Metáfora
Era nueva la soga de cáñamo, y con ella el ahorcado había hecho un nudo marinero en lo alto de una farola isabelina, un domingo de primavera a la hora del aperitivo, en Recoletos, mientras unas muchachas azules tomaban refrescos de granadina y los bibliófilos buscaban incunables o rancias historias de amor en los taquillones de la feria de lance a lo largo del paseo. Como un fruto muy sazonado, allí apareció de pronto el suicida, colgado en medio del tráfico, balanceándose ligeramente según la misma brisa que movía la copa de las acacias. Tenía tulipanes bajo los pies, estaba coronado por tres globos de cristal llenos de sol y con los ojos ardientes el cadáver miraba la fachada del Banco Hipotecario, donde ahora florecen algunas parras. Así había quedado. Desde los cristales del café Gijón lo vislumbró un poeta, el cual, cegado por la gloria del orujo, pensó si aquella visión no sería el espectro de la inmortalidad que le esperaba. Buscando el propio sueño, el poeta se abrió pasó a través del gentío formado alrededor de la farola del ahorcado y al penetrar en la sombra que éste proyectaba pudo comprobar en qué consistía la vanguardia literaria definitiva: escribir un texto de amor desesperado y tener la elegancia de elegir una soga de máxima calidad para cierta ceremonia.El suicida llegó del mar en busca de una amante azul que lo había abandonado. Cruzó media patria de noche en un tren correo y éste le había dejado en mitad de un laberinto donde ella no se hallaba, pero en el centro de la ciudad se levantaba una farola isabelina. Cerca de allí, unos libreros de viejo vendían polvorientas historias de amor y otras muchachas azules desconocidas tomaban refrescos de granadina en una terraza. Aquella mañana de primavera el navegante descubrió en su interior el último puente derruido. Se encaramó en el podio y eligió el mejor nudo marinero para la última travesía. Ahora, arriado ya el cuerpo del ahorcado, el poeta, en el velador del café, espera que pase aún por los cristales la amante perdida como una metáfora.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.