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Tribuna:LAS ÚLTIMAS ACCIONES DEL GOBIERNO DE SALINAS
Tribuna
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Entre la estrategia y la estupefacción

Jorge G. Castañeda

Para el autor del texto, las últimas acciones judiciales del Gobierno mexicano y su empeño por restablecer en el país un principio de Estado de derecho no deben hacer olvidar lo esencial: recuperar lo perdido en el ámbito del reparto social y la deteriorada economía y democratizar el sistema político.

Las últimas acciones espectaculares del Gobierno de Carlos Salinas de Gortari confirman tanto los avances como las contradicciones que han caracterizado los primeros seis meses de su mandato. Obsesionadas por lograr una legitimidad que no lograron en las urnas, e inhabilitadas por la deuda externa para echar a andar una economía estancada desde 1982, las nuevas autoridades mexicanas se debaten entre la parálisis, el golpe genial y la fuite en avant. La detención del presunto autor intelectual del asesinato -el 30 de mayo de 1984- del periodista Manuel Buendía, así como la recuperación de las joyas precolombinas robadas en 1985 al Museo Nacional de Antropología, se suman a medidas policiacas anteriores. Pero el contexto en que se dan estas nuevas acciones y sus propios efectos son ya distintos: los rendimientos comienzan a ser decrecientes.Dicho contexto se caracteriza por dificultades cada vez mayores para la Administración de Carlos Salinas en los dos frentes claves: el económico y el de la reforma político-electoral. Se ha dicho en México hasta la saciedad: encarcelar a delincuentes y restablecer en el país un principio de Estado de derecho son avances innegables. Pero no constituirán jamás un sustituto de lo esencial: empezar a compensar el terrible rezago social y económico legado por el ex presidente Miguel de la Madrid (un déficit de casi cinco millones de empleos, una caída en el poder de compra de casi el 50%, una reducción del 50%. del gasto real en educación y salud, etcétera) y democratizar un sistema político que ante los cambios en curso en Europa oriental es quizá el más antidemocrático de todos los países mínimamente desarrollados.

En materia económica, los cambios prometidos por el presidente Salinas en su discurso el 1 de diciembre de 1988 no se avizoran. El crecimiento económico se ha vuelto a posponer en los hechos: la economía se expandirá cuando mucho un 1% este año, apenas un 2% en 1990. Cada día cae la probabilidad de un arreglo en materia de deuda externa que garantice el crecimiento de la economía a medio plazo. La perspectiva de una reducción significativa de la deuda mexicana con la banca comercial junto con un influjo importante de dinero nuevo se antoja remota.

Ciertamente habrá arreglo, quizá antes de la cumbre de París del 14 de julio. Pero dicho arreglo no bastará a la vez para pagar el servicio de la deuda externa, para crecer de nuevo y para recuperar el enorme terreno perdido. Incluso existen razones para pensar que las propias autoridades mexicanas ya no esperan soluciones milagrosas de la renegociación. Parece que ahora fincan sus esperanzas en una nueva panacea, que por desgracia será tan efímera a corto y medio plazo como la anterior: la inversión extranjera.

Crecimiento nulo

Lo que en cualquier caso se vislumbra ya es una prolongación por lo menos hasta finales del año entrante del estancamiento actual. Concluirán así, al finalizar 1990, nueve años consecutivos con un crecimiento económico nulo en promedio y una caída concomitante del ingreso per cápita de más del 20%. La lógica implacable de los plazos empieza a marcar con su sello maldito al nuevo sexenio, que en lo policiaco y en el estilo se distingue radicalmente del anterior, al tiempo que en lo económico y en lo político adquiere semejanzas sorprendentes.

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Justamente desde el punto de vista político, el panorama tampoco es halagüeño. Existen discrepancias en México en torno al efecto de las medidas policíacas sobre la popularidad del régímen. Los partidarios de este último esgrimen como argumento aquellas encuestas que muestran altos índices de aprobación (de más del 75%) de dichas medidas y una cierta recuperación de la imagen del propio presidente. La oposición arguye que otras encuestas sobre preferencias electorales muestran que si se celebraran de nuevo los comicios del 6 de julio pasado, con los mismos contendientes, los resultados serían iguales o más favorables al principal candidato de oposición, Cuauhtémoc Cárdenas.

