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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La unión monetaria y la soberanía

UNO DE los asuntos que en teoría debe abordar la próxima cumbre de Madrid de jefes de Estado y de Gobierno de la CE es el de la unión monetaria. En el orden del día de la reunión está previsto el examen del llamado informe Delors, cuyas conclusiones han sido discutidas por los ministros de Economía comunitarios en la reciente reunión de S'Agaró. En ella se decidió avanzar por el camino de la unión monetaria, aunque no se adoptaron compromisos concretos. La conocida actitud inglesa de oponerse a la renegociación del Tratado de Roma y a la entrada de la libra en el Sistema Monetario Europeo reduce de manera sustancial el alcance de lo acordado en la Costa Brava, ya que ambos aspectos constituyen el núcleo fundamental de la primera fase de la integración monetaria.Estas discusiones han puesto en evidencia, una vez más, el divorcio que existe entre los progresos realizados en el terreno económico en los últimos años y la lentitud que se registra en la construcción política de la unidad europea. Y ello a pesar de que en todas las encuestas aparece con claridad el deseo mayoritario de los ciudadanos de avanzar en la consolidación de las instituciones políticas de la Comunidad. El Acta única y sus 300 directivas de desarrollo es una especie de programa económico que deberá ser completado, al menos en sus aspectos esenciales, en 1992. Además de estas directivas, existen propuestas concretas para avanzar en la unificación de los impuestos y un programa de unidad monetaria materializado ahora en el informe Delors. Nada de esto sucede en el terreno político, y, peor aún, apenas existen ideas sobre cómo avanzar, de manera práctica, en los difíciles problemas de la institucionalización de la unidad europea y, de manera general, en los aspectos no económicos de la misma. Lo cierto es que la falta de progreso en los aspectos políticos y culturales amenaza con frenar el desarrollo de los acuerdos económicos, y ello sólo puede explicarse desde los intereses concretos y cuantificables de las grandes empresas multinacionales -favorecidas por los acuerdos económicos- y la desidia de los diferentes Gobiernos comunitarios ante los espacios políticos y sociales.

Esta ralentización es particularmente sensible en el caso de la unidad monetaria: la creación del Sistema Europeo de Bancos Centrales (SEBC) implica una cesión de soberanía nacional a la nueva institución en la medida en que ésta gozaría de la capacidad de crear dinero, es decir, de uno de los atributos esenciales que desde siempre ha caracterizado el ejercicio del poder. Además, y de manera innecesaria, el informe Delors otorga al SEBC la prerrogativa de fijar la cuantía del déficit presupuestario de cada uno de los países que integran la Comunidad, con lo cual invade también la esfera de la política fiscal. Es comprensible que algunos países duden antes de llevar a la práctica esta posibilidad, ya que la cesión de soberanía implica de hecho un salto en el vacío, al quedar sin resolver la cuestión clave del control de la nueva institución. Actualmente, el equilibrio de poderes está claramente inclinado hacia los Gobiernos nacionales primero, la Comisión después y, por último, el Parlamento Europeo, a pesar de que éste se elige por sufragio universal directo entre los ciudadanos de la Comunidad. La unión monetaria implica un grado de institucionalización y un reparto de competencias políticas en el seno de las instituciones comunitarias que, hoy por hoy, distan mucho de estar definidas. La campaña electoral de estos días habría sido una buena ocasión para definirlas o para iniciar un debate a fondo sobre los aspectos esenciales de la unión europea. La inexistencia del mismo es una prueba evidente de las carencias culturales y políticas de la Comunidad. El general De Gaulle pensaba que una vez definidas las grandes cuestiones políticas la intendencia seguiría; en nuestros días asistimos a una cierta inversión de esta teoría. Si no se avanza en el terreno político y cultural, los logros conseguidos en el ámbito de la economía se verán comprometidos y se correrá el peligro de malograr uno de los grandes proyectos de nuestro siglo.

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