El infierno de Gaza
A pesar de la presión de la muerte, los palestinos se reafirman en la 'intifada'
, Antes de penetrar en Gaza hay en el camino una construcción insólita por estos parajes: el café-restaurante ultramoderno del kibutz Yad Mordejai. Está a rebosar. Los autocares de turistas en dirección a Egipto se detienen aquí para hacer una comida rápida. Los camioneros israelíes y los soldados también se paran para comer en su sala climatizada. Las conversaciones son animadas entre bromas y risotadas. Se hace difícil imaginar que a cinco minutos de este lugar empieza el infierno, el infierno de Gaza.
No hay carteles del tipo "si entra aquí abandone toda esperanza", pero la atmósfera lúgubre que envuelve el puesto fronterizo de Erez, donde los soldados con el dedo en el gatillo de sus subfusiles filtran con absoluto mutismo automóviles y camiones, es de lo más evocador.Desde que nuestro auto enfila la calle de Omar Mujtar, principal arteria de Gaza, el clima de opresión se intensifica. Los caminantes son escasos; las miradas, inquietas, y con alturas de tres metros, las paredes, puertas y ventanas están cubiertas de una espesa capa negra. Es un cuadro dantesco.
Durante largos minutos, que parecen interminables, se rueda en medio de un negro pasillo. Si no existiera el cielo azul, uno se sentiría en un agobiante subterráneo pleno de pintadas -los dirigentes pro-OLP de la intifada han elegido para las suyas el color azul fuerte; los islámicos del Hamas, el rojo fuerte- que reparecen después de cada limpieza obligatoria de los muros.
"Los soldados se divierten"
Nuestra llegada a la calle de Omar Mujtar despierta la curiosidad de habitantes y comerciantes, que salen prudentemente de las tiendas cerradas. Una deflagración, como el estallido de una bala de obús, nos sobresalta; los palestinos, habituados a ello y con una sonrisa, dicen: "No es nada. Los soldados se divierten viendo cómo nos ocultamos". Un jeep militar surge de una bocacalle. Durante tres días toda la franja de Gaza se ha cerrado, sometida al bloqueo militar. Isaac Rabin quiere escarmentar a sus habitantes, demostrarles que no pueden hacer nada que les guste, trabajar cuando quieran o ir a la huelga cuando así lo decidan.
Todos los obreros de Gaza -millares- que trabajan en Israel recibieron orden de volver a sus casas. Resultó un éxodo a la inversa desde Israel hacia el Sinaí y Gaza. El bloqueo, reforzado con el toque de queda, se prometía largo.
"El trabajo con nosotros es un privilegio que podemos suprimir, no un derecho", dijo Rabin. El caso fue que al cabo de tres días el bloqueo se levantó y el toque de queda también. Los palestinos desencadenaron en ese momento la huelga general. La prueba de fuerza recomenzaba. Rabin había cedido. El ministro de Defensa resultó ahogado por millares de telegramas de protesta que provenían de las fábricas textiles, industrias conserveras y metalúrgicas que estaban a punto de cerrar al abandonar sus lugares de trabajo los palestinos. La construcción paró porque el 50% de los albañiles son palestinos de Gaza.
"Los israelíes nos necesitan más que nosotros a ellos", dice un mecánico que trabaja en un taller de Ashkelon, a 16 kilómetros de Gaza. "Nos han querido intimidar con el bloqueo", dice, "pero decenas de miles trabajamos en Israel. Es nuestro único sustento. Hace algunos años nos hubieran aplastado, pero con la intifada hemos reencontrado el coraje, porque si falta aceite o harina en una familia los vecinos comparten lo que tengan".
En el muro que rodea a la escuela, incluida la puerta de entrada, haya varias pintadas rojas. Está dibujado un enorme puño, símbolo de Hamas, un mapa de Palestina en el que no existe Israel, atravesado por un fusil -otro símbolo de Hamas- con una inscripción a lado: "El islam es el corazón de Palestina".
El campo de refugiados de Shati, denominado Beach Camp, forma parte de Gaza, como Yebeliya, Nuserat y los otros campos de refugiados de la ciudad. En Shati hay 30.000 refugiados desde 1948. Se trata de un amasijo de casas destartaladas, la mayoría construidas deprisa, con una provisionalidad que dura 40 años como consecuencia de la propaganda árabe, cuyos portavoces les repitieron que volverían a sus campos, casas y negocios después de la destrucción de Israel "en dos o tres años".
Los refugiados de Shati no tienen ilusión. Ellos no esperaban nada de la cumbre de Casablanca, "salvo palabras huecas. Contamos sólo con nosotros mismos, con nuestra juventud, con Arafat y la OLP", dice un anciano de 80 años ante su casa, donde viven 11 personas.
Una familia de refugiados, originaria de Jaffa, suburbio árabe de Tel Aviv, cuenta con 17 miembros que se alojan en dos estancias y media. "Un día", dice la madre que dirige la familia con mano firme, "diré que ya está bien de vivir aquí". "Estamos cansados de la intifada", agrega la madre sin tener en cuenta las miradas furiosas de sus hijos. "Estamos muy cansados, pero continuaremos, y ¿sabe por qué? Porque no tenemos nada que perder. Yo llegé aquí a los seis años, con mis padres que huían de la guerra. Me instalé aquí y perdí la alegría de vivir; pero con la intifada hemos encontrado una esperanza".
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