Se buscan niñeras
La marcha de los senegaleses deja a Mauritania sin servicio doméstico ni mano de obra cualificada
Cuando sale de trabajar de su despacho en el palacio presidencial de Nuakchot, lo primero que hace el alto notable mauritano -como todo moro que se respete- es librarse del corsé del traje europeo por los amplios vuelos de la draa, la túnica azul índigo de los hombres de esta parte del Sáhara. Su casa es un lujoso palacete situado en uno de los barrios burgueses de la capital. Pero el influyente funcionario espera con impaciencia el verano, la época en la que cesan las tormentas de arena saharianas, para dar la orden a sus criados de izar la jaima (tienda) en el patio de la lujosa residencia. Otros burgueses lo hacen en la terraza
"No hay plenitud como la de pasar una noche bajo las estrellas", explica el notable. Su familia, al igual que el 80% de la población mauritana, vagó en trashumancia por el desierto hasta hace muy pocos años. La sequía y el avance del desierto sólo han permitido continuar con el nomadeo a un 15% de la población mora. Pero las características de la cultura de los pastores de camellos siguen teniendo un gran peso en la elite que gobierna el país. "La primera vez que probé el pan tenía 18 años, y fue cuando nos establecimos en la capital, donde los colonialistas franceses establecieron panaderías, un negocio desconocido para nosotros", añade el hombre, que ya ha pasado de los 40 años, al recibir a los invitados en el salón.Un sofá de color vino con bordados en oro bordea, arrimado contra la pared, el amplio perímetro de la sala. Pero los comensales se sitúan a los pies de sus asientos, con las piernas cruzadas, sobre las dos grandes alfombras que cubren el espacio diáfano de la habitación. Una sirvienta de unos 14 años extiende el mantel en el suelo y va pasando a los invitados una palangana en la que se van lavando las manos mientras la moza vierte sobre sus palmas el agua de una jarra.
Por la ventana, los invitados captan la llegada de un coche rutilante de cristales ahumados que aparca ante la verja del palacete Para maniobrar, el recién llegado tiene que evitar a un camello que está devorando las plantas que asoman desde el jardín por la verja. "Es uno de los animales del rebaño del vecino", explica el dueño de la casa al recibir al nuevo llegado, que descubre su rostro envuelto por el turbante. "Se está levantando una tormenta de arena", comenta el hombre al justificar su retraso. Por fin llegan las viandas, el cordero asado y el guiso con arroz sobre una palangana de la que los invitados van extrayendo los bocados sin utilizar los cubiertos.
Afición por la puntería
Mientras la sirvienta prepara los tres tés de rigor, los comensales hacen planes para la tarde "Nuestro pasatiempo favorito es ir a ver los rebaños de camellos en nuestras jaimas de las afueras y practicar el tiro al blanco; la posesión de armas y el gusto por ensayar la puntería, es una de las herencias de nuestro pasado, todavía reciente, de nómadas: hace unos años solíamos disparar contra las gacelas, pero la sequía les ha hecho desaparecer", comenta el amo de la casa.
La señora ha acudido un momento a saludar. No es costumbre que acompañe en la comida a las visitas, pero esta vez su ausencia tiene una sólida justificación. La expulsión de la colonia de 20.000 emigrantes senegaleses que ha seguido a los disturbios étnicos del pasado mes en Mauritania y Senegal ha dejado el servicio de la casa desguarnecido y le ha obligado a tomar personalmente el mando en la cocina. "Es horrible, yo tenía cinco sirvientes en mi casa, todos senegaleses; el colmo fue cuando no tuve más remedio que llevar al cocinero y a la criada -que todavía quedaban en la casa- a la sede de la ONU para que los devolvieran a su país; es peor que si me hubiera divorciado", se solidariza uno de los invitados.
La búsqueda de cocineros, chóferes, criadas y niñeras se ha convertido en el obsesivo tema de conversación en las tertulias de las casas de los beidanes -losmoros blancos, elites que gobiernan el país. La sequía de este personal es tal que hasta la esposa del presidente, Mauya Uld Sidi Ahmed Taya, está a la búsqueda de una niñera. Como exclama la señora de la casa, "ya nada volverá a ser como antes; que Alá nos bendiga".
La desaparición de los emigrantes, en efecto, trasciende la mera gestión doméstica. Desde que comenzaron los enfrentamientos, las persianas de numerosos talleres mecánicos en los barrios populares de Nuakchot permanecen cerradas. Las obras que crecen en cada esquina de la capital se hallan paralizadas.
Los capitalinos se disputan los servicios de los pocos fontaneros, carpinteros y electricistas que han quedado en la ciudad. En el puerto, las piraguas de doble quilla permanecen aparcadas en la playa sin esperanza de echarse a la mar. La marcha de los senegaleses ha acabado con el mecanismo de compensación con el que la cultura nómada, despectiva hacia las labores manuales, ha hecho hasta ahora frente a su endémico déficit de mano de obra cualificada.
Más que cultura
"Ha sido fácil romper; ahora habrá que ver cómo estos dos países compensan la liquidación de unos equilibrios que tenían siglos de antigüedad", explica preocupado Brahim Bucheba, empresario mauritano. Para él, moro blanco de pura cepa, el camello es algo más que cultura. Él es el dueño de la única fábrica de piensos del país. "Mi país tiene dos millones de habitantes y 10 millones de animales, así que cuando decidí hacerme industrial tuve claro que debía volcarme en los segundos", explica. Para elaborar sus productos, Bucheba tiene que importar los cereales, pero, aun así, su negocio es rentable gracias a la buena comercialización en briks de litro de la leche de camella.
A Bucheba le preocupa el hecho de que el regreso de sus 300.000 compatriotas de Senegal -la contrapartida a la odisea de los emigrantes senegaleses- no le ayudará a cubrir las vacantes dejadas por la marcha de sus mecánicos, elementos claves para el funcionamiento de su empresa.
Por el contrario, su reinserción añadirá otro peso a la difícil situación económica del país, que ya tiene que hacer frente al asentamiento de los miles de refugiados víctimas de la sequía y que arrastra la deuda más alta del mundo -en total unos 2.000 millones de dólares- si se hace el promedio por habitante.
La ruptura con Senegal, además, ha quebrado la complementariedad que desde hace siglos ha tejido estrechas relaciones entre los sistemas económicos mauritano y senegalés. Así por ejemplo, en Senegal la marcha de los mauritanos ha desbaratado la red de distribución comercial y ha disparado los precios en las carnicerías, prácticamente bajo el exclusivo control de los mauritanos, que se surten del ganado de su país de origen. En Mauritania, los zocos de la capital han comenzado a acusar la escasez de legumbres, hortalizas y frutas importadas del país vecino; en contrapartida, los industriales mauritanos se han puesto ya a la búsqueda de nuevos mercados para sus escasas manufacturas -pastas y agua mineral- Sus miradas están puestas en las islas Canarias.
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