Políticos e intelectuales europeos se disputan en París los ideales de la Revolución Francesa
La oposición entre libertad e igualdad y la necesidad de "rescatar una visión más integrada" de los ideales de la Revolución Francesa dominaron la primera sesión del coloquio sobre las repercusiones del movimiento revolucionario francés en la democracia europea. En el encuentro, organizado en la sede parisiense de la Unesco por los periódicos La Repubblica, The Independent, Le Nouvel Observateur y EL PAÍS, políticos e intelectuales de siete países europeos se disputaron los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, y la interpretación de la Revolución.Como dijo al final el ministro español de Cultura, Jorge Semprún, el debate contó con una mayoría de girondinos, pero los aplausos se los llevaron los jacobinos, especialmente Régis Debray. En una irónica y apasionada defensa de la Revolución Francesa, Debray resumió las ideas expuestas en su último libro, Que vive la République! Al distinguir entre república y democracia, definió la primera como un Estado unitario centralizado en el que triunfa la razón y algunos de cuyos valores fundacionales son la escuela y el laicismo. El ex consejero del presidente francés, François Mitterrand, apeló a profundizar los ideales de la Revolución y advirtió ante los peligros de una "Europa tecno-mística".
El debate lo había planteado con claridad el intelectual y empresario francés Alain Minc, quien alertó del riesgo de que el coloquio se convirtiera en un ejercicio de autosatisfacción intelectual al comprobar los progresos de la democracia. Afirmó que la libertad goza de buena salud, pero la igualdad no tanto, y denunció la existencia de un 15% de excluidos de la actual sociedad, en la que existe una nueva nobleza. El dirigente del ala radical del laborismo británico, Tony Benn, que dijo venir "de un país feudal con enormes diferencias entre ricos y pobres", incidió en el problema al proclamar que el capitalismo no trae la igualdad, así como el profesor inglés Ronald Dworkin, quien reclamó una integración de las tres divisas fundacionales de la Revolución. El secretario general del Partido Republicano Italiano, Giorgio La Malfa, aseguró que "la igualdad se puede sustituir quizá por una mayor solidaridad", y aceptó las diferencias de ingresos entre los ciudadanos, pero- no la existencia de desposeídos.
En el bando girondino se alinearon el escritor francés Jacques Julliard y el político centrista Bernard Stasi, quien señaló que Francia está en camino de liberarse de los mitos revolucionarios del nacionalismo chovinista, el jacobinismo y el maniqueísmo. Por parte española, el escritor Manuel Azcárate apostó claramente por la libertad, en una intervención que, dijo, "por primera vez puede parecer de derechas", y afirmó que los acontecimientos actuales en la URSS y China son "una especie de revancha de la Revolución Francesa".
El historiador Javier Tusell expresó la posición revisionista en la interpretación de la Revolución Francesa -"la única que merece la pena en el terreno de la libertad, porque hace depender al Estado de la sociedad"-, al preferir nítidamente los hechos de 1789 frente al Terror de 1793. Tusell abordó las repercusiones de la ola revolucionaria en España, como hizo también el eurodiputado del CDS Raúl Morodo, quien resaltó que en nuestro país la convulsión francesa fue un revulsivo y un mito que, paradójicamente, frenó las reformas, al despertar el miedo de la clase dominante.
El escepticismo británico y su alejamiento de Europa fue otro de los aspectos polémicos del debate, especialmente suscitado por una intervención del político conservador Enoch Powell, quien se distanció de la necesidad de la Revolución Francesa porque Inglaterra ya había hecho la suya.
Las reformas en los países del este de Europa o en China merecieron numerosas referencias. Azcárate, el senador italiano Massimo Riva o el director de Le Nouvel Observateur' Jean Daniel, trataron este punto, así como los soviéticos Egor YakovIev, director del semanario Novedades de Moscú, y el economista Nikolai Schmeliov. Andrei Grachov, funcionario del Comité Central del Partido Comunista de la URSS, afirmó que "la perestroika es una contribución a la conmemoración de la Revolución Francesa" y constituye "un intento, uno más, de unir la libertad a la igualdad".
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