Coro
Hace escasas noches se representó en el teatro de La Zarzuela de Madrid una ópera sin coro. La huelga dejó solos en escena a los principales protagonistas de Un ballo in maschera. Cuesta imaginar algo más carente de sentido que un reducido espectro formado por soprano, tenor, barítono y contralto, enviando sus desdichas y esperanzas a la platea sin que esa caracola móvil que son los otros les devuelva su opinión.Por ejemplo, cuando Ricardo, gobernador de Boston, le pide a la Sibila que le recite su suerte, y la mujer -por resumir- le canta que lo que le espera es un verdadero asco. Entonces el coro acompaña al héroe, se solidariza: "En nuestro ánimo no hay sitio para el terror". Reconfortante. 0 cuando, ya entrando en detalles, la bruja le informa de que morirá a manos de un amigo. Ahí la muchedumbre está tremenda: Grandio! Quale orror!
Sin coro, ni el supuesto adulterio de Amelia adquiere resonancia, pues nadie le canta lo de "Menudas habladurías va a haber en la ciudad", y tampoco el baile final tiene interés, ya que no están los sabios apuntando que "En las felices salas, la vida es tan sólo un lisonjero sueño".
Todo este rollo melómano que me he marcado tiene una moraleja bien simple, a saber: una votación con abstInentes es como Aida sin conductores de elefantes, como El barbero de Sevilla sin clientela, como El trovador sin zíngaros: nadie está ahí para comprobar la veracidad de la caída de Etiopía, ni si las navajas de afeitar han sido afiladas, ni si Manrico ha salvado a su madre de la pira. Es dejar que los protagonistas, o sea, los políticos, que lo son porque pretenden representarnos, se queden solos y a sus anchas para equivocarse de partitura sin que nadie pueda recordarles los amores que insinuaron, las justicias que presagiaron, las promesas que hicieron.
Claro que también se puede ir de coro sin cantar, abriendo únicamente la boca. Pero no está el horno como para hacer de mudos.
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