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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un triste fracaso

EN EL Salvador, un presidente mortalmente enfermo entrega hoy a su sucesor un cargo que hace meses nadie le habría creído capaz de conservar y transmitir. José Napoleón Duarte -el político democristiano que, con la ayuda incondicional de EE UU, había intentado establecer en su país una vía democrática que sirviera de ejemplo político al resto de Centroamérica- ha fracasado en este intento. Lejos de conseguirlo, deja al país en una situación de guerra civil larvada no muy distinta de la que encontró cuando se hizo cargo de la presidencia. Del sillón presidencial, Napoleón Duarte se trasladará directamente a la cama de un hospital sin que la entereza moral del presidente ante la amenaza inmediata de la muerte haya servido, desgraciadamente, para mucho.Toma el relevo Alfredo Cristiani, victorioso candidato de la ultraderechista Alianza Republicana Nacional (Arena) en los comicios del pasado mes de marzo. Su triunfo fue entonces aplastante, pero no sorprendente. Arena ya había ganado meses antes en las elecciones parlamentarias. En las presidenciales, Cristiani, heredero político del mayor D'Aubuisson, obtuvo más del 50% de los votos en una elección celebrada en condiciones anormales. En efecto, las guerrillas del FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) boicotearon todo el proceso e impidieron el normal desarrollo de la elección. Antes de los comicios, todos los intentos de negociación entre el FMLN y los 13 partidos políticos salvadoreños -incluida Arena- fueron vanos.

Concluida la votación, el FMLN ofreció negociar nuevamente. El Gobierno, unos días antes de la toma de posesión de hoy, rechazó el ofrecimiento seguro de su propia fuerza. El frente guerrillero ha prometido desencadenar una ola de violencia tan destructora que fuerce inevitablemente las negociaciones. Cristiani tiene ante sí una tarea imposible. Ha intentado que se olvide que la formación política que le sustenta tiene sus raíces en la más sangrienta tradición de los ultraderechistas escuadrones de la muerte, pero no deja de ser rehén de D'Aubuisson. Sus relaciones con la guerrilla seguirán siendo un diálogo de sordos, hecho aún más dificil por el fragor de una batalla que dura ya nueve años y que se ha cobrado 70.000 vidas.

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