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Buenas notas para el Gobierno y sindicatos

Conviene comentar relacionadas dos noticias de primera plana: España ha celebrado un Primero de Mayo combativo, con amplio apoyo de los trabajadores; el Fondo Monetario Internacional ha dado sobresaliente a la política económica del Gobierno. Los dos hechos no dejan de tener una coherencia interna. Silos trabajadores hubieran estado satisfechos de la política económica del Gobierno, lo más probable es que el FMI no hubiera ocultado su descontento. ¿O es que acaso cabe una política de izquierda que cuente con el beneplácito del capitalismo internacional?Una política de izquierda, acertada o descabellada, moderada o radical, no puede aspirar a ser aplaudida por aquellas fuerzas, hoy dominantes, que identifican la racionalidad económica con la lógica del capitalismo. El que se ofusque en una posición de izquierda, que precisamente se define por un distanciamiento crítico del orden capitalista, tiene que soportar que se le acuse de ignorante, irracional, fanático, utópico y otras lindezas por el estilo. Los reproches no son nuevos; le único sorprendente es escucharlos en boca de los que se dicen representantes de una izquierda moderna o renovada.

Cabe felicitarse de que nos hayan llegado ambas noticias a la vez. También hubiera sido posible que los obreros estuvieran descontentos y no por ello el informe del FMI fuese menos descalificador. No hay que descartar, al menos como posibilidad amenazadora, una situación de crecimiento negativo con un índice de paro y una tasa de inflación muy altos. Algún mérito tendrá la política económica del Gobierno en que las cosas no sean así; no todo se deberá a una coyuntura internacional favorable. Si otros fueran los datos macroeconómicos, seguro que haríamos caer toda la responsabilidad sobre el Gobierno.

También hay que congratularse de que los sindicatos hayan recuperado la unidad de acción, con una mayor presencia social y capacidad reivindicatoria. En una sociedad por completo atomizada, aterida por el egoísmo y acostumbrada a que se la administre desde arriba, llama la atención el ejercicio de solidaridad de que dio muestra el Primero de Mayo. Todavía es muy largo el camino por recorrer, y los sindicatos tienen ante sí una ardua labor de penetración social y de organización; con todo, conviene dejar constancia de un dato importante: el enfrentamiento abierto con el Gobierno ha robustecido a los sindicatos. El que el Gobierno haya reaccionado como Gobierno tampoco lo ha desacreditado.

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Las dos noticias nos remiten a un mismo hecho fundamental: España se está acercando a gran velocidad a la normalidad europea, consistente en un capitalismo dinámico y agresivo -todavía, para nuestra desgracia, más especulativo que productivo- que aloja a una clase obrera que empieza a salir tanto de una pasividad vegetativa -se arriesgaba mucho en el pasado al decir no- como de un utopismo, en último término escapista, que acaba por adocenarse en dulces sueños revolucionarios sin la menor base real.

Un movimiento sindical fuerte y realista es la mejor garantía de que del actual momento de crecimiento pueda resultar una transformación profunda de la sociedad española. El reto inmediato consiste en impedir que el empresario español base su competitividad en salarios bajos y empleo precario. La historia económica de Europa ha puesto de relieve que la fuerza reivindicatoria del movimiento obrero ha sido uno de los factores esenciales de desarrollo. La modernización económica, si no viene acompañada de una social, tropieza pronto con límites infranqueables. Los cuellos de botella que cierran nuestro desarrollo, además de las carencias harto conocidas de infraestructura, son fundamentalmente sociales. Nada bloquea tanto un crecimiento autosostenido como unos sindicatos débiles, por agotarse en las querellas internas o por estar controlados y dirigidos por el Gobierno.

En el conflicto entre un Gobierno que ha apostado claramente por un crecimiento capitalista indiscriminado y unos sindicatos que han sido capaces de oponerse con tozudez y mesura a las peores formas del capitalismo salvaje se revela la astucia de la razón. Podría suceder lo mejor en las actuales circunstancias: un capitalismo eficaz y dinámico flanqueado por un movimiento obrero que sabe mantener sus reivindicaciones con una capacidad creciente de organización.

