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Tribuna:LAS INSTITUCIONES ECONÓMICAS INTERNACIONALES
Tribuna
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El FMI, ¿ciencia o política?

Recientemente, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha entregado a las autoridades españolas el borrador del informe que tradicionalmente elabora, tras su visita anual, sobre la economía española. Las denominadas concluding remarks, resumen y conclusiones, del mencionado borrador fueron diligentemente facilitadas a la Prensa y publicadas en EL PAÍS el pasado 4 de mayo.Es evidente que para la gran mayoría de españoles, desconocedores, como es lógico, del detalle del entramado económico mundial, un informe del FMI se asocia con la técnica y la objetividad, situándolo al margen de toda ideología y del juego político nacional. Sus aseveraciones parecen dictadas desde la pura ciencia. Tanto más cuanto que los españoles, alejados durante muchos años de un lugar en el contexto internacional, podemos caer en la tentación de aceptar con cierto mimetismo cualquier teoría que provenga de más allá de nuestras fronteras, en la creencia ingenua de que todas ellas son uniformes y dictadas por la más estricta objetividad científica, mientras se piensa que los planteamientos nacionales nacen del oscurantismo y la superchería.

Desde estos postulados no es extraño que un informe como el del FMI se pueda utilizar para argumentar, una vez más, sobre la existencia de una sola política económica y para mantener que la realidad técnica, y no ideológica, viene a confirmar que estamos en el buen camino. Adentrarse, aunque sea someramente, en la realidad y naturaleza del FMI tal vez conduzca a poner en duda estos planteamientos.

¿Qué es el FMI? Como toda institución que goza de una realidad histórica, la mejor forma de conocer su naturaleza es descubrir la razón de su origen y su papel y funciones a lo largo del tiempo. El FMI se constituye después de la II Guerra Mundial y pretende dar respuesta a la realidad económica generada por la propia guerra. Su creación no es el fruto de un estudio técnico y científico, y por tanto aséptico, sino más bien el resultado de la lucha de intereses de las fuerzas políticas triunfadoras tras la contienda.

La conferencia de Bretton Woods y las reuniones preparatorias de Washington y de Atlantic City no fueron precisamente congresos técnicos, sino mesas de negociaciones, en especial entre Estados Unidos y el Reino Unido (ambos países pertenecientes al bando ganador), pero habiendo soportado un coste económico muy diverso. El Reino Unido estaba en una clara posición de inferioridad, el papel que había tenido que asumir en el bando aliado le había conducido a un profundo endeudamiento y a una situación económica delicada. Estados Unidos, por el contrario, negociaba desde una postura de prepotencia, con la conciencia de que su ayuda era totalmente necesaria para el saneamiento económico del Reino Unido. En estas condiciones el resultado era previsible. El diseño del sistema monetario internacional y la estructura de la institución que se crea (FMI) son los propuestos, o más bien impuestos, por la fuerza hegemónica de EE UU.

Victoria de EE UU

A cambio de la ayuda americana, el Reino Unido se ve en la obligación de aceptar la casi totalidad de los planteamientos de Estados Unidos: debería poner en práctica los principios del comercio libre y del multilateralismo en los pagos internacionales, y se comprometía, en el plazo de un año, a hacer convertible la libra para transacciones corrientes.

Los artículos sobre la constitución del FMI que se aprueban finalmente en la conferencia de Bretton Woods siguen básicamente el proyecto de White, es decir, el americano. Los británicos pretendían una mayor flexibilidad cambiaria, unas mayores posibilidades de financiación y mayor presión sobre los países acreedores, pero Keynes, jefe de la misión inglesa, tiene que asumir, forzado por la presión de EE UU, el rechazo de su diseño.

Keynes, dada la línea que se imponía, insistió por último, pero también sin éxito, en que el acceso de los países miembros a los recursos del FMI fuese un derecho y no un privilegio concedido arbitrariamente por la propia institución, y avisaba con muchos años de anticipación de las intromisiones en las políticas nacionales que podían derivarse de un sistema así concebido, donde las contrapartidas a las ayudas concedidas serían instrumentos eficacísimos de dominación política. Por último, la imposición de que la sede de la nueva institución se situase en el país con más cuota, es decir, Estados Unidos, y que los directores ejecutivos estuvieran permanentemente en Washington indicaba bien a las claras, en opinión del mismo Keynes, que el FMI surgía como un organismo político y no técnico, y también los intereses a los que iba a servir desde el momento de su constitución.

Prescindiendo de las consecuencias económicas y financieras que estos acuerdos tuvieron para el imperio británico, lo cierto es que el FMI nace unido a una nueva distribución del poder mundial, con un liderazgo indiscutible, el de Estados Unidos, y con una filosofía económica y política muy concretas. El FMI desde sus orígenes se configura en favor de los intereses de los acreedores, es decir, de los países ricos, y como instrumento de los mismos y en concreto del más poderoso, Estados Unidos, para imponer las condiciones económicas que favorezcan al capital internacional.

