Animales
La buena estación, durante la cual tratamos de imponer unas vacaciones a la maldad mirándola de abajo a arriba -como si no supiéramos, por experiencia, que sólo el fracaso puede coronar nuestra pretensión, tan subjetiva-, permite que en los periódicos se abran paso las causas pequeñas, que se publiquen con foto las historias que en horas de menor holganza apenas merecerían un breve. Y así como a los cines llegan invariablemente las reposiciones de Walt Disney, a la adormilada noria de la notoriedad veraniega se suben apresuradamente nuestras damas y vagabundos de cada día, y de aletas o patas. Ayer, sin ir más lejos, nos desayunamos con la rescatada Peluso y con ese pobre pollino llamado Charly, al que su imprudente dueño dejó en custodia a una Brigitte Bardot que no dudó en descojonarlo sin pedirle permiso.Si de la aventura de Peluso y sus tenaces salvadores debemos extraer una sabia moraleja que nos será muy útil para acompañar la horchata o el granizado, no menores ensefianzas recogeremos de la fábula protagonizada por la estrella. A saber, que no es oro todo lo que reluce ni amor lo que se mezcla demasiado a menudo con la omnipotencia. Y que la frase "cuanto más conozco a los hombres, más quiero a los aniinales" sólo refleja la incapacidad que tiene quien la pronuncia para querer a humanos y animales, tareas las dos dificiles, pero distintas y complementarias, y por eso mismo excitantes como la vida.
Hasta lo de Charly, podíamos creer que el amor de la bella hacia las bestias era una justa consecuencia de¡ paso por su vida de un fatuo internacional como Roger Vadim o un memo francés como Jacques Charrier. 0 que su ejemplar dedicación a la causa de las focas tiene sus raíces en los tiempos en que Bardot tenía que lucir su piel para ganarse la vida. Ahora ya no.
A decir verdad, la última B. B. se parece cada vez más a una irascible portera parisiense.
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