Cuando desde intereses contrapuestos, Gobierno, partidos y sindicatos reclaman para sí la denominación de socialdemócratas importa gritar bien alto que, hoy por hoy, si tomamos como referencia el modelo que ha cuajado en el norte y el centro de Europa, no se puede hacer en España una política cabalmente socialdemócrata. La tarea planteada es ir creando las condiciones para que un día no lejano podamos hacerla.

Dos son los requisitos esenciales que habrá que haber conseguido para empezar a hacer política que merezca el nombre de socialdemócrata: pleno empleo y un fuerte sindicato unitario. En las condiciones actuales, política socialdemócrata no puede ser más que política de empleo, a sabiendas de que no basta el crecimiento para que surja empleo, pero que tampoco hay empleo sin crecimiento. El Gobierno ha apostado por un crecimiento a ultranza, sin importarle demasiado su composición, en la esperanza de que un crecimiento sostenido terminará por crear empleo suficiente. Los sindicatos no pueden esperar indefinidamente la creación de empleo ni estar conformes ron cualquier tipo de empleo. Consecuentemente, exigen medidas concretas que lo proponen a corto plazo y en las debidas condiciones, conscientes de que no todas ellas pueden coincidir con los intereses inmediatos del empresariado.

Entre los que desde muy distintas posiciones se llaman en España socialdemócrata!, a muy pocos les gusta oír algo tan obvio y elemental como que el modelo practicado en el norte y el centro de Europa presupone un sindicalismo unitario. La división de las fuerzas sindicales es un rasgo de la Europa sureña, precisamente aquella que no ha logrado poner en marcha este modelo. La Unión General de Trabajadores sueña con la relación privilegiada que tienen los sindicatos con el Gobierno en los países escandinavos, sin tomar postura ante el hecho de que este modo de relación sólo es concebible con una central sindical única. La unidad de acción, como base de una futura unidad sindical, es requisito imprescindible para que se pueda hacer un día en España política socialdemócrata. Por ahora, es una cuestión tabú sobre la que nadie quiere manifestarse.

Las dos noticias que comentamos revelan una normalidad europea que, sin embargo. entre nosotros suena a excepcional Por un lado, echa al fin raíces e nuestra tierra un capitalismo vigoroso; por otro, se acumulan los indicios que permiten augurar un sindicalismo fuerte, capaz de encauzar socialmente este proceso. Las cosas sería perfectas si en España gobernase la derecha. Nuestra particularidad -España siempre es diferente- es que andan los papeles trastocados. La política agresivamente capitalista, dispuesta a llevarse por delante a los sindicatos si hiciera falta, la realiza un partido de izquierda en el que las clases populares habían depositado su conflanza con muy otras expectativas.

Muchos pensarán que así tenían que ocurrir las cosas, después de que el centro liberal se autodisolviese en el poder, per que los sindicatos tengan que afirmarse no sólo ante el empresariado, sino también ante un Gobierno socialista, dificulta enormemente la tarea. Las condiciones políticas y sociales de la década de los sesenta llevaron consigo un crecimiento económico impresionante -España pasó de una sociedad agraria una industrial- al precio de acumular un enorme déficit social que todavía no hemos cubierto, y en algunos puntos incluso lo hemos aumentado (educación, vivienda). Me temo que en la década de los noventa pueda repetirse el mismo modelo de crecimiento a costa otra vez de las clases trabajadora. Por lo pronto, el Gobierno, poniéndose a tono con la moda de los revivals, ha hecho suyo el discurso desarrollista y tecnocrático de los señores Lópe Rodó y Femández de la Mora. Uno no sabe si reír o llorar.

Lo más preocupante de esta historia es que el Gobierno haya absolutizado una política que a lo mejor, como mero instrumento ocasional, tampoco ha sido tan mala. Ojalá Gobierno y sindicatos recobren un sano escepticismo, acompañado de su correspondiente sentido del humor. En este país necesitamos urgentemente dudar y sobre todo sonreír más.

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