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Tribuna:SUCESOS CIVILES
Tribuna
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Los políticos también lloran

Bien, bien. Llegó la hora del llanto. Juan Barranco ya no es el alcalde de Madrid. El acto debió ser una cosa de mucha pena, ya que, por lo visto, a Sahagún se le empañaron las gafas varias veces y el saliente hizo esfuerzos vallecanos para mantener la compostura. Hubo emociones fuertes. Cuando Barranco iniciaba su turno de palabra, en la plaza sonaron tracas y gritos de los inquebrantables adeptos socialistas que allí consiguieron reunir. Esto, que también da pena, tuvo, sin embargo, un lado gracioso. La delegación del Gobierno en la capital había dispuesto un alto contingente para contener a la presunta marea humana. Para desgracia de esta rara previsión, sólo se presentaron unos 500, entre los que hay que contar a los elementos del dispositivo de seguridad, que es de temer sumaran la mitad. Los inquebrantables adeptos llevaban gorras y pegatinas y de sus gargantas salían consignas con la voz desgarrada de un paciente de dentista. Se quedaban sin niño. Todo muy fotogénico y muy de pobre.Barranco es un reclutador profesional de los sentimientos de los desheredados. Este ardid ya lo practicaron sus compañeros de partido durante la campaña de las europeas. Se llamaban pobres a sí mismos, se desabrochaban la camisa y transmitían al auditorio la sensación de que sin pelos visibles en el pecho nadie es verdaderamente demócrata. Pelos sin cardar, naturalmente; pelos crecidos en la intemperie y en el estío. Un espectáculo viril que excitaba mucho la miseria de las gentes. La miseria excitada es el opio del pueblo, parecen haber descubierto los chicos socialistas. Así que Barranco, después de haber escuchado a Alfonso Guerra en un mitin que Barranco no gustaba a las derechas porque era pobre, decidió exponer personalmente su pobreza. A una revista le contó en vísperas del vapuleo que si era preciso se iría a vivir a una tienda de campaña, porque no tenía dónde ir caso de ser expulsado del palacete consistorial. No parecía muy interesado en contar lo del pisito que se ha comprado en la plaza de Ramales. Pero, al fin y al cabo, dijo la verdad. Si le echaban, tendría que irse de alquiler. Y tal y como sus queridos colegas han dejado los alquileres en Madrid, lo cierto es que la desgracia que se le venía encima no era de las pequeñas. Después parece que se las arregló en casa de una amiga personal.

Dicen las crónicas que durante la sesión estaba conmocionado. No me extraña. Tras el susto de verse convertido en alquiladoy de encontrarse a continuación un chollo bastante regular, es de suponer que no pudiera contener los sentimientos. En su caso, y sin necesidad de que me echaran de ninguna alcaldía, yo también hubiera llorado. Hasta lloro pensando que alguna vez pueda ocurrirme a mí.

Ahí debió radicar también la excitación de las gentes de la plaza. El personal, entre mordisco y mordisco al bocadillo que le habían adjuntado cuando lo de la pegatina, estaba francamente cabreado. Para una vez que uno de los suyos puede vivir en una casa sin pagar, vienen los ricos de derechas y le dan puerta con sucias artimañas. A la selva del alquiler se lo mandaban. Puede que algunos se trajeran los visillos de casa para ponerle al desahuciado un doble forro en la tienda de campaña, amén de algún catre de suelo y un pasamontañas rústico.

El que estuvo bien fue Sahagún. Muy bien, francamente. En un momento dado debió comprender su fechoría y no pudo contener las lágrimas. Mandaba a una familia entera a vivir bajo los puentes por culpa de su alevosa ambición de poder. La conciencia a punto estuvo de hacerle dimitir apenas se había colgado los collares. Menos mal que se contentó con empañar las gafas diez o doce veces, siendo este desahogo, como es de todos sabido, un magnífico laxante para las conciencias rígidas de conducto.

No cabe interpretar de otra forma tanto llanto, tanta pena, tanta misericordia y necesaria consolación. En la España democrática no se había producido todavía semejante cantidad de llantina. Así como la moción de censura de la Comunidad dejó al ciudadano con síntomas de anorexia, lo del Ayuntamiento ha sido gratificante. Qué bonita es la pena.

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