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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

'Riau riau'

EL MUNDO es tan pequeño para algunos que apenas si supera los límites de su país, de su región, de su ciudad, de su villorrio. Para ellos, la humanidad se compone de unas decenas, cientos o miles de coterráneos y una larga millonada de extranjeros. Apurando la selección, ni tan siquiera todos los aborígenes deben ser tomados en consideración: sólo aquellos que mantienen en pie la sacrosanta tradición. Los vecinos, así, pueden insultar al alcalde o mentarle la madre a todas las autoridades vivientes, pero que nadie de fuera ose socavar un milímetro de la verdad revelada por los ancestros y que suele consistir las más de las veces en cosas tan interesantes como aporrear a un burro o, en otros casos, alcanzar la veintena de mozos corneados por toro bravo en una semana. Son las fiestas populares, columna vertebral de su venerable acervo.Ocurre que las murallas del reducto en el que viven acaban por cercar también su entendimiento: nosotros y ellos, nuestras tradiciones y sus ofensas, nuestra reciedumbre y su frivolidad. Déjense las chanzas, dicen ellos, para cosas tan nimias como la política o similares, pero pónganse el gorro de la seriedad más estricta para referirse a sus atávicas tradiciones.

Por salirse del camino, alguien -también navarro, por más señas- osó escribir en este periódico (véase EL PAÍS del 2 de julio) una visión distinta de los sanfermines. Los concejales del Ayuntamiento de Pamplona, con su alcalde al frente, alterados por este texto burlón y sin duda huérfanos de mayores trabajos, formaron una piña -quizá sea mejor decir una peña- y como un solo hombre arremetieron contra este diario. Esa unidad que nunca muestran para solucionar casos que para los miserables profanos en algarabías populares pueden ser más importantes, como el terrorismo, por ejemplo, se puso en marcha con un celo que sobrecoge. Derecha y superderecha, izquierda y superizquierda, pasando por foralistas y centristas, decidieron por unanimidad mostrar su firme rechazo a lo escrito en estas páginas.

Ya vestidos con el hábito del inquisidor, también acordaron no conceder acreditaciones a este medio para cubrir los actos de la sanferminada. Bien es verdad que, en un gesto de magnanimidad, indicaron a los representantes de este diario que esa prohibición era tan sólo para los actos oficiales, y que los periodistas de este diario podían incluso andar por las calles de la ciudad. Que nadie hable de intolerancia.

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Este afán de confundir las cosas tiene numerosos adeptos. Nada que objetar, por nuestra parte, a que el Ayuntamiento, la procuraduría, la nunciatura, el Gobierno regional o el nacional muestren su desagrado por lo que se publica a diario en estas páginas. Pero directores de compañías, jefes de prensa ministeriales o comités de empresa de sociedades públicas hacen del acoso a los medios de información su razón de vivir. Y cuando los textos, los titulares o los pies de foto no son de su agrado pasan a métodos de presión más contundentes, tales como, por ejemplo, el boicoteo de un servicio público prestado a ese medio.

Los actos oficiales del Ayuntamiento pamplonés no son patrimonio del alcalde y sus raciales ediles. Se pagan con dinero de los contribuyentes, y bueno será que la sensatez les lleve en otra ocasión a no prohibir entradas porque un artículo gastó bromas sobre sus fiestas. Durante estos días hemos preferido guardar silencio para tener -literalmente- la fiesta en paz. Pero concluida la tregua de los festejos hay que recordar a los ofendidos munícipes que el Ayuntamiento no es suyo, que este periódico tampoco lo es, y que ellos no son quiénes para decidir qué pueden leer nuestros lectores. Salten y corran, pero no avasallen.

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