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El fin del proceso de concentración

La espiral de compras y fusiones de medios de comunicación a nivel internacional está apoyada en la fascinación que la aventura multimedia ejerce sobre todos, incluidos quienes la financian. Pero, según el articulista, nada tiene una vida más efímera que las fascinaciones de los financiadores.

La fiebre por la concentración de empresas de comunicación se extiende desde el ámbito internacional también a los mercados locales. Bajo esa influencia es fácil caer en el diagnóstico de que la gran aceleración que los nuevos líderes de la comunicación mundial están imprimiendo al proceso de concentración mundial conducirá a oligopolios nacionales y multinacionales de carácter multimedia.A mi manera de ver, la prospectiva que se puede hacer del negocio de la comunicación va en otra dirección. Hoy, precisamente cuando el proceso de concentración internacional está en plena ejecución, se dan ya los síntomas de que, paradójicamente, no terminará como se vaticina.

Comprendo que es difícil sustraerse al frenesí de movimientos de concentración de empresas en el que todos los relacionados con el negocio de la comunicación estamos implicados, como efecto inducido de la expansión internacional que han desencadenado los líderes mundiales.

Apenas hace unos meses, Warner Communications compró la Lorimar Tele-pictures por 1.200 millones de dólares, para pasar después a fusionarse con Time Incorporated, desembocando en el primer grupo de comunicaciones del mundo.

Hachette, en dos de sus operaciones más destacadas, absorbió las editoriales norteamericanas Grolier y Diamandis invirtiendo 1.250 millones de dólares, equivalente a la cuarta parte de su cifra total de negocios.

El grupo inglés Pearson haconsolidado prácticamente su fusión con el grupo líder holandés Elservier. Esas y otras 30 o 40 operaciones de menor rango están contribuyendo a que la comunicación mundial esté más interrelacionada y descanse en un menor número de centros de decisión.

Transacciones prohibitivas

Las transacciones de compras de medios en el sector de la comunicación son tan deslumbrantes como las cotizaciones que las subastas están fijando a las obras de los grandes maestros de la pintura. Y la razón no es muy diferente: la competencia por la propiedad de bienes raros, escasos y no repetibles.

El lanzamiento y consolidación de un medio de comunicación, sea impreso o audiovisual, es una tarea azarosa, llena de incidencias y, en definitiva, lenta en el tiempo, cara e insegura. Esas condiciones explican que durante esta década el crecimiento de los grandes grupos se haya hecho especialmente a través de absorciones, puesto que la creación resulta un proceso demasiado premioso. La consecuencia, sin embargo, es que las transacciones son espectacularmente caras. Pero probablemente más baratas que mañana.

¿Hasta qué punto, dadas esas circunstancias, podrá crecer la acumulación de medios en manos de los nuevos coleccionistas? En mi opinión, está cerca el punto de inflexión en el que las colecciones ya no serán más grandes.

Todo parece indicar que las leyes internas que rigen la economía de la empresa de comunicación van a poner un freno a esa expansión. Por la simple razón de que la generación de beneficios no puede seguir la carrera que están emprendiendo los precios de las transacciones de compraventa. Por el contrario, se van distanciando más.

Ciertamente, una contradicción está presente hoy en el negocio de la comunicación. Los medios de comunicación, por la rareza de su existencia y lo costoso de su configuración, se convierten en activos de valor cada día más elevado y justamente elevado. Pero la misma inseguridad y fragilidad de resultados inherente al negocio de comunicación hace inestable precisamente la acumulación de medios o empresas dispares de tan alto valor de adquisición.

Hacia la dimensión eficaz

Todos los implicados en este negocio sabemos que, al fin, el centro de gravedad del éxito de gestión de un medio de difusión sólo está en la conexión entre ese medio y su audiencia. Y eso no digo que sea un flechazo, pero tampoco muy diferente. Se puede intentar con gran alarde de recursos técnicos y económicos, pero finalmente surgirá de forma espontánea, cuando la química del amor precipite.

Cualquier otro sector industrial es capaz de ofrecer mayor previsibilidad de resultados que el negocio de la comunicación. No es ése, desde luego, el punto fuerte de este negocio, por otro lado apasionante.

El éxito de un empresario en la televisión de un país es seguido por el fracaso del mismo empresario en otro país; el éxito en la gestión de un grupo de periódicos se quiebra al intentar el mismo resultado en la gestión de un medio audiovisual y viceversa.

Es predecible que en el futuro ningún grupo, por poderoso que sea, podrá detentar mucho tiempo la propiedad de un medio con rentabilidad deficiente, por no estar razonablemente gestionado.

Los primeros que lideraron el proceso de concentración internacional están siendo los primeros en reconocer de hecho la impotencia para culminar el proceso.

Rupert Murdoch no sólo ha vendido un 50% en la edición americana de Elle a su editor natural, Hachette, sino que ha vendido también The New York Post y varios otros medios. Y Maxwell en el último año ha realizado más operaciones de venta que de compra, aunque éstas sean más llamativas.

Hasta ahora, la financiación de la espiral de compras y fusiones de los tycoon internacionales está apoyada en la fascinación que la aventura multimedia ejerce sobre todos, incluidos los financiadores. Pero nada tiene una vida más efímera que las fascinaciones de los financiadores.

En los años inmediatos vamos a ver, tanto en España como en el resto del mundo, un extraordinario dinamismo en los cambios de propiedad de los medios y empresas de comunicación, bien por el camino de ida hacia el crecimiento de dimensión y la concentración, bien por el camino de vuelta hacia la fragmentación.

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