Todo indica, sin embargo, que cualquier incremento en la popularidad del presidente Salinas no se ha trasladado al régimen en su conjunto y menos aún a su partido, el PRI. Las autoridades se enfrentan hoy, en materia de reformas electorales y de elecciones, al mismo dilema que regímenes anteriores. Debido a la impopularidad del PRI y del sistema, y a la ausencia de perspectivas de mejoría económica, resulta dificil, por no decir imposible, cuadrar el círculo: celebrar elecciones limpias que ganara el PRI. Se puede seguir con el fraude, a un coste creciente. 0 se puede aceptar la limpieza y condenar al PRI a la derrota. Pero no se puede limpiar y ganar al mismo tiempo.

De allí que la reforma electoral se posponga más o menos indefinidamente, con el importante inconveniente para el Gobierno de orillar a la oposición de centroderecha al ridículo o al radicalismo.

Es en esta coyuntura de escasa perspectiva económica y de dilemas políticos de dificil o inexistente solución, en la que se produce la inculpación y el arresto de Juan Antonio Zorrilla Pérez como autor intelectual del asesinato de Manuel Buendía, acontecido en 1984.

Preguntas sin respuesta

Son muchos los mexicanos que creerán que el ex director de la Policía Federal de Seguridad efectivamente tuvo algo que ver con la muerte de Buendía. Pero serán muy pocos los que crean que Zorrilla actuó solo o que no gozó de la protección de alguno de sus superiores. ¿Cómo es posible que los superiores de Zorrilla no supieran lo que intuían millones de mexicanos, a saber, que algo tenía que ver con la muerte del periodista? ¿Cómo es posible que no hayan hecho nada al respecto durante cinco años? ¿Cómo es posible que Zorrilla haya paseado por el país y por el mundo con la plena seguridad de que nada le ocurriría durante todo ese tiempo?

En México, el jefe de la policía reporta a dos personajes: el secretario de Gobernación y el presidente de la República. Esto no significa que ambos conozcan el detalle de cada una de las actividades del director de la Federal de Seguridad. Pero el asesinato de Buendía no fue una actividad cualquiera, y Zorrilla siguió siendo director de la DFS durante casi un año después de haberlo ordenado. ¿Es realmente creíble que Manuel Bartlett, ex secretario de Gobernación y actual secretario de Educación, y el ex presidente Miguel de la Madrid no supieran nada al respecto? Son pocos los mexicanos que lo creen hoy, y éste es quizá el predicamento del Gobierno actual.

Si Zorrilla resulta ser el único responsable, la tesis del chivo expiatorio se volverá de verdad indiscutible y masivamente compartida. Pero en vista de las estructuras jarárquicas mexicanas, implicar a alguien más es implicar al responsable de las elecciones del 6 de julio y de los secretos y misterios que aún rodean esos comicios, o al gran elector, de que en octubre de 1987, como todo presidente de México, escogió solo a su sucesor. No parece concebible que queden inculpados, detenidos y sentenciados Bartlett o De la Madrid. La negativa de los diputados y senadores del PRI a que los susodichos respondieii an siquiera a preguntas del Congreso da muestras de los terribles dilemas que todo esto encierra.

Son muchos los que piensan que el régimen de Carlos Salinas de Gortari tiene, además de agallas, una estrategia claramente pensada. Lo que se hace se hace después de haberlo reflexionado con calma y profundidad, midiendo bien costes y beneficios, consecuencias y desenlaces. Poco se deja al azar o a la improvisación genial. Otros piensan que esto es sólo cierto en parte, y que si bien existe una estrategia, ésta es abstracta: parcial y deformada. Consiste ante todo en desmontar el sistema político vigente, casi a cualquier coste, sin una idea muy clara de qué poner en su lugar. En la primera hipótesis, ya es tiempo que la estrategia aparezca. En la segunda, Dios nos coja confesados.

Jorge G. Castaneda es profesor universitario mexicano.

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