Un coro de más de 30.000 voces

Plácido Domingo lo había anticipado en sus primeras palabras de saludo al público, que prácticamente llenaba el auditorio municipal de la Casa de Campo y que recibió con silbidos la presencia de¡ nuevo alcalde de Madrid, Agustín Rodríguez Sahagún. El tenor madrileño deseaba una noche de "música, alegría y entusiasmo". Casi al final, cuando invitó a los asistentes a sumarse como un inmenso coro a la interpretación de¡ brindis de La Traviata, el recital adquiría su principal sentido: la noche era una fiesta. Después, con las voces ya entonadas, el público, que se lo estaba pasando de lo lindo, continuó cantando con Domingo, la orquesta y el coro la mazurca de Luisa Fernanda, la de A la sombra de una sombrilla... y para que no faltase nada -tuna incluida- la noche finalizaba con el chotis Madrid y el Laudeamus igitur entre una explosión de fuegos artificiales.El aficionado exquisito, el acostumbrado a ver a Domingoen el Covent Garden o en el teatro de la Zarzuela, se había quedado en casa. Un sonido presumiblemente artificial y un rockódromo no eran en principio lugar adecuado para apreciar bellezas sonoras. En esta ocasión lo elitista había dejado el sitio a lo popular. Era emocionante ver las caras de satisfacción de mucha gente admirando a su ídolo y participando con él en la recreación de fragmentos de ópera y zarzuela.Hablar en este contexto de calidades musicales es, hasta cierto punto, secundario. Sin embargo, las hubo. No precisamente con la orquesta, dirigida rústicamente -tachum, tachum- por el bullanguero Eugene Kohn, pero sí en las voces. Así, Domingo, generoso hasta el límite (había cantado unas horas antes en el Liceo de Barcelona uno de los papeles protagonistas de Sansón y Dalila), consiguió transmitir con intensidad páginas operísticas de Tosca o Luisa Miller, o escogidos fragmentos de zarzuela como Luisa Fernanda o La tabernera del puerto. En otras canciones, como Granada o en el dúo de El gato montés, la fatiga hizo que se resintiese la línea musical.

Se presentaba en Madrid la joven soprano navarra de 28 años María Bayo, con un notable bagaje de actuaciones en Europa. Lució su voz de lírico-ligera coloratura en un fragmento de Don Pasquale, con seguridad y fidelidad estilística, aunque unos destemplados agudos finales deslucieron la culminación del aria. En el dúo con Domingo del brindis de La Traviata confirmó que es una soprano a la que hay que seguir. Guadalupe Sánchez estuvo entonada en sus contribuciones zarzueleras. Juan Pons cantó con acentos verdianos la muerte de Rodrigo en Don Carlo y resaltó el espíritu verista del prólogo de Pagliacci. El Coro de Valencia, pálido en el popular Va pensiero de Nabucco, consiguió notables versiones tanto acompañando a Domingo como en solitario.