ropas caras de colores chillones y un bronceado casi perfecto. Y las carteras repletas de dólares. También hay un sacerdote y unos jóvenes con aspecto más modesto pero, en general, parece gente acomodada. Los pobres se han autoexiliado dentro del país.

Faltan tres horas para que salga el barco, pero da la sensación de que tuvieran prisa,como si en lugar de ir a la guerra huyeran de ella. Aunque suene duro, regresan a casa. A los hogares dejados atrás en el fragor de los bombardeos. "Muchos prefieren vivir en los refugios antes que ser humillados fuera de'su país", confiesa un libanés que vuelve de pasar sus vacaciones. "Además", añade, "permanecer aquí, en Chipre, es muy caro, y no todo el mundo se lo puede permitir".

Mientras esperamos para embarcar, uno de los pasajeros ojea su pasaporte. Sellos de Venezuela, Canadá, México e incluso el de Estados Unidos, con el que sueña todo libanés, sea de la confesión que sea. Muchos ni siquiera se conforman con él -más que un capricho es un verdadero salvaconducto en los viajes al extranjero- e intentan conseguir un segundo pasaporte. Viajar con uno que lleve estampado el cedro, símbolo de Líbano, da lugar a todo tipo de problemas y sospechas. ¿Terrorista, traficante de armas, emigrante ilegal? El libanés se ha convertido para muchos Gobiernos en el sospechoso por antonomasia.

El hombre que me cede el paso vive en Australia. Viene de vacaciones cada cuatro o cinco años. "Esta vez me acompaña mi h¡ja", declara orgulloso mientras señala a la joven que va a recuperar sus raíces en los próximos días. No obstante,cuando, una vez a bordo, el oficial de inmigración le lance un piropo en esa mezcla de árabe y francés que hablan los libaneses de buen tono, la joven abrirá los ojos sorprendida y dirá: "Sorry?". Se entiende mejor en inglés.

Viajar de noche

"Si no hay problemas, en tres horas y media estarán ustedes en Yunié", dice un representante de la empresa armadora. El viaje se hace de noche "para evitar ser localizados por los cañones sirios".

La salida, prevista para las nueve, se adelanta en cuanto los pasajeros están a bordo. Se embarcan las sacas de las empresas privadas de correo rápido y las valijas de las embajadas, entre ellas la española. "Lo difícil es el desembarco en Yunié. Una verdadera operación militar", dice.

"Por supuesto, no trabajo gratis", reconoce el capitán. Con una enorme paciencia, contesta por enésima vez a un periodista. Es noruego, tiene 54 años y lleva 36 en el mar. Prefiere mantener su nombre en secreto.

Los barcos de la VI flota norteamericana, llegados al estallar la enésima crisis de los rehenes no se encuentran a la vista, pero no están lejos. Se lespuede distinguir en la pantalla de radar."Lo peor es el trastorno del sueño", dice el capitán. "No estoy acostumbrado a trabajar por la noche". Aunque necesariamente prudente, no esconde que le gusta el riesgo. Buena prueba de ello es que navegó 11 años por el golfo Pérsico, pese a la guerra. "Algunos días", afirma, "hemos tenido que esperar un buen rato antes de iniciar la maniobra de aproximación a Yunié, debido al bombardeo, pero no hemos dejado de ir". Ahora, espera tomar unas vacaciones, pues desde el 12 de mayo no ha descansado un solo día. Y tiene ganas de disfrutar de su casa, su mujer, su piscina, sus cuatro gatos y un perro.

Unas horas más tarde, las baterías de Abu Abdo, como los habitantes de Beirut han bautizado a los cañones sirios de 130 milímetros, reciben la llegada del Santamaría. En una arriesgada maniobra, el capitán tiene que dar media vuelta y volver atrás, esperar y volver a intentarlo. Dos horas después, logrará salir a salvo, una vez más. Al día siguiente [madrugada de ayer] un ataque sirio costará la vida a dos niñas que iban a embarcar cuando se produjo lo que algunos pasajeros del Santamaría definieron como "un diluvio de fuego". Sólo por un milagro no resultó alcanzado el hidrodeslizador.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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