A lo largo de todos estos años el FMI ha aparecido como fuente de financiación de aquellos países en vías de desarrollo que tuvieran necesidad de divisas por dificultades en sus balanzas de pagos, pero esta ayuda no se percibía de manera gratuita, sino condicionada al precio de amoldar las políticas económicas nacionales a las prescripciones del FMI. Se debía recortar el volumen y la influencia del sector público en favor del sector privado, pasando de situaciones de déficit a las de superávit presupuestarios; al mismo tiempo se exigía detraer fondos de las industrias que atendían al mercado interior hacia aquéllas orientadas a la exportación, con el objetivo de producir un excedente en su comercio internacional de artículos de consumo y, en consecuencia, una corriente neta de ingresos en divisas que pudiera ser utilizada para pagar los intereses y dividendos a los acreedores de otros países. Normalmente se les obligaba a devaluar el tipo de cambio de su moneda con el fin de aumentar el precio de las importaciones y disminuir el de las exportaciones.

Las consecuencias de estas políticas resultaban a menudo desastrosas. Cortaban la posibilidad de desarrollo a medio plazo y disminuían el nivel de vida de la mayoría de la población, excepto el de los ricos, los cuales veían incrementadas considerablemente las posibilidades de evadir capitales gracias a la liberalización de los controles cambiarios que el propio Fondo imponía. Se creaba una especie de círculo vicioso, donde el dinero evadido volvía en forma de préstamo y donde los intereses de los créditos y las nuevas evasiones que permitían las medidas liberalizadoras hacían necesaria la concesión de nuevos préstamos. Durante 1984, por ejemplo, los países en desarrollo ingresaron en el sistema bancario internacional el doble de lo que obtuvieron del mismo. Esta evasión de capitales generalizada fue siempre ignorada por el FMI, que, eufemísticamente, llamó a los déficit crónicos de la balanza mundial de pagos discrepancias estadísticas.

Devaluación

Las devaluaciones de los tipos de cambio no provocaron un aumento de los ingresos de la balanza de pagos como consecuencia de incrementar las cantidades exportadas, sino más bien los redujeron vía disminución de los precios de los artículos exportados. Los cambios experimentados en las balanzas comerciales no se produjeron, por tanto, por la expansión de las exportaciones, tal como había previsto el FMI, sino por un colapso de las importaciones, principalmente en bienes de equipo, recambios industriales y alimentos que ocasionaron la parálisis del crecimiento y desarrollo de dichos países. El dinero antes gastado en importaciones e inversiones tuvo que ser empleado en el pago de intereses y amortizaciones de la deuda.

Los recortes en el sector público no sólo crearon estrangulamientos importantes del desarrollo económico, sino que generaron costes sociales difíciles de asumir y ocasionaron intranquilidades políticas y económicas que incrementaron las fugas de capitales. Ya en los años sesenta el vocablo tumulto Fondo estaba asimilado al argot de los pueblos en desarrollo. No es de extrañar, pues, que la mayoría de los países se haya resistido siempre a acudir al Fondo, y que tan sólo lo hayan hecho en situaciones críticas y una vez agotadas otras fuentes de financiación.

Múltiples serían los casos que podrían citarse sobre las consecuencias desastrosas que para los distintos países en vías de desarrollo ha tenido la injerencia del Fondo. Permítasenos tan sólo citar como ejemplo anecdótico el caso de Turquía: en 1980 el Gobierno logró del FMI la concesión de un empréstito de 1.600 millones de dólares; las condiciones eran las de siempre: devaluación de la moneda, altos tipos de interés, reducción del sector público e, implícitamente, congelación salarial. Ante las explicaciones de Turgat Ozal, ministro de Planificación, Bulent Ecevit, jefe de la oposición, comentó: "Un modelo que ha ido a la quiebra en Latinoamérica se importa ahora en Turquía; o bien no funcionará o bien impondrá restricciones a la democracia. No puede aplicarse sin bayonetas". Unos meses más tarde los militares se hacían con el poder.

Se ha generado una situación asimétrica. La influencia del Fondo ha sido nula e inoperante en los países ricos; más bien eran éstos los que influían en aquél; por el contrario, el Fondo ha impuesto en múltiples ocasiones una tiranía económica a aquellas naciones que necesitaban de su financiación, obligándolas a adoptar e n su política interna sus prescripciones, aun cuando fueran nefastas para su economía. Hoy día, en los países desarrollados los informes del Fondo carecen de trascendencia y han quedado relegados a un mero trámite, siendo usadas tan sólo sus conclusiones como argumentos de las corrientes económicas más tradicionales.

Juan Francisco Martín Seco es economista